tag:blogger.com,1999:blog-17464494399809936992024-03-13T06:54:18.356+01:00TE VOY A CONTAR UN CUENTOUn espacio abierto dedicado a la lectura de relatos y otros cuentos.Federicohttp://www.blogger.com/profile/09622322698850736812noreply@blogger.comBlogger66125tag:blogger.com,1999:blog-1746449439980993699.post-88441329755425214192012-06-02T15:32:00.000+02:002012-06-02T15:41:47.552+02:00"Estupor" (un relato de 1723 palabras)<br />
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<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiehPkA2VHH_LC-lLAt8_ZC-iUv6FlbCvc_3foF6Yj0oHqQq9_Phk3PFiHSzVET4Q6Ycrv9_kLnkU6B7T2WHfwO9lyP7L76nvzJCb0zlt1dPNewdh7YYjzKf5ighVobE5AAAumQz-dbBQE/s1600/Sin+t%C3%ADtulo.png" imageanchor="1" style="clear: right; float: right; margin-bottom: 1em; margin-left: 1em;"><img border="0" height="293" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiehPkA2VHH_LC-lLAt8_ZC-iUv6FlbCvc_3foF6Yj0oHqQq9_Phk3PFiHSzVET4Q6Ycrv9_kLnkU6B7T2WHfwO9lyP7L76nvzJCb0zlt1dPNewdh7YYjzKf5ighVobE5AAAumQz-dbBQE/s320/Sin+t%C3%ADtulo.png" width="320" /></a></div>
<span style="text-align: justify;">Mi nombre es José, pero todos me llaman Joselito. Que me gusten las coplas, y las cante cuando tengo un vino de más, tal vez sea la razón de mi apodo… aunque no se puede decir que tenga la voz de oro. La voz no, pero sí el corazón, decía la que sería después mi esposa. Y eso fue lo que la enamoró, creo. Y la verdad, no sé qué es lo que ella pudo ver en mí. Somos tan diferentes que hasta yo mismo dudaba que nuestra relación fuera más allá de un capricho de una niña bien… Cayetana, tan elegante y fina; y yo, marino, según ella… ¡Pescador, cojones, pescador! Y me emborracho cada noche antes de zarpar a la mar, por si fuera la última que paso en tierra firme.</span><br />
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
—Cariño, sabes que tendrás mi apoyo —anunciaba un anciano sosteniendo una copa de brandy—. Tuviste mi comprensión cuando te enamoraste de Fabián —añadió Ernesto sin apartar la vista de una fotografía en la que un atractivo alpinista de pelo largo abrazaba a Cayetana, su hija—. No rechisté cuando un día fuiste al circo y tardaste siete meses en regresar. ¿Cómo se llamaba ese italiano? —murmuró recorriendo con la mirada los largos bigotes de un hombre, en otra foto, que levantaba con una sola mano a una mujer, a su princesita sonriente, empequeñecida entre unos bíceps inhumanos.</div>
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<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Sorbió un poco de la copa, quizás para reunir fuerzas para lo que a continuación iba a decir, o tal vez para quitarse el mal sabor de boca que siempre le dejaba los temas amorosos de su hija.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
—Recibí con cordialidad a Ciriaco, a pesar de que nunca me agradó su manera de mirar —añadió acariciando a una Cayetana tras el cristal de un marco, que abrazaba a un tipo que abría mucho un ojo y entrecerraba el otro—, porque asegurabas que era una eminencia en el campo de las matemáticas, y respetábamos, tu madre y yo, su nula conversación y sus respuestas incoherentes a preguntas sencillas…</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
“—Así que matemático, ¿eh, Ciriaco? ¿Hemos descubierto en los números la existencia de Dios? </div>
<div style="text-align: justify;">
—No me gusta nada el melocotón en almíbar —respondió masticando, triturando ruidosamente una pera con la boca cerrada”, recordaron padre e hija a un tiempo.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
—¡Dios mío! Si parecía una mantis religiosa —explotó Ernesto—, y no podía dejar de imaginármelo devorando tu corazón, con esa manera tan escandalosa de comer.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Cayetana sabía dónde acabaría esta conversación, pero dejó terminar a su padre. Era mejor que se sintiera desahogado, sería más fácil rebatirle.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
—Pe… pero…—tartamudeó ante la nueva fotografía de la colección, en la que un hombrecillo asomaba la cabeza entre los pliegues del abrigo de Cayetana, con expresión de sorpresa— ¿me puedes decir que es lo que has visto en Joselito?</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
—Papá, a simple vista no parece gran cosa. No es guapo, aunque tampoco es feo; no tiene estudios, aunque no es tonto; no es alto… —y guardó un silencio significativo—; no es rico ni viene de buena familia, vale. Pero es generoso, papá, y lo es con todo el mundo; es humilde y no se avergüenza por ello… ¡Estoy tan harta de los presuntuosos, que no pierden ocasión de recitar sus virtudes! Y sobre todo, papá, es que es una buena persona, de esos que ya no quedan… y ha jurado cuidarme papá, toda la vida, en la enfermedad y en la pobreza…</div>
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<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
En la voz paterna zozobró la congoja.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
—¿No os habréis casado? </div>
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<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Cayetana rió.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
—¿No es adorable? —Preguntó con un brillo especial en los ojos.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
¡Y de qué manera resplandecían! Ernesto se resignó a que esa foto ocupara un sitio oficial en el salón de la casa, pero dejó hueco para otro portarretratos… Hombres con mejores cualidades no domaron el corazón de Cayetana, y Joselito, no tendría demasiadas oportunidades tras la rutina, cuando la pasión desaparece y se ven a las personas como son.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Unos meses después apareció una nueva foto en la mesa: Cayetana sonreía con dulce cansancio, descansaba en su pecho una criaturita pelona; y detrás de ellas, con gesto de estupor, Joselito miraba a la cámara.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
El matrimonio barajó varias posibilidades para nombrar al nuevo miembro de la familia. Por un lado los nombres de Daniela, Carlota, y Dominique hacían frente común contra un solitario y poco sofisticado María del Carmen. La niña acabó por llamarse Daniela, sin embargo, en esta ocasión no hubo testimonio fotográfico que registrara extrañeza o aturdimiento paterno.</div>
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<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
—¡Ah, no! ¡Eso sí que no, me niego! —dijo Joselito mostrando una determinación inusual en él.</div>
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<br /></div>
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—Pero cariño —trató de apaciguar Cayetana—, ¿qué más te da, si la niña va a estar guapísima así vestida de princesita?</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
—¡Pero es que es un bebé, ni siquiera es una niña pequeña! Y mi madre le ha hecho un vestidito para la ocasión.</div>
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<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
—Después de las fotos le pondremos la ropita de tu madre —negoció sabiamente su esposa—, y así mis padres tendrán la foto que desean en el salón y tu madre podrá disfrutar de su nietecita conjuntada durante tooooda la fiesta. Venga tontín, además el vestido tapará el tacatá, y será graciosísimo ver a un bebé corretear por ahí… ¡cómo si el Espíritu Santo después del bautizo le diera alas!</div>
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<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Y Joselito cedió, una vez más, pero con cierto resquemor; porque sabía que la discrepancia de criterios perjudicaba a su madre en esta ocasión. Todavía no se habían asentado bien las diferencias sociales, y Joselito estaba dolido de que siempre se acomodaran por el mismo lado, por el suyo.</div>
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<br /></div>
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Pocos días después, la residencia habitual de Ernesto y Cayetana, suegros de Joselito, fue el escenario escogido para la celebración del bautizo. Poco pudo decir el marino, que estaba más a favor de las tascas del puerto, para que bebiera todo aquel que quisiera a la salud de su hija, que para eso pagaba. Se contentó con que pudiera tomar el micrófono y cantara una canción, la que más le gustara a él, y pudiera invitar a un máximo de veinte personas; “porque la casa tampoco era tan grande”, según palabras de Cayetana. “Nos ha jodido, los jardines estarán petados con las ciento ochenta personas que tu familia ha invitado”. Y no podía quejarse, puesto que era una fiesta informal, y el protocolo y la etiqueta no serían severos, si no, ni él mismo podría asistir a la fiesta de su hija.</div>
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<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Después de cuatro canciones interpretadas sin gracia por la orquesta contratada para la ocasión, Joselito arrebató el micrófono al cantante. No estaba previsto el descanso del cantante hasta cuatro o cinco canciones más, pero unas botellas de coca-cola de dos litros, llenas de vino de Chiclana, pasadas de manera oficiosa por los amigos de Joselito, dotaron de la audacia que normalmente le faltaba.</div>
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<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Y cantó, entre aplausos y vítores de una docena de impresentables, bien afeitados y apestando a colonias baratas.</div>
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<br /></div>
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—Por ahí viene Joselito, con los ojos brillantitos,… por la calle Peñón. Se ha tomado tres botellas de coca-cola llenas… —cantó Joselito.</div>
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<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
—De vino de Chiclana —corearon sus amigos los pescadores, sin ningún pudor.</div>
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<br /></div>
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—Ya tiene las ganas y ahora sólo busca un sitio… </div>
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<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
—Dónde le dejen cantar —acompañaron los marinos.</div>
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<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
—Ponme otra copa, que ya sabes que mañana… voy a la mar.</div>
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<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Y hubo uno que le acercó una de esas botellas de coca-cola sin etiqueta, que agradeció bebiendo a morro un buen trago. Después de los ayees obligados de la canción, los dos mundos se quedaron escuchando “¡Yo soy Joselito, el de la voz de oro!” con atención. Por unos momentos, la niña que correteaba en el tacatá dejó de ser la atracción.</div>
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<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
—(…)Y esto era muchos grados de marea al sur… de Fernando Po. Ya llegó la hora de la zarzamora y sube… la atmósfera en el bar. Y en el tubo traqueado, el salitre le ha dejado… rumor de altamar. Aaaaay Joselito, y aaay, aaay, aaay y aaaay —cantó el hombrecito que se había ganado un espacio propio en el escenario.</div>
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<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Joselito pudo observar a su hija que le miraba con expresión de perplejidad… ¡Qué orgullo!</div>
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<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
—¡Yo soy Joselito, el de la voz de oro! —gritó con satisfacción— que de puerto en puerto voy dejando mi cuplé. Siete novias tuve, más novias que un moro. Me salieron malas, y a las siete abandoné…</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Los pescadores aplaudían y silbaban como si hubieran recibido la lección más importante de sus vidas. Los encorbatados caballeros que llenaban la sala se miraron de reojo, como buscando una nueva pauta a imitar que no fueran esas efusivas muestras de embriaguez, ¿o era por sospechar que sus vidas hubieran sido más satisfactorias de no haber mantenido un matrimonio sin amor?</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
—Por favor, papá —susurró Cayetana—… ¡Aplaude!</div>
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<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
—¿Más novias que un moro? —replicó Ernesto.</div>
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<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
—Sólo es una canción…</div>
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<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Y aplaudió, con una sonrisa forzada, aprendida tras tantos años de sinsabores; sólo por la felicidad de su hija. Y con ese aplauso llegó la ovación, inesperada para todos. Joselito se emocionó.</div>
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<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
—Gracias, gracias… Gracias amigos —decía mientras el vocalista del grupo trataba de recuperar el micrófono, tal vez temeroso de que parte de su salario llegara a ese paleto que no tenía ninguna educación musical.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Musical ni no musical, a juzgar por la resistencia que ofrecía en devolver el dichoso micrófono.</div>
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<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
—¿Alguien ha visto a Daniela? —se interesó la abuela tratando de ocultar la ansiedad.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Pronto los aplausos dejaron de sonar a favor de un rumor sordo. La alarma salpicó a Joselito, que desde el escenario, tenía una visión completa del salón y los jardines de la casa… en los que una cuidada piscina iluminaba unas aguas azuladas. En medio parecía flotar algo.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
—¡Nooo! —gritó Joselito, comprendiendo que podía ser su hijita.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Saltó por encima del vocal de la orquesta, y fue el primero en llegar a la piscina. De repente detuvo la carrera. Espero pacientemente a que los demás llegaran, porque sabía que nada podía hacer ya: en el fondo se apreciaba con claridad el tacatá de la niña.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
—¡Dios mío! —gritó Cayetana, la madre de la niña, en cuanto llegó.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
El rostro perplejo de una niñita calva destacaba entre los pliegues de un vestido de princesita. Las bolsas de aire que se habían formado al caer en la piscina la mantenían a flote, que con el otro vestido, sin can-can, ni pliegues, sin fruncidos ni encajes… se hubiera hundido irremediablemente.</div>
<br />
<br />
<div style="text-align: center;">
Fin</div>
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<br />Federicohttp://www.blogger.com/profile/09622322698850736812noreply@blogger.com6tag:blogger.com,1999:blog-1746449439980993699.post-1803811329495562862012-06-02T13:59:00.000+02:002012-06-04T11:35:03.938+02:00"La ciudad del zorro" (un relato de 1.342 palabras)<br />
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhJKdZhyDHPeZQO1GTU67nBhzA3QYN2XPPf0kzsuQK1K9AsDy96z2_AScgkeSb-wpgGRJIbN_TWWwVgtYQjkfPLvXTZ7-Auyp3geYbaVBO-tvG2TWJoJYlOYYghLL2ZIsRBBa-BOtckV30/s1600/bandada-de-palomas-de-vuelo.jpg" imageanchor="1" style="clear: right; float: right; margin-bottom: 1em; margin-left: 1em;"><img border="0" height="320" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhJKdZhyDHPeZQO1GTU67nBhzA3QYN2XPPf0kzsuQK1K9AsDy96z2_AScgkeSb-wpgGRJIbN_TWWwVgtYQjkfPLvXTZ7-Auyp3geYbaVBO-tvG2TWJoJYlOYYghLL2ZIsRBBa-BOtckV30/s320/bandada-de-palomas-de-vuelo.jpg" width="320" /></a></div>
<div align="JUSTIFY">
Un grito de dolor, ahogado por la sangre que mana de una mano. El vertigo es algo más que el sabor salado; un pie resbala entre las tejas y una mano deja una huella roja en la chimenea. Surge el instinto de conservación, aún cuando no hay razones para vivir. </div>
<br />
—¿Por qué? —gritó Antonio, ahora que no tenía una mano que morder.<br />
<br />
<div align="JUSTIFY">
Y su voz alzó el vuelo de unas palomas que se creían seguras en la cornisa del edificio de enfrente.</div>
<br />
<div align="JUSTIFY">
—¿Por qué? —tronó de nuevo un lamento, y otra bandada de palomas levantó vuelo.</div>
<br />
<div align="JUSTIFY">
El batir de alas, la fricción de las plumas en el aire, lo abarcó todo por unos instantes... Todo acabaría pronto, el aleteo y el dolor. Pero seguían apareciendo palomas y más palomas, como si todas las del barrio, incluso de la ciudad, hubieran acudido a su grito en lugar de auyentarlas.</div>
<br />
<div align="JUSTIFY">
Antonio ya no estaba en la azotea de un modesto apartamento de la sierra de Madrid. ¿Cuánto tiempo había pasado? ¿Unos días? ¿Unas semanas? A veces el tiempo transcurre en una tridimensionalidad vital extraña, sin dejar huella de su paso en la memoria. Pero la pregunta que en realidad no podía contestar Antonio era...</div>
<br />
<div align="JUSTIFY">
—¿Qué hago en Londres? —se preguntó con la sensación de que la realidad lo estaba masticando, y que incapaz de tragárselo, lo escupiría en cualquier momento.</div>
<br />
<div align="JUSTIFY">
Un negro desafinaba aporreando las cuerdas de una guitarra a la salida de la estación del metro de Stockwell, al sur de Londres. Tal vez la falta de pudor se debiera al cabello blanco, tal vez a la miseria que habia desdentado la mayor parte de la boca. La mano derecha de Antonio acarició unas monedas en el interior del bolsillo del pantalón.</div>
<br />
<div align="JUSTIFY">
"No, necesito hacer la compra". Y la mano salió vacía del bolsillo. Poco después se hallaba frente a los expositores de alimentos de un supermercado. No conocer el idioma era algo más que la incapacidad de relacionarse con los demás, era la negación del mundo mismo.</div>
<br />
<div align="JUSTIFY">
"¿Cuál de estas harinas será integral?", trataba de adivinar Antonio leyendo una y otra vez palabras incomprensibles, tratando de deducir la composición de los paquetes por el color del papel, buscando pistas significativas en los dibujos de las diferentes harinas.</div>
<br />
<div align="JUSTIFY">
Un hombre de color, de unos cuarenta años, lleno de trencitas, se paró detrás de Antonio. "Ya está, ahora es cuando me saca la navaja", pensó notando que no había nadie más en el pasillo.</div>
<br />
<div align="JUSTIFY">
—Si me permites un consejo... ¡no lo dudes más! —dijo el negro con una amplia sonrisa—. Ésta, ésta es buenisima y está a buen precio —explicó señalando el paquete que descansaba en su cesta.</div>
<br />
<div align="JUSTIFY">
Antonio comprendió lo que decía, pero apenas pudo contestar a sus desvelos con un simple "gracias". Y el hombre salió del pasillo cantando en voz alta una canción, una incomprensible canción que a través de su aparato fonador grave y gutural modulaba aún mejor su alegría de vivir.</div>
<br />
<div align="JUSTIFY">
De regreso a casa, Antonio sorprendió un zorro que trataba de ocultarse tras unos contenedores de basura. Había oido hablar de que se habían integrado en la ciudad, pero hasta que no lo vio con sus propios ojos no lo creyó. ¡Era cierto!</div>
<br />
<div align="JUSTIFY">
Sintió que el zorro lo estudiaba, no había temor en sus ojos pero si una tristeza similar a la suya. Sintió tentación de compartir algo de comida, pero la harina que había comprando, y que no tenía claro si era integral o no, sabía que no sería del agrado del cánido.</div>
<br />
<div align="JUSTIFY">
Un joven nativo, origen deducido no solo por sus rasgos nórdicos sino por su capacidad de no tiritar con una simple camiseta en pleno mes de abril, lanzó contra el animal una botella que se rompió estrepitosamente contra una pared, a un lado de los contenedores.</div>
<br />
<div align="JUSTIFY">
—Es una alimaña, transmiten enfermedades —justificó el joven, con el hálito de los que han bebido alcohol con el estómago vacío.</div>
<br />
<div align="JUSTIFY">
Pero Antonio se retiró, no tenía ganas de distinguir quien era la alimaña en realidad. Pasó por delante de una iglesia, que parecía más un templo griego, con sus columnas y tímpano en la fachada, que una iglesia cristiana. "Dios te ama", propugnaba un cartel mal colocado entre las columnas.</div>
<br />
<div align="JUSTIFY">
—Buenos días —dijo un joven vestido con un traje impecablemente planchado—. ¿Le interesa saber qué secretos se esconden detrás de esos muros? </div>
<br />
<div align="JUSTIFY">
—Lo siento, no entiendo... —contestó Antonio—. Soy español y todavía no he aprendido a hablar en inglés.</div>
<br />
<div align="JUSTIFY">
—¡Ah, comprendo! —replicó el joven hablando en un castellano muy afectado. Mi madre era sevillana, es por eso que sé hablar un poquito... —añadió acercando el pulgar y el índice de la mano derecha sin que se tocaran.</div>
<br />
<div align="JUSTIFY">
—¡Qué bien! </div>
<br />
<div align="JUSTIFY">
Antonio sintió una sensación de alivio. Hacía mucho tiempo que no experimentaba sensaciones agradables. La verdad es que el joven era simpático y... ¡hablaba español!</div>
<br />
<div align="JUSTIFY">
—Sí, comprendo bien los que vienen de otros paises... Para ellos todo es diferente: las costumbres, la comida, la gente...</div>
<br />
<div align="JUSTIFY">
—¡Y no sabes cómo! Y es curioso que yo lo diga, que estaba acostumbrado a tratar con muchos extranjeros en Madrid... por mi trabajo. Pero no te das cuenta de la soledad del inmigrante ¡hasta que te toca vivirla!</div>
<br />
<div align="JUSTIFY">
—Jajaja...-fue una risa discreta, cortés—. En nuestra comunidad nadie es extraño, todos somos amigos desde el primer día.</div>
<br />
<div align="JUSTIFY">
"¿Comunidad? ¿De qué comunidad está hablando?". Antonio permitió que el joven se expresara un poco más.</div>
<br />
<div align="JUSTIFY">
—Siempre hemos pensado que todos somos hermanos, que nadie está por encima de nadie y que es nuestra obligación ayudar a los más necesitados...</div>
<br />
<br />
<div align="JUSTIFY">
—¿Eres de esta iglesia? —se aventuró Antonio señalando "El Dios te ama" que estaba al otro lado de la valla de la acera.</div>
<br />
<div align="JUSTIFY">
—Sí, pero no somos una secta extraña que comemos cerebros y esas cosas! —y el joven volvió a reir ante su ocurrencia.</div>
<br />
<div align="JUSTIFY">
Si supiera lo siniestro que sonaba esas palabras no las diría con tanta ligereza.</div>
<br />
<div align="JUSTIFY">
—Nos preocupamos mucho por las personas... por sus necesidades, por que sólo un hombre feliz puede hacer una sociedad feliz.</div>
<br />
<div align="JUSTIFY">
—Comprendo...
—dijo Antonio, pero la voz cascada de un mendigo de color le interrumpió sin ninguna educación.</div>
<br />
<div align="JUSTIFY">
—¡Hola ...amigos! —dijo en español. Era el viejo que desafinaba en la entrada de metro de Stockwell—. ¿Tienen algo para mi guitarra y para mí? —añadió en inglés, extendiendo la mano que dirigía alternativa a uno y a otro.</div>
<br />
<div align="JUSTIFY">
—No moleste, por favor —replicó el joven sin mirarle siquiera a los ojos—. ¿No ve que tenemos una conversación privada?</div>
<br />
<div align="JUSTIFY">
—¡Amigo! ¡Amigo! —insistió el anciano desdentado con cierta desesperación, tal vez hoy los transeuntes no mostraron su habitual generosidad. Pero se le escapó una burbuja de saliva pastosa que cayó en el traje impecablemente planchado.</div>
<br />
<div align="JUSTIFY">
—¡No me obligue a llamar a la policía! —reprendió con severidad el joven con un gesto de extrema repugnancia.</div>
<br />
<div align="JUSTIFY">
El anciano suspiró...</div>
<br />
<div align="JUSTIFY">
—Sorry... —dijo, clavando sus ojos negros en los de Antonio. En ellos no había miedo, solo cierta tristeza.</div>
<br />
<div align="JUSTIFY">
Y se marchó, arrastrando con desgana unos zapatos raidos.</div>
<br />
<div align="JUSTIFY">
—¡No! —gritó Antonio, recordando la mirada del zorro.</div>
<br />
<div align="JUSTIFY">
Tomó con vehemencia la mano del anciano y le dio los noventa céntimos que tenía en el bolsillo. No tenía más.</div>
<br />
<div align="JUSTIFY">
—Sorry... —dijo Antonio. No sabía como expresar mejor su verguenza.</div>
<br />
<div align="JUSTIFY">
—¿Pero que hace? —protestó el joven—. ¡No le está ayudando! Son como alimañas... se aprovechan de nuestros buenos sentimientos.</div>
<br />
<br />
<div align="JUSTIFY">
En algún lugar de la ciudad, un zorro que se había librado de un botellazo trataba de sobrevivir. Delante de él, un anciano sin recursos trataba también de sobrevivir. Casi por casualidad, Antonio comprendió que los hombres de impecables trajes pueden esconder autenticos depredadores para otros hombres y que los desafortunados no son alimañas.</div>
<br />
<div align="JUSTIFY">
—Su iglesia no vale nada.</div>
<br />
<div align="JUSTIFY">
—¡Pero... pero...! —gritó el cazador de almas.</div>
<br />
<div align="JUSTIFY">
El mendigo cantó más alto, Antonio reconoció que era la misma canción del hombre del supermercado. Recordó su alegría, y supo que el mendigo también estaba feliz... y no por noventa míseros céntimos.</div>
<br />
<div align="JUSTIFY">
—¡Thank you! —gritó Antonio.</div>
<br />
<div align="JUSTIFY">
—No —contestó el anciano cantando—, thank you.</div>
<br />
<div align="JUSTIFY">
Antonio sonrió, ningún dios le consiguió tanto bienestar.</div>
<br />
<div align="JUSTIFY">
</div>
<br />
<div align="CENTER">
Fin</div>
<br />
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<br />
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<a href="http://www.safecreative.org/work/1206021744001" rel="cc:license" xmlns:cc="http://creativecommons.org/ns#"><img alt="Safe Creative #1206021744001" src="http://resources.safecreative.org/work/1206021744001/label/logo-72" style="border: 0;" /></a>Federicohttp://www.blogger.com/profile/09622322698850736812noreply@blogger.com2tag:blogger.com,1999:blog-1746449439980993699.post-50218982690413751752012-04-25T03:57:00.000+02:002012-05-01T23:04:31.978+02:00"Un dia feliz" (Un cuento de 2.479 palabras)<span lang=""></span><br />
<span lang=""></span><br />
<span lang=""></span><br />
<span lang=""><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
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<div align="RIGHT">
<br /></div>
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<br /></div>
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<br /></div>
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<br /></div>
<div style="text-align: right;">
<br /></div>
<div style="text-align: right;">
<strong>El origen</strong></div>
<br />
<div align="JUSTIFY">
Aquella tarde de diciembre en Madrid resultó especialmente fría; apenas paseaban individuos, y, a pesar de un esfuerzo mayor que en años anteriores, los escaparates navideños no atraían miradas. Sólo las notas tristes de un acordeón languidecían por los portales del final de la calle Doctor Esquerdo. Tomás las oyó cuando regresaba a casa, en realidad, una habitación sin ventanas de un sótano compartido.<br />
<br /></div>
<div align="JUSTIFY">
Regresaba cabizbajo tras la entrevista en un supermercado. Había invertido la mitad del dinero que disponía en comprar un abono de diez viajes, y sólo había conseguido la promesa de que tomarían en consideración su solicitud. Tomás suspiró cuando pasó al lado de un anciano que tocaba el acordeón. "Pronto estaré como tú", pensó.<br />
<br /></div>
<div align="JUSTIFY">
Al suspiro, el anciano le devolvió una sonrisa. Mostraba unos dientes perfectos, de un inmaculado color que sólo podía obedecer a los cuidados esmerados de una dentadura impecable. Circunstancia extraña, en todo caso, y más en una persona con un bagaje vital tan miserable. De algún modo, la música pareció sonar más fuerte a su paso pero Tomás la ignoró.<br />
<br /></div>
<div align="JUSTIFY">
Entonces la canción dejó de sonar, y a cada zancada que daba, el acordeón le acompañó con unas notas cada vez más graves. Tomás comprendió que el anciano le estaba llamando la atención. Se paró para rebuscar alguna moneda en el bolsillo; y las notas pararon al instante. "Sólo es un pobre viejo", se dijo. Y se volvió.<br />
<br /></div>
<div align="JUSTIFY">
Los pasos que dio para acercarse "sonaron", a través del acordeón, más rápidos y alegres.<br />
<br /></div>
<div align="JUSTIFY">
—¡Vale, vale. Que tampoco es para tanto! —dijo Tomas avergonzado, llevando una mano a la boca.</div>
<div align="JUSTIFY">
El anciano, sin dejar de sonreír, le acercó un vaso de plástico, de esos de color blanco que se tienen que sujetar con cuidado porque enseguida se rompen. Tomás miró de reojo en su interior, no había nada. Ni rastro de vino ni de monedas. El anciano agitó el vaso con ansiedad.<br />
<br /></div>
<div align="JUSTIFY">
Tomás suspiró de nuevo, no conseguía trabajo y en sus bolsillos no tenía ni diez euros. En unos días estaría en la calle y entonces no tendría más recursos, para acallar la voz de su ex mujer, que los tetrabricks de vino ganados por la mendicidad. "¡Te lo dije, te lo dije! ¡Sin mí acabarías en la calle!", tronaba una voz de mujer enfadada en su cabeza. ¿En algo iba a cambiar su vida si le daba unas monedas?<br />
<br /></div>
<div align="JUSTIFY">
El tintineo de unos céntimos dentro del vaso disipó las advertencias de esa brava mujer. El anciano examinó el dinero removiendo el interior del vaso con un dedo.<br />
<br /></div>
<div align="JUSTIFY">
—Esto te da para un deseo —soltó el mendigo ampliando la sonrisa.<br />
<br /></div>
<div align="JUSTIFY">
Tomás observó en sus ojos honestidad y alegría, no encontró odio o locura como era de esperar. El anciano le mantenía la mirada, esperaba una respuesta. Agitó las cejas con la misma ansiedad con la que antes curioseó en el vaso.<br />
<br /></div>
<div align="JUSTIFY">
—Yo… yo… —Tomás sentía tantas carencias, necesitaba tanto de todo, que no acertó en formular nada en concreto.<br />
<br /></div>
<div align="JUSTIFY">
El anciano tomó las monedas y se las ofreció de nuevo a su anterior poseedor.<br />
<br /></div>
<div align="JUSTIFY">
—Vuelve cuando sepas lo que quieres…<br />
<br /></div>
<div align="JUSTIFY">
¡Inaudito! ¡Un mendigo devolviendo dinero!<br />
<br /></div>
<div align="JUSTIFY">
—No, por Dios… eso es suyo. Quiero… —se esforzó Tomás en un esfuerzo imaginativo— quiero… quiero que todo el mundo a mi alrededor sea feliz, al menos por un día.<br />
<br /></div>
<div align="JUSTIFY">
El anciano retiró la mano con el dinero en su interior. Y como si se hubiera cansado de charlar prosiguió tocando el acordeón.<br />
<br /></div>
<div align="JUSTIFY">
—Eso que toca, es el vals de Amelie… ¿verdad?<br />
<br /></div>
<div align="JUSTIFY">
El mendigo contestó de una manera extraña:<br />
<br /></div>
<div align="JUSTIFY">
—Hecho. Tengo que tocar mi canción en otro sitio… Aquí ya no tengo nada más que hacer<br />
<br />
.</div>
<div align="JUSTIFY">
Ante la mirada atónita de Tomás, el anciano recogió sus cosas, y sin dejar de tocar el acordeón, desapareció en la oscuridad de la noche.</div>
<br />
<div align="RIGHT">
<strong>Sospechas confirmadas</strong></div>
<br />
<br />
<br />
<div align="JUSTIFY">
Al día siguiente Tomás tenía que acudir a la oficina del SEPE, para gestionar la prestación por desempleo que pretendía percibir. Una voz masculina, en realidad una grabación, le había informado por teléfono la dirección dónde debía presentarse, su turno y la hora aproximada: las nueve y treinta.<br />
<br /></div>
<div align="JUSTIFY">
Antes de salir tomó un frasco de colonia, de esos de imitación que todos parecen iguales: mismo formato, mismo color, misma etiqueta. Sólo cuando el pulverizador roció la fragancia, comprendió que por error, junto con sus pertenencias de aseo se había mezclado una de las colonias de su mujer.<br />
<br /></div>
<div align="JUSTIFY">
Era la colonia que más detestaba, de olor tan penetrante que aún manteniendo la boca cerrada se pegaba a las paredes bucales dejando un sabor desagradable en el paladar. Aunque Tomás procedió a lavarse la cara sin demora, y se frotó con abundante colonia masculina, el daño estaba hecho. Sabía que apestaría a colonia de mujer durante dos o tres horas.<br />
<br /></div>
<div align="JUSTIFY">
Cuando llegó a la oficina descubrió la sala de espera abarrotada: un cuadrado que en dos lados presentaban tres filas de asientos ocupadas con rostros tensos o tristes. Y aún esperaban su turno algunos que estaban de pie, leyendo carteles o confirmando su turno en unas listas pegadas con papel celo en una pared.<br />
<br /></div>
<div align="JUSTIFY">
—Buenos días —saludó una mujer de casi cincuenta años, de color, en cuanto la puerta automática se abrió para ella.<br />
<br /></div>
<div align="JUSTIFY">
Calzaba unas botas de cuero verde sobre unas mallas rojas, y un abrigo de piel imitando los manchas de un leopardo no ocultó del todo un jersey morado de punto , que sobresalía por debajo.<br />
<br /></div>
<div align="JUSTIFY">
—¿Dónde me compulsan estos papeles? —se interesó con un característico acento africano, y en un tono muy alto.<br />
<br /></div>
<div align="JUSTIFY">
Por más que un vigilante de seguridad trató de explicarle que allí no compulsaban ningún documento, que debería ir al ayuntamiento para esa gestión y presentar fotocopia y original, la negra se lucía hablando más despacio, a la par que más alto. Tal vez para demostrar a la civilizada sociedad occidental que su modo de hablar se debía más a una cuestión fisiológica de su aparato fonador que a fundamentos culturales.<br />
<br /></div>
<div align="JUSTIFY">
Una princesita de tres años, vestida con un vestido vaquero corto y unos leotardos verdes, tironeaba de la manga de su padre con gesto compungido.<br />
<br /></div>
<div align="JUSTIFY">
—Porfa… —suplicó la niña con voz de gatito.<br />
<br /></div>
<div align="JUSTIFY">
El padre no fue capaz de salir de la inexpugnable torre de preocupaciones que unos papeles en la mano provocaban.<br />
<br /></div>
<div align="JUSTIFY">
Un matrimonio mayor, próximo a la edad de la jubilación, no apartaban la mirada de la niña y de sus botas de agua rosa chicle. Tal vez envidiaban la inagotable vitalidad del angelito, que hacía mover las botas en todas direcciones; o simplemente les irritaba que el padre no reprendiera a la niña por saltar con tanto brío a su lado.<br />
<br /></div>
<div align="JUSTIFY">
Más atrás, y de pie, dos mujeres sudamericanas ceñían sus respectivas caballeras con una goma, y sendos torsos con unas mallas de licra. El frío no les impidió que lucieran tipo tan poco televisivo. Hablaban en murmullos apenas inaudibles, y sus ojos evitaban todo contacto visual.<br />
<br /></div>
<div align="JUSTIFY">
Sentado justo enfrente de las chicas, un chico con el pelo de los parietales al uno escuchaba música con auriculares desde un teléfono móvil. Llevaba el ritmo de la música con las piernas, agitando de un modo frenético a los infelices que compartían asiento en la misma fila.<br />
<br /></div>
<div align="JUSTIFY">
—¡Qué! …¿Qué pasa? —repetía de vez en cuando si notaba que alguien le miraba mal.<br />
<br /></div>
<div align="JUSTIFY">
Un obrero de la construcción se paseaba en círculos con pasos muy pequeños, tampoco podría pasearse de otro modo en aquella sala. La parte entretenida era cuando llegaba a la puerta de la calle y al acceso a las mesas, porque siempre había gente que entraba o salía; y parecía buscar el bloqueo para iniciar una conversación que nunca se producía.<br />
<br /></div>
<div align="JUSTIFY">
Como era de esperar, una señora que estaba al lado de Tomás se levantó cuando todavía no era su turno… ¡Ni ella, que era mujer, aguantó el perfume que irradiaba su cara! Se sentó a su lado un joven muy delgado, el mismo que unos minutos antes había dicho, casi gritando:<br />
<br /></div>
<div align="JUSTIFY">
—Mira, te lo expliqué antes pero no me importa explicártelo otra vez. Estos números son tu dni o lo que tengas, éstos tu turno y esto la hora … ¿entiendes?<br />
<br /></div>
<div align="JUSTIFY">
La negra asentía con la cabeza, pero sus ojos desmentían justo lo contrario.<br />
<br /></div>
<div align="JUSTIFY">
Con la misma prepotencia con la que se sentó, a los diez segundos se levantó.<br />
<br /></div>
<div align="JUSTIFY">
—¡Joder con el ambientador de los cojones! —exclamó.<br />
<br /></div>
<div align="JUSTIFY">
Y dirigiéndose a Tomás añadió: <br />
<br /></div>
<div align="JUSTIFY">
—¿No te molesta?<br />
<br /></div>
<div align="JUSTIFY">
De pronto Tomás experimentó un cosquilleo que caracoleaba en el coxis, que a medida que ascendía vértebra a vertebra revelaba nuevas sensaciones de vida en un cuerpo aletargado por el desánimo y la tristeza. Cuando el cosquilleo llegó a la cabeza, sus órganos de percepción vibraron al unísono. Ojos, oídos y nariz revelaron una percepción del mundo diferente… y extraordinario. Tanta dicha acumulada en su cabeza amenazaba por estallar. Tomás suspiró, notando como emergían haces de luz en las cosas que se fijaba. <br />
<br /></div>
<div align="JUSTIFY">
Y así, de las botas de la niña brotaron unos rayos rosa palo, vibrantes, que se extendían como fuegos artificiales por la sala pero a cámara lenta. De la señora del chaquetón de leopardo brotaron chispas moradas que parecían saltar del jersey cada vez que se movía…<br />
<br /></div>
<div align="JUSTIFY">
Lo gracioso de la situación, es que no sólo lo percibía Tomás. Cuando la niña descubrió que los bonitos rayos rosas salían de sus botas de agua, bailó sin descanso para que la luz no se apagara. Los abuelitos enfurruñados vitoreaban ahora a la niña:<br />
<br /></div>
<div align="JUSTIFY">
—Ole, ole, ole, ole… —decían entre rítmicos aplausos.<br />
<br /></div>
<div align="JUSTIFY">
Tomás cayó en la cuenta que la sala de espera no tenía hilo musical, que el único instrumento para emitir canciones lo acaparaba el joven que sólo sabía decir "¡qué! …¿qué pasa?". Entonces los auriculares cayeron de las orejas del muchacho, y los berridos inconfesables, que por un instante se apreció, se transformaron en una bonita canción de moda que Tomás había oído cuando se dirigía a la oficina de empleo.<br />
<br /></div>
<div align="JUSTIFY">
La canción parecía salir de todas partes… La negra del chaquetón empezó a mover el culo con gracia, y sus chispas moradas saltaron de nuevo por la sala. El vigilante acabó por bailar con ella.<br />
<br /></div>
<div align="JUSTIFY">
—¡Qué más da la fotocopia o el original! —gritó en un arrebato espontáneo de alegría.<br />
<br /></div>
<div align="JUSTIFY">
Las sudamericanas se habían soltado el pelo, y subidas a unas sillas, como espectaculares go-gos, bailaron la canción mostrando al mundo unas sonrisas encantadoras.<br />
<br /></div>
<div align="JUSTIFY">
El obrero que andaba a pasos cortos ahora bailaba por la sala de espera, lanzando alternativamente los brazos a la izquierda y la derecha.<br />
<br /></div>
<div align="JUSTIFY">
—¡Vamos, chicos! —gritó con voz cascada de cazallero.<br />
<br /></div>
<div align="JUSTIFY">
Y el joven delgado y prepotente le siguió en una improvisada conga. Se le unió el antisocial del pelo cortado al uno por los parietales y el padre de la niña.<br />
<br /></div>
<div align="JUSTIFY">
Tomás notó que su rostro emanaba transparencias que flotaban en el aire, tenían forma de flores, todas diferentes, y su olor aterciopelado y meloso acariciaban el alma de tal modo que todo aquel que estaba en su radio de influencia odorífica, acabaría por sonreír. Todos estaban contentos, inexplicablemente felices.<br />
<br /></div>
<div align="JUSTIFY">
En la pantalla luminosa, al lado del número y la mesa, apareció una carita sonriente.<br />
<br /></div>
<div align="JUSTIFY">
—Es mi turno —anunció Tomás.<br />
<br /></div>
<div align="JUSTIFY">
—¡Ah no, usted no puede irse! —canturreó la señora que antes estaba sentada a su lado.<br />
<br /></div>
<div align="JUSTIFY">
Y empezó a menear sus pechos de izquierda a derecha, reforzando la negación de sus labios al ritmo de la canción.<br />
<br /></div>
<div align="JUSTIFY">
Tomás, con un repentino pudor, se rió por la situación tan ridícula que estaba viviendo. Una asistenta y una senegalesa reforzaron con sus pechos la incipiente barrera pectoral. Era como si presintieran que toda la felicidad que les embargaban desaparecía si Tomás se marchaba. Entre risas y ruegos logró sortear a las mujeres.<br />
<br /></div>
<div align="JUSTIFY">
Un funcionario sonriente le recibió con los brazos extendidos.<br />
<br /></div>
<div align="JUSTIFY">
—¡Cuánto honor! —se deshacía en elogios el hombre— ¡Seré la envidia de todos los compañeros! Por favor, tome asiento… ¿le apetece un café calentito?<br />
<br /></div>
<div align="JUSTIFY">
Tomás estaba abrumado.<br />
<br /></div>
<div align="JUSTIFY">
—No… no gracias —no estaba acostumbrado a tanta amabilidad de un extraño, y menos si era de un funcionario—. Yo venía para arreglar los papeles del paro…</div>
<div align="JUSTIFY">
<br />
—Veamos, se llama usted…<br />
<br /></div>
<div align="JUSTIFY">
—Tomás, Tomás Sánchez Garrido.<br />
<br /></div>
<div align="JUSTIFY">
Sólo tecleó unas cuantas veces sin apartar la mirada de la pantalla del ordenador<br />
.</div>
<div align="JUSTIFY">
—Hecho, ya lo tiene concedido…<br />
<br /></div>
<div align="JUSTIFY">
—Pero no ha visto los papeles que le he traído… No sabe cuál es mi número de la seguridad social…<br />
<br /></div>
<div align="JUSTIFY">
—No hace falta, hombre… Por cierto, he visto que tiene cotizado el mínimo exigido. Bueno, a veces surgen errores administrativos, y a usted no le importará cobrar el máximo, ¿verdad? ¡Vivimos tiempos tan difíciles! Venga venga, no me vaya a rechistar por una menudencia…<br />
<br /></div>
<div align="JUSTIFY">
—Pe… pero…<br />
<br /></div>
<div align="JUSTIFY">
—Y cuando se le agote la prestación, venga a verme personalmente —le ofreció una tarjeta con nombre y apellidos, teléfonos de contacto y email personal—. No hace falta que pida cita previa, ¿de acuerdo, campeón? Ya verá como todo se soluciona.<br />
<br /></div>
<div align="JUSTIFY">
Y se levantó de su silla para acompañar a Tomás hasta la salida. En cuanto apareció en la sala descubrió a la pareja de ancianos bailando break dance en el suelo. Todos reían y silbaban… Tomás se frotó los ojos, no podía estar sucediendo todo lo que pasaba. ¡Estaba durmiendo! Pronto sonaría la alarma del despertador y se prepararía para ir a la oficina del paro… Sí, esa era la explicación más lógica.<br />
<br /></div>
<div align="JUSTIFY">
En cuanto salió a la calle y recibió el frescor en la cara supo que no dormía, que todo era real, muy real… pero había algo extraño que retocaba el mundo por donde pasaba. Cruzó de acera, y esperó unos minutos, transcurridos los cuales corrió como una exhalación hacia la oficina del paro. La puerta se abrió, descubriendo la típica estampa gris de una sala de espera de un organismo oficial.</div>
<div align="JUSTIFY">
Nadie hablaba, todos estaban tristes, tensos o preocupados… De no ser por una niña de tres años, que le miraba con una gran sonrisa en la cara, habría creído vivir una alucinación.<br />
<br /></div>
<div align="JUSTIFY">
—Haz otra vez lo de la luz rosa, porfa —dijo con su vocecita de gato.<br />
<br /></div>
<div align="JUSTIFY">
—No molestes al señor —regañó su padre.<br />
<br /></div>
<div align="JUSTIFY">
¿Pero es que no se acordaba que apenas unos momentos antes bailaba una conga con un colgado y un psicópata? Las sudamericanas se recogían el pelo en una triste coleta, sin recordar siquiera la razón por la que se habían desmelenado. Y una señora de llamativo abrigo insistía en pasar para que le compulsara una fotocopia.<br />
<br /></div>
<div align="JUSTIFY">
—¡Qué…! ¿Qué pasa? —se oía la voz de un colgado al fondo.<br />
<br /></div>
<div align="JUSTIFY">
—Haz otra vez lo de la luz rosa —insistía la niña.<br />
<br /></div>
<div align="JUSTIFY">
—No seas pesada…<br />
<br /></div>
<div align="JUSTIFY">
Sólo entonces se acordó del mendigo del acordeón, de su limosna y del deseo que le regaló a cambio. Sólo entonces comprendió lo que estaba pasando, y que si hubiera deseado otra cosa nada habría sucedido… Sólo entonces llegó a la siguiente<br />
<br /></div>
<div align="RIGHT">
<strong>Conclusión</strong></div>
<div align="JUSTIFY">
"Soy un gilipollas… ¡Soy un gilipollas!"</div>
<br />
<div style="text-align: center;">
Fin</div>
</span><br />
<br />
<a href="http://www.mylivesignature.com/" style="clear: right; cssfloat: right; float: right; margin-bottom: 1em; margin-left: 1em;" target="_blank"><img src="http://signatures.mylivesignature.com/54488/98/713AEFD85B29DD7918CC9F7338B25450.png" /></a><br />
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<br />
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<br />
<br />
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<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgchSILtuxmCehELE6zf0OFH9PCVs7FARGG9fiFhIykohVHhyVThi8J75Y9EEDV1Iebs6t6q1EeWPqxiknPw2QsaeTRzwNHDMKWOcTbiL1lF4SSTTLEZ0TuD7czqpEV2ljKDAyGAhnV2d0/s1600/lamparalanzamiento%5B1%5D.jpg" imageanchor="1" style="clear: right; float: right; margin-bottom: 1em; margin-left: 1em;"><img border="0" height="257" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgchSILtuxmCehELE6zf0OFH9PCVs7FARGG9fiFhIykohVHhyVThi8J75Y9EEDV1Iebs6t6q1EeWPqxiknPw2QsaeTRzwNHDMKWOcTbiL1lF4SSTTLEZ0TuD7czqpEV2ljKDAyGAhnV2d0/s320/lamparalanzamiento%5B1%5D.jpg" width="320" /></a></div>
<br />
<br />
<div style="text-align: justify;">
Las voces destempladas de un español despechado son reconocibles en cualquier parte del mundo, incluso en medio del bullicio de un mercadillo árabe que se desmantela rápidamente.</div>
<div style="text-align: justify;">
</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
—¿Cómo que no tengo trabajo?—Gritó Antonio mirando el auricular con incredulidad—. ¿Me puedes decir, entonces, qué coño hago en Alejandría?</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Sujetaba uno de esos teléfonos que se pueden ver en las películas de los años ochenta, pero no estaba en una cabina, aunque el espacio que delimitaba un rótulo con caracteres musulmanes afirmara lo contrario. Eso sí, en el cartel acompañaba un logotipo muy sencillo de un teléfono moderno.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
—Te doy una pista —añadió Antonio más tranquilo—, tiene que ver con subirse a una escalera para colgar cortinas, muchas cortinas.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
—Siempre tienes una respuesta oportuna, ¿verdad? —Replicó Isabel—. Pero yo hace mucho que he dejado de creer en tus genialidades… Puede que estés allí, como dices, pero eso no cambia nada: trabajas un día, descansas veinte. Yo necesito sentir que tengo un hombre que se preocupa por mí y por mis hijos… todos los días.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
—Y me preocupo.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
—No, tú sólo te preocupas por ti mismo, por tus proyectos…</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
—No podemos sacrificar nuestros sueños, Isabel. No deberíamos envejecer sintiendo que no hemos hecho nada, que no queda más que el recuerdo desaborido de muchas tardes frente al televisor.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
—Nadie te ha apoyado tanto como yo… para que pudieras realizarte… Pero estoy harta de estar sola, harta de no poder comprarme unos zapatos… ¡Harta de pedir dinero prestado a mis padres!</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Una grabación, primero en árabe y después en inglés, advertía sólo a Antonio que, de no introducir más monedas, la comunicación se suspendería en unos pocos segundos.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
—¡No será necesario! No digo que vuelva rico, pero sí con un montón de pasta —dijo Antonio rebuscando una moneda en el bolsillo—. Y te compraré no un par, sino dos pares de zapatos… ¡Tres si quieres!</div>
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<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
La moneda pareció encasquillarse entre los tacos y tornillos que solía llevar en los bolsillos del pantalón.</div>
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<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
—No quiero sobornos para que todo siga igual…</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
—No te estoy comprando, sólo te estoy diciendo que te quiero.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
La mano derecha de Antonio estaba blanca por la presión que las estrecheces de un pantalón ajustado provocaban, pero tras forcejear con insistencia la sacó con una moneda entre los dedos.</div>
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<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
—Entonces me quieres muy poco, Antonio…</div>
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<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
El teléfono emitió unos pitidos intermitentes, que Isabel no oyó a pesar del silencio que guardó deliberadamente. Pretendía dar profundidad a sus palabras, y, al mismo tiempo, ofrecer una oportunidad, tal vez la última, de una réplica que nunca llegó. La moneda no encajó bien en la ranura y salió rebotada hacia la acera, hacia el interior de una alcantarilla.</div>
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<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
— ¡Nooo! —gritó Antonio.</div>
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<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
La moneda cayó hacia un fondo oscuro, entre los barrotes de la boca del sumidero, girando sobre sí misma, reflejando los rayos de una luna llena inmensa en un cielo oscuro y estrellado.</div>
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<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
A miles de kilómetros de esa calle del centro de Alejandría, ignorante de lo que se desarrollaba en el delta del Nilo, Isabel suspiró; terminó por colgar el auricular que parecía quemarle en las manos. Casi al mismo tiempo, Antonio dejó el teléfono en su lugar. El “click” que escuchó resultaba un sonido demasiado insignificante en comparación a lo que el maldito teléfono había sentenciado.</div>
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<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Sintió un escozor en los ojos… que poco tenía que ver con la arenisca que los vientos del sur traían del desierto; y una presión en la laringe, como si los músculos internos del cuello decidieran estrangular, por su cuenta y riesgo, todo deseo de vivir. Se olvidó de respirar, y, consciente de que las rodillas no le sostendría por más tiempo, se dejó caer hacia el suelo, apoyado contra la pared, para que el rozamiento frenara la brusquedad de la caída.</div>
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<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Una paradoja atormentaba el cerebro torturado de Antonio: regresaría a España con dinero, con el suficiente para superar los problemas que atravesaba su matrimonio, pero no retuvo ni una moneda en la mano que le permitiera abrir el corazón de su esposa.</div>
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<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
—Maldita moneda… —protestó, como si creyera que unos pocos gramos de metal eran los responsables del fracaso de su matrimonio.</div>
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<br /></div>
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Experimentó el deseo de recuperarla, no por lo que pudiera comprar, ni por tratar de realizar algún trabajo de magia negra con ella, que negó con un movimiento brusco de la cabeza; ni siquiera para llevarla a una fragua y fundirla, y así evitar la mala suerte a otros pobres hombres: Antonio quiso rescatar la moneda, porque representaba metafóricamente la llave que abría o cerraba la felicidad con Isabel. Entonces acercó la mano hacia el sumidero.</div>
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<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Paseó la mirada por el interior de la alcantarilla, y contra todo pronóstico, descubrió un fulgor metálico en el fondo. Sólo tenía que superar el obstáculo de la rejilla, para introducir el brazo y recuperar lo que legítimamente le pertenecía… aunque hubiera salido despedido de su mano. </div>
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<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Separó los barrotes de su emplazamiento y hundió la mano en un fango en el que se descomponía papeles de publicidad junto con otros desechos urbanos. Tanteó sin éxito el fondo con la punta de los dedos, sintiendo cosas viscosas que se movían… “¡Buf, aguanta macho!”, se dijo mientras retiraba la mano para reubicar el brillo y acotar la zona de búsqueda.</div>
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<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Tras varias tentativas finalmente los dedos tropezaron con algo duro y pulido. “¡Ya está, que difícil ha sido cogerte!”. Pero enseguida se percató que lo había encontrado en la alcantarilla no podía ser una moneda… era un objeto mucho más grande, y estaba prácticamente enterrado en ese fango. Antonio olvidó la moneda por un momento, necesitaba alimentar la curiosidad para no sentir otras emociones deprimentes.</div>
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<br /></div>
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Extrajo una pequeña lámpara de aceite, era un hecho extraño pero razonable, debido a que ese tipo de lámparas todavía se seguían vendiendo en los mercadillos. La que tenía en las manos podría haberse caído en una de esas desbandadas que se repetía día tras día, cuando los mercaderes recogen el género sin cuidado pero con celeridad; demostrando a los occidentales, y al mundo entero en general, su merecida fama de aparecer y desaparecer de la nada.</div>
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<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
La lámpara estaba sucia, y limpiarla resultó un gesto mecánico. “Sólo faltaría que tuviera un genio”, pensó Antonio mientras frotaba el cobre viejo de las superficies redondeadas.</div>
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<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Se dirigió hacia el hotel, para cuando llegó a su habitación la lámpara se presentaba sin mácula. Por más que había frotado, primero en una dirección, luego en otra, en círculos, en intervalos de dos o tres pasadas cortas, largas, mixtas… no consiguió nada extraordinario. No surgieron tormentas eléctricas a su alrededor, ni cortinas de humo que anunciaran la aparición espontánea de un genio.</div>
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<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
“Si en esta lámpara hubo una vez un genio, se ha mudado a otra mayor hace mucho tiempo… o con mejores prestaciones”. Antonio se rió ante su ocurrencia.</div>
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<br /></div>
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—Hay un gran desconocimiento sobre los genios… ¡Tal vez sean como los cangrejos ermitaños!</div>
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<br /></div>
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Sólo entonces se le ocurrió mirar en su interior: estaba lleno de tierra, arena prensada con diferentes desechos de origen industrial. “Si se me apareciera el genio, con toda probabilidad me concedería tres deseos”, reflexionó Antonio con los ojos vidriosos, mientras introducía un bolígrafo en la lámpara. “Aunque fuera un genio poco tradicional y sólo me concediera uno ya sería bastante”, consideró mientras removía el bolígrafo para aflojar los sedimentos. Se limpió un ojo, que amenazaba con manchar de tristeza su rostro.</div>
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<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
¿Quién no se ha planteado alguna vez esa hipotética situación? A lo largo de la vida de cualquier persona se podría observar una evolución de las respuestas, que todas se asimilan sorprendentemente a unas pocas.</div>
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<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Los niños hubieran respondido según sus necesidades más inmediatas, pero de un modo exagerado: una piscina de caramelos, árboles en los que en lugar de hojas crecieran billetes, tener unas botas mágicas que siempre marcaran gol…</div>
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<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Con los adolescentes la cosa cambia: desean ese atractivo insoportable para el sexo contrario, que con su sola presencia tuviera el poder para desquiciar el pensamiento; o el desarrollo portentoso de algunas capacidades, físicas o mentales, en función de las aptitudes del afortunado en cuestión.</div>
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<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Pero cuando se es adulto las necesidades son otras. Y aunque es muy grato una vida colmada de amor y sexo, con eso no bastaría para pagar la hipoteca, o las pensiones alimenticias de los sucesivos niños que el amor obsequiaría con cada nuevo matrimonio. Un adulto no desea amor eterno o súper poderes como un adolescente, y mucho menos tomar un baño de espaguetis con tomate. Un adulto necesita estabilidad, y el único modo que Antonio conocía para obtenerla era a través del dinero, de inmensas cantidades de dinero.</div>
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<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
“Pero incluso pidiendo un millón de euros, o cien, da igual, siempre podrían perderse”.</div>
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<br /></div>
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Es cierto, cuántos casos se han conocido de personas normales, más o menos cultivadas, que tras ser agraciados con un premio extraordinario han visto perder sus vidas, sin saber cómo remediar la soledad y la envidia que tanto dinero provoca. “Y si sólo fuera eso —pensó Antonio—, se pierden valores como los del trabajo y el esfuerzo…”, y descubren, tras muchos desengaños, que no encontrarán la felicidad bajo sábanas de seda, “ni en el fondo de una botella”, concluyó Antonio.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
¿Cómo evitar esta situación? ¿Cuál sería la mejor solución? “Genio, mi deseo es que me concedas infinitos deseos”, concluyó Antonio, preparándose por adelantado a una situación que su parte irracional se esforzaba en recrear. Al menos dispondría de un guardaespaldas mágico de por vida, soluciones a la carta las veinticuatro horas del día, siete días a la semana.</div>
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<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
“¿De verdad que no pediría una segunda oportunidad con Isabel?”. Pocos serían los que no sucumbirían a la tentación de “retocar” la relación con sus antiguas parejas, para que fueran incapaces de comprender el origen de su repentina e inagotable capacidad para disculpar toda falta, para que no fueran conscientes de su complacencia hacia nuestros deseos, por absurdos que resultaran. Antonio dejó de remover la arena del interior de la lámpara. Suspiró. Contuvo la tentación de encender su ordenador portátil y escribir un correo electrónico a su mujer.</div>
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<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Vació el contenido de la lámpara en una papelera, y con mayor determinación se dedicó a sacarle lustre con una toalla. Antonio acabó dormido en la cama, con la lámpara en una mano y la toalla en otra. En realidad había conseguido su propósito, se había distraído de un gran sufrimiento… Hoy había engañado a la tristeza, mañana sería otro día. Tal vez algo menos doloroso.</div>
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<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
—Me has llamado… después de tanto tiempo, alguien me ha llamado —anunció un musulmán de mirada franca, parecía un camarero de habitación que esperaba un encargo con timidez.</div>
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<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Antonio se acomodó en la cama sin abrir los ojos.</div>
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<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
—No he llamado a nadie… puedes irte…</div>
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<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Estaba adormecido, esa era la razón por la que aceptaba con naturalidad la presencia extraña de ese árabe en la habitación.</div>
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<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
—Mejor así… amo —contestó—. Siempre recordaré este día con alegría.</div>
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<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
¿Amo? ¿Es que estaban amenizando el sueño de los turistas con “cuentos de las mil y una noches”? Tal vez el actor no se había dado cuenta de que él también trabajaba en el hotel, de que era un simple obrero que dormía en las habitaciones más sencillas por convenio. Pero incluso en esos dormitorios se podía disfrutar de cualquier servicio de habitaciones, como el regalo de bienvenida que tanto éxito tenía entre los turistas occidentales.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Antonio se despertó, pero mantuvo los ojos cerrados para no romper el encanto del momento.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
—No, espera… dime qué puedes hacer por mí.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Ya que el actor se había confundido de habitación, podía disfrutar de su noche mágica sin problemas. Éste que hacía de genio interpretaba realmente bien, suspiró denotando cansancio, reflejando que el premio de una vida eterna condicionada a la servidumbre no compensaba.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
—Lo que sea, soy un peón del universo, una mano olvidada de Dios… </div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
—Te comprendo bien, colega. Yo también soy un “currito”,… un “machaca” que viaja por medio mundo por una miseria. Bueno, ¿y cuántos deseos me corresponden?</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
— ¿Cuántos? —el genio pareció ofendido—. ¿Por qué cuando se os regala algo siempre queréis más? Sois como bestias insaciables… todavía no habéis terminado de masticar el primer bocado cuando buscáis nuevos platos que devorar.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
El actor se estaba tomando demasiadas licencias. Suele suceder que los empleados que tienen un mal día se desahogan con los demuestran amabilidad o condescendencia. Ya le bajaría los humos después, ahora debía continuar con el protocolo.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
En realidad ya había escogido su deseo, pero ahora dudaba si endurecer el rol que le tocaba y pedir algo atípico y extraordinario, algo para lo que ese mentecato no tuviera una respuesta preparada.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
—Tengo problemas de pareja, creo que me ama… pero no lo bastante como para aceptar como soy. ¿Se podría hacer algo al respecto?</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
—Las mujeres no se enamoran del hombre que ven, sino del hombre que pueden llegar a ser… con su ayuda. Eso no lo puedo cambiar, pero sería fácil hacer que ella viera el hombre que quiere en ti, siendo como eres ahora. </div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
“Vaya con el genio… ¡encima me alecciona!”.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
—Tal vez no merezca la pena gastar tu ayuda en ella… ¡Hay tantas mujeres en el mundo!</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
—Pero sólo una es especial, una que haría que subieras al cielo con un cubo y una bayeta y limpiaras de nubes el firmamento, para que ella pudiera ver las estrellas. Por ella, yo renunciaría hasta mi propia vida…</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Antonio estaba cada vez más incómodo. </div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
—Bueno, tal vez no quiera una mujer especial… Tal vez las mujeres especiales me hayan agotado con sus exigencias, y una buena alternativa sea disfrutar de la compañía de miles de mujeres hermosas… ¿Podrías hacerlo?</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
—Espero que no sean todas al mismo tiempo… ¡Eso sí que podría ser agotador!</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Antonio rió con desgana, cada vez estaba más harto del genio y de su presunta magia.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
—Si ese es tu deseo, convertirte en un objeto sexual irresistible para las mujeres… Podría potenciar tus feromonas como nadie ha tenido desde el principio de los tiempos. Sería fácil, y para ti muy satisfactorio. Pero… ¿por cuánto tiempo? </div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
El genio mantuvo una media sonrisa en los labios.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
¿Es que siempre tenía que cuestionar los deseos, minimizarlos hasta reducir a polvo cualquier expectativa?</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
—Vale, vale. Me doy cuenta del poder que tienes sobre asuntos amorosos… ¿Y sobre dinero? ¿También tienes que tocarme los cojones para hacerme inmensamente rico?</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
—No es necesario, puedo hacer que sueñes con los números de una lotería… Y si ese fuera un modo aburrido de ganar una fortuna; podría hacer de ti un rey Midas, que todo lo que toques se convierta en oro…</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
—No te caigo bien, ¿verdad? —Interrumpió Antonio—. No te importaría que muriera de hambre.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
—No me dejaste terminar. Me refería a un rey Midas moderno, que todo negocio que emprendas fuera exitoso, muy exitoso…</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
— ¿Sería de los que cotizan en bolsa internacional?</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
—Si quieres, serías de los pocos que deciden las directrices de la economía mundial.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
—Comprendo, pero como al rey Midas acabaría muerto, ¿verdad?</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
—Me caes bien, eres un tipo listo. Piensa que en el Universo todo está perfectamente equilibrado, y que un gran movimiento en una dirección va a provocar una gran fuerza en sentido contrario… es como la resaca del mar. Puede suceder de mil maneras, un atentado a lo Kennedy, un avión que explota, un ataque al corazón…</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
— ¿Y sobre la salud? ¿Podrías evitar la enfermedad en mi vida?</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
—Por supuesto, ¿pero estarías dispuesto a pagar el precio de que todas las enfermedades que deberías padecer tú las sufriera alguien cercano a ti, como por ejemplo un hijo?</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
—Comprendo lo del equilibrio, y que la enfermedad no pueda desaparecer y que esa es la razón por la que otro deba sufrir por mí… ¿pero no podrías hacer que la sufriera alguien que no conozca?</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
—Es una cuestión de justicia, amigo. Los sentimientos de las personas son los brazos invisibles del pensamiento. Lo que a ti te corresponda se desviará a alguien que asuma la enfermedad, por afecto. Porque si me exigieras que enfermen otros acumularías sobre tus espaldas fuerzas más negativas de las que pretendes librarte.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
— ¿Y la vida eterna? ¿Podrías detener el envejecimiento de mi cuerpo?</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
—Desde luego, pero piensa que la idea de eternidad está asociada a la juventud… ¿querrías vivir eternamente con esos pequeños achaques en la espalda o en la rodilla, con un estómago que ya no puede con todo lo que tú comas?</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
— ¿Y hacerme joven? ¿Vivir en una eterna juventud?</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
—Podría, pera sabes que atraería desgracias, y en este caso las vivirías eternamente.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
—Eres un genio muy amable, al molestarte en explicarme las implicaciones de cada deseo. Para ti sería más fácil limitarte a cumplir los deseos.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
—Durante mucho tiempo así lo hacía, tal vez por envidia de la libertad que gozáis…</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
— ¿Libertad? Lo que tenemos se puede llamar de muchas maneras, pero créeme… libertad sólo es una palabra que utilizan los poderosos para encubrir la esclavitud a la que nos someten. Somos libres para comprar una casa, pero nos condenan a pagarla de por vida. Somos libres de trabajar en lo que queramos, pero en realidad acabas siendo mano de obra barata en algo que ni te gusta ni te realiza. Somos libres de viajar a donde quieras, pero en el mejor de los casos podrás ir al pueblo, a la casa de tu suegra… Y la lista podría hacerse interminable. Porque para que la sociedad se mantenga, nos provocan miles de deseos para hacernos felices, cosas que muchas veces ni necesitamos. Y así, a través de cualquier medio de comunicación, nos obligan a comprar cosas para ayudarnos a superar la tristeza, el aburrimiento, la soledad o la presión que la propia sociedad nos impone.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
—Comprendo —asintió el genio—. Pero dime… ¿Qué puedo hacer por ti?</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Antonio suspiró, antes de responder le miró directamente a los ojos.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
—Deseo, genio, que me concedas infinitos deseos. Así podré remediar sobre la marcha cada una de esas desgracias de las que me hablabas.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
El genio miró abatido al suelo, en las próximas décadas iba a tener mucho trabajo, o al menos parecía ese el motivo de su desánimo. Pero cuando Antonio escuchó una risa, cada vez más gutural y nerviosa, sospechó que había algo que ignoraba.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
—Infinitos deseos es lo que tendrás…</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Y volvió a reír el genio.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Antonio notó un extraño cosquilleo por todo el cuerpo, una repentina comprensión del Universo y la necesidad imperiosa de obedecer los designios de los hombres libres.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
— ¿Qué me está pasando? —gritó Antonio con una voz cavernosa, que provenía de los espacios siderales de la materia a escala molecular.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
—Has deseado tener infinitos deseos, te has convertido en genio, amigo mío —aclaró el genio—. Tendrás infinitos deseos, sí… ¡Infinitos deseos que escuchar y cumplir!</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
—No comprendo nada —mintió Antonio, ya que desde su nueva forma de existencia no había secreto que desconociera, pero todavía se resistía en aceptar su condición—. ¡No podemos ser genios los dos!</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
—Amigo, gracias a ti vuelvo a ser humano… ¡Ley del equilibrio!</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
—¡Noooo! —gritó Antonio mientras desaparecía por la pantalla de su ordenador portátil.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Las lámparas de aceite estaban bien para un pasado en que la humanidad vivía en penumbras, pero en plena era de las comunicaciones, un ordenador es mucho más útil: siempre tendría más oportunidades de encontrar a alguien… con muchos deseos que satisfacer.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
¡Cuidado con lo que se desea frente al ordenador!</div>
<br />
<br />
<br />
<div style="text-align: center;">
Fin</div>
<br />
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<br />
<div style="text-align: justify;">
Hola amigos, en esta entrada explicaré las razones de mi ausencia y los motivos por los que retomo mi amado blog.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Sólo unos pocos saben que tenía una tienda de cortinas. Pero nadie sospecha lo difícil que es llevar un negocio familiar en estos tiempos... El equilibrio entre lo que se cobra y lo que se paga no siempre es fácil; y esa fue la razón por la que también trabajaba para otras tiendas (no diré nombres, porque algunas son muy reputadas). Pero cuando la crisis hace mella y el trabajo no sólo escasea en mi tienda, sino en todas; la cosa se complica bastante. </div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Para resumir diré que perdí la tienda, y como las fichas de dominó cuando caen, mi casa, y con ella mi familia...Mi mujer cumplió bien la parte que decía "en la riqueza", pero cuando la pobreza amenazó con quedarse, descubrió que ya no me amaba... Casi 20 años, casi la mitad de mi vida con ella, para descubrir que el "contigo pan y cebolla" sólo sirve cuando se es joven.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Mis hijos son adolescentes, y eso significa (para quienes no los tengan) que cumple a regañadientes con sus obligaciones para luego salir escopetados con sus amigos o encerrarse en sus habitaciones. De modo que ya casi ni los veo, no tengo el roce del día a día, y mis días de visita son "cutres" porque no se me caen los billetes de las manos... y es un "rollo" pasear.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
En fin, no creo que sea muy difícil comprender que cuando pierdes tu vida estás a un paso de no querer lo que te queda de ella. Estos meses han sido muy duros para mi, y no sólo a nivel emocional, sino también en lo económico... ¡Si hasta la señora que me alquila la habitación me deja en la nevera, en mi parte (en la que sólo tengo un par de huevos y unas mandarinas) un sobre de jamón serrano!</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Bueno, me queda el consuelo de que cuando las cosas no pueden estar peor sólo pueden mejorar. He llegado a mi punto de inflexión. Y aunque todos los días salgo a buscar trabajo, también escribo. La literatura me ha devuelto la cordura. Bueno, la literatura y un sobrecito de azúcar de un café que invité a un tipo, para ganar unos minutos en los que pudiera venderme como trabajador.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
El sobrecito, que conservo en la cartera, tiene dos frases muy cortas. Dice textualmente: "Si luchas puedes perder. Si no luchas estas perdido". Próximamente publicaré esos relatos.</div>
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<a href="http://www.mylivesignature.com/" style="clear: right; cssfloat: right; float: right; margin-bottom: 1em; margin-left: 1em;" target="_blank"><img src="http://signatures.mylivesignature.com/54488/98/713AEFD85B29DD7918CC9F7338B25450.png" /></a><a href="javascript:print()">Imprimir</a>Federicohttp://www.blogger.com/profile/09622322698850736812noreply@blogger.com7tag:blogger.com,1999:blog-1746449439980993699.post-45818901487819270292011-08-10T21:08:00.005+02:002011-08-10T23:14:49.064+02:00El pianista (un relato de 680 palabras)<br />
<div></div><table cellpadding="4" cellspacing="4" class="tr-caption-container" style="clear: right; cssfloat: right; float: right; margin-bottom: 1em; text-align: center;"><tbody>
<tr><td style="text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjneSznZ9-TBepsl-QWSYpMRgavErlHplb3okhpigPGOCql3OZRcuSCKEBNPZPbNgLg1VpWnU1hdgXHn3GyF1c9Jql_bFDneD5nS0ta5yTcwdEg11yCojqkkLUFpl5J4H_MOBNkdhGqi78/s1600/Herbert_Draper_1900_The_Gates_of_Dawn.jpg" imageanchor="0" style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><img border="0" height="380" naa="true" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjneSznZ9-TBepsl-QWSYpMRgavErlHplb3okhpigPGOCql3OZRcuSCKEBNPZPbNgLg1VpWnU1hdgXHn3GyF1c9Jql_bFDneD5nS0ta5yTcwdEg11yCojqkkLUFpl5J4H_MOBNkdhGqi78/s400/Herbert_Draper_1900_The_Gates_of_Dawn.jpg" width="215" /></a></td></tr>
<tr><td class="tr-caption" style="text-align: center;"></td></tr>
</tbody></table>François Bacculard era un tipo refinado, culto a pesar de su origen humilde. Con mucho esfuerzo había conseguido completar los estudios de piano, y ahora que la prestigiosa Real Academia de música de París acreditaba su condición de maestro, suponía que encontraría trabajo sin dificultad.<br />
<div style="border-bottom: medium none; border-left: medium none; border-right: medium none; border-top: medium none; text-align: justify;"></div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="border-bottom: medium none; border-left: medium none; border-right: medium none; border-top: medium none; text-align: justify;">Tal vez podría conseguir sustento bajo la protección de un rico burgués, en una de esas familias repentinamente favorecidas. Porque no dejan de ser plebeyos que esconden, tras gruesos muros, a jovencitas que necesitan con urgencia formación en habilidades sociales, para que puedan permanecer con éxito en sociedad y, por añadidura, disfrutar de sus ventajas.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">—Dime que me amas… —susurró una bella señorita de pelo castaño, más con los ojos entornados que con los labios.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">El pianista forzó una sonrisa tímida a modo de respuesta, y se sentó en el escabel del piano con evidente incomodidad. Carecía del atractivo que podría provocar tales reacciones en las damas, y el virtuosismo de su arte todavía no era del dominio público.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">—Dime… que no puedes dejar de pensar en mí… —insistió una joven de cabello anaranjado, entre risitas irregulares.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">François Bacculard, sin despegar los labios, respondió frunciendo el ceño. Había escuchado rumores de que Antoine “Le rouge”, un pobre desgraciado que abandonó la academia, había conseguido encandilar a la baronesa de Vichy y que a pesar de tener los estudios incompletos, ejercía como profesor privado de música; que dormía en los cuartos de servicio, y hasta disfrutaba de los favores de alguna descocada sirvienta.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">¿Por qué razón no habría de conseguirlo él, que estaba mejor capacitado, que sus modales y conversación eran exquisitos?</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">—Acaso… ¿no somos hermosas, apetecibles a la vista, y que no dejarías, por lo tanto, de mordisquearnos con los ojos? —se interesó un ángel de cabellos dorados, mientras apoyaba un pie diminuto sobre el teclado, mostrando intencionadamente un tobillo y un poco más.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Tal vez quien necesitaba ejercitar habilidades sociales era el propio François Bacculard: apenas había tenido tiempo para vivir de tanto trabajar, estudiar y practicar con el piano. Le resultaba tan difícil responder a la muchacha, sin que pudiera ofenderla con adulaciones improvisadas o todo lo contrario, con frías palabras que menospreciaran a tan encantadoras jovencitas; que prefería permanecer en silencio, con el objeto de no comprometer su puesto de trabajo.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">—Dicen… —aseguró una joven que mostraba en un escote cuan generosa había sido la naturaleza con ella— que las manos de un pianista son capaces de acariciar de tal modo, que escriben poesía a través de los gemidos de su amada —añadió tomando la mano derecha de François con la clara intención de sosegar su agitado corazón con el tacto del apocado maestro.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Las demás jóvenes observaban con envidia contenida el atrevimiento de la muy dotada señorita. François Bacculard trató de serenar la respiración. Y con la mano libre que le quedaba se enjugó el sudor de la frente con un pañuelo.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">—Ay por Dios… por Dios… —farfullaba ininteligiblemente el pianista.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">—¿Quién podría conformarse con miradas inflamadas de pasión, si nuestras cinturas suspiran igualmente por caricias que sólo a ella vas a dar? —ronroneó con malicia la joven de pelo castaño, tomando la mano izquierda del pianista y dejándola petrificada en su cadera.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">François Bacculard trató de averiguar si estaban solos en la sala, incapaz de retirar las manos de dónde las jóvenes tan solícitamente las habían dejado; presentía que las circunstancias habían comprometido en exceso su honor. Las muchachas parecían salidas del pincel de Herbert Draper, y permitían una experiencia de amor, todavía no sabía por la intercesión de qué antigua divinidad, que muy difícilmente se repetiría sin su influjo.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">—¡Caballero! ¡Compórtese, por el amor de Dios! —gritó la madame irrumpiendo en la estancia— ¿No debería estar repasando las partituras? </div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Las chicas explotaron en un jolgorio de risitas y taconeos en un ir y venir por el escenario.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">—¡En dos minutos abrimos las puertas del cabaret! —recordó la madame—. Hoy no quiero fallos en la coreografía, y tú, François, a ver cómo te portas en tu primer día de trabajo.</div><br />
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<br />
<div style="text-align: center;">Fin</div><br />
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“…Ay por Dios… por Dios…”, seguía susurrando François Bacculard.<br />
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<a href="http://www.mylivesignature.com/" style="clear: right; cssfloat: right; float: right; margin-bottom: 1em; margin-left: 1em;" target="_blank"><img src="http://signatures.mylivesignature.com/54488/98/713AEFD85B29DD7918CC9F7338B25450.png" /></a><a href="javascript:print()">Imprimir</a><br />
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<a href="http://www.safecreative.org/userfeed/1106240027575" target="ee41fc65-8461-3a1f-ae5f-7d38b2d0b3eb">Registrado en Safe Creative</a><br />
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<div style="text-align: right;"><a href="http://www.safecreative.org/work/1108109839626" rel="cc:license" xmlns:cc="http://creativecommons.org/ns#"><img alt="Safe Creative #1108109839626" src="http://resources.safecreative.org/work/1108109839626/label/logo-72" style="border-bottom: 0px; border-left: 0px; border-right: 0px; border-top: 0px;" /></a></div>Pie de foto: "The Gates of Dawn" (La puerta de la Aurora), de Herbert Draper<br />
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<div style="text-align: left;"></div>Federicohttp://www.blogger.com/profile/09622322698850736812noreply@blogger.com11tag:blogger.com,1999:blog-1746449439980993699.post-66551905144988760752011-07-28T01:45:00.003+02:002011-07-29T14:58:49.825+02:00"Los peces de St. Vincent" (un relato de 1.930 palabras)<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"></div><br />
<div></div><div></div><div style="border-bottom: medium none; border-left: medium none; border-right: medium none; border-top: medium none; text-align: justify;"><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjYL8Xp0VgnvGFsI8qEXiUPgz_jqC10mSxw0_4KnM-xcAQcWhgVI6DmqsEoqJC43GZ9HSDQ5G2swg1P4H8AhH7T-Ib4zN0TauiWWXqGEQel1Xo04cvwuofRifZpDmVxycRnbGHBo0tA2No/s1600/220px-Goldfishes.jpg" imageanchor="1" style="clear: right; cssfloat: right; float: right; margin-bottom: 1em; margin-left: 1em;"><img border="0" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjYL8Xp0VgnvGFsI8qEXiUPgz_jqC10mSxw0_4KnM-xcAQcWhgVI6DmqsEoqJC43GZ9HSDQ5G2swg1P4H8AhH7T-Ib4zN0TauiWWXqGEQel1Xo04cvwuofRifZpDmVxycRnbGHBo0tA2No/s1600/220px-Goldfishes.jpg" t$="true" /></a></div>Matthew era hijo del predicador más influyente de los últimos treinta años, de la Iglesia Presbiteriana de St. Vincent, en Glasgow. No en vano George, su padre, se consideraba sino el mejor, al menos uno de los presbiterianos evangélicos calvinistas más rectos de la antigua Iglesia Reformada de Escocia. Demasiado honor para un hijo único, que apenas crecía bajo la sombra paterna.</div><div style="border-bottom: medium none; border-left: medium none; border-right: medium none; border-top: medium none; text-align: justify;"><br />
</div><div style="border-bottom: medium none; border-left: medium none; border-right: medium none; border-top: medium none; text-align: justify;">George extendió los brazos desde el púlpito de su iglesia, a pesar de que celebraba una misa vespertina y ordinaria. Lucía una casulla verde bordada con hilo de oro y, sobre los hombros, una estola del mismo color. Para George… todos los días eran domingo. </div><div style="border-bottom: medium none; border-left: medium none; border-right: medium none; border-top: medium none; text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">—No te preocupes, Matthew —anunció Dios, con una sonrisa que jamás ser humano hubiera contemplado—. Yo haré de ti un gran pescador…</div><div style="border-bottom: medium none; border-left: medium none; border-right: medium none; border-top: medium none; text-align: justify;"><br />
</div><div style="border-bottom: medium none; border-left: medium none; border-right: medium none; border-top: medium none; text-align: justify;">Normalmente, y a pesar de que el presbítero era un gran orador, capaz de mantener la atención con unos ojos que amenazaban rayos si intuía la formación de un bostezo, Matthew se perdía en pensamientos más mundanos durante la homilía. En esta ocasión, George sorprendió a su hijo inclinado en el respaldo del banco anterior, con la boca abierta y las pupilas contraídas… ¡Loado sea Dios, al fin había llegado a su corazón!</div><div style="border-bottom: medium none; border-left: medium none; border-right: medium none; border-top: medium none; text-align: justify;"><br />
</div><div style="border-bottom: medium none; border-left: medium none; border-right: medium none; border-top: medium none; text-align: justify;">—…¡Sí¡—Se arrancó en un arrebato de pasión—. Lo primero que tenemos que saber es… hasta qué punto el orgullo nos ciega y nos hace odiosos a los ojos de Dios… y de los hombres. Segundo; debemos conocer de cuántas maneras atentamos contra la humildad. Y por último, no olvidar actitudes y pensamientos para corregir tan desagradable defecto.</div><div style="border-bottom: medium none; border-left: medium none; border-right: medium none; border-top: medium none; text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">—Un pescador de almas… —insistía Dios, ignorando la palabrería de su ministro—. Por cierto, ¿sabes manejar una caña?</div><div style="border-bottom: medium none; border-left: medium none; border-right: medium none; border-top: medium none; text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">—¿Qué? </div><div style="border-bottom: medium none; border-left: medium none; border-right: medium none; border-top: medium none; text-align: justify;"><br />
</div><div style="border-bottom: medium none; border-left: medium none; border-right: medium none; border-top: medium none; text-align: justify;">Fue una respuesta automática, y dicha a media voz. Para ser una revelación divina no podía ser cierto lo que había escuchado.</div><div style="border-bottom: medium none; border-left: medium none; border-right: medium none; border-top: medium none; text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">—Digo —gritó George desde lo alto del púlpito— que no debemos olvidar que la práctica hace la perfección…</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">—¡Ja, ja, ja! —rió Dios, y nadie, aparentemente, parecía percibir la reverberación de su carcajada en la iglesia—. Ríete, hombre, ¿no ves que es una broma? </div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">—Sí, claro…</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">—¿Acaso alguien —tronó el presbítero mirando a su hijo— puede argumentarnos lo contrario?</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">—Je… je… —rió Matthew, casi con desgana. Más que una risa parecía una burla.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">—Habéis perdido el sentido del humor... —dijo Dios, tras lo cual chasqueó la lengua—. Habrá que hacer algo… ¡Ya sé! A ver, mueve la cintura como si tuvieras un “hula hop”.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">—¿Así está bien, Señor?</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="border-bottom: medium none; border-left: medium none; border-right: medium none; border-top: medium none; text-align: justify;">Lo que el pastor y la congregación apreciaron fue a un joven tímido con las manos en la nuca, agitando indecorosamente las caderas.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="border-bottom: medium none; border-left: medium none; border-right: medium none; border-top: medium none; text-align: justify;">—¡No! ¡No está bien! —rugió George enrojecido por la vergüenza.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="border-bottom: medium none; border-left: medium none; border-right: medium none; border-top: medium none; text-align: justify;">Dios desapareció, provocando que Matthew cuestionara el significado de su presunta omnipresencia; excitando con su marcha un sentimiento de soledad existencial hasta entonces desconocida.</div><div style="border-bottom: medium none; border-left: medium none; border-right: medium none; border-top: medium none; text-align: justify;"><br />
</div><div style="border-bottom: medium none; border-left: medium none; border-right: medium none; border-top: medium none; text-align: justify;">En la intimidad del despacho parroquial, el joven no tuvo dificultad en justificar su conducta al sacerdote. No sabía mentir, y además su credo recogía la creencia de que Dios había escogido a unos pocos mortales, de manera gratuita y generosa, porque estaban predestinados a ser hijos de Dios, incluso antes de la creación del mundo. Matthew no podía ser más que uno de ellos… El problema es que George no le daba el mismo crédito.</div><div style="border-bottom: medium none; border-left: medium none; border-right: medium none; border-top: medium none; text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">—¿Qué dios es ese que te hace bailar como una cabaretera para su deleite?</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">—Padre, nos estaba dando una lección de humildad… Nos está enseñando a reír de nosotros mismos.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">—Jamás he sentido tanto bochorno como el que me has hecho pasar… Si Margaret se hubiera levantado de la tumba, de buena gana habría vuelto a ella…</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">No solía hablar de su madre, pero cuando lo hacía era para condicionar la respuesta de su hijo. Juego sucio, incluso para un ministro de Dios.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">—…Ya hablaremos con más calma en casa. Prefiero ir solo, tengo mucho en lo que pensar.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Matthew prefirió caminar, respirar un poco de ese aire frío que baja de las tierras altas del norte, que tomar un autobús y llegar a un hogar vacío quince minutos después. Andando tenía al menos una hora para encontrar un poco de sentido a lo que había sucedido.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">—¿Por qué Dios, por qué no iluminaste a mi padre en mi lugar? Yo nunca he sentido su fe, ni soy capaz de trabajar como él lo hace… ¿Qué puedo aportar yo, que soy el más insignificante de entre los mediocres?</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Como señal, una farola perdió la luz cuando llegó a su encuentro. Una segunda, y hasta una tercera, quedaron ciegas a su paso. Matthew, con el pulso acelerado, ralentizó el paso. </div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Las dos primeras farolas volvieron a brillar cuando se había distanciado lo suficiente de ellas. Sabía que el azar dejaría de tener sentido, en el caso de que se apagara una cuarta… ¡Sabría que algo le acechaba! Pero quién, ¿Dios o el diablo? Matthew tragó saliva.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">“Dios no suele responder entre sustos… Quizás soy el peón olvidado de la eterna batalla entre el bien y el mal, y si antes se me apareció Dios… tal vez se me aparezca ahora Satán. ¡A lo mejor soy más importante de lo que parece”.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">La cuarta farola levantaba sus brazos en una intersección con otra calle un poco más comercial, con más transeúntes. De alguna manera, intuyó que de la masa emanaba el poder de disipar los temores irracionales de un individuo. Pero acaso, cuando estaba en la iglesia, ¿los feligreses impidieron la intervención divina, con su sola presencia?</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">A su derecha se abría un solar adoquinado, una plazoleta cerrada al tráfico rodado en cuyo epicentro se alzaba una pequeña fuente ornamental. Sus farolas anaranjaban los forjados de los balcones y unos peces que boqueaban en la superficie de la fuente. </div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Era una parada obligada, una acción casi mecánica, como la de santiguarse ante la simple contemplación de una cruz. Tal vez no podía ignorar la fuente porque había olvidado que cuando era pequeño su madre solía llevarle a esa placita, para que viera nadar a los peces de colores.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Hoy no se acercaría a las carpas doradas. Tenía que llegar a la cuarta farola. Su luz o su oscuridad representaban de una manera familiar una realidad que lo asustaba. “Las mentes sencillas necesitan de buenos referentes para comprender la realidad, de lo contrario, puede suceder que cuando se les indique una estrella se pregunten por el dedo que señala”, se decía Matthew.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Eran pensamientos que emergían en momentos de zozobra, palabras repetidas por un padre severo, o por el presbítero más influyente de la iglesia de St. Vincent, o por un padre presbítero severo e influyente; palabras marcadas a fuego para iluminar el camino correcto. Porque Matthew no tenía opción a equivocarse. </div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Matthew llegó al cruce, y casi con alivio la farola confirmó la respuesta a sus sospechas, pero no de la manera esperada. La luz parpadeó unos instantes antes de extinguirse…</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">—¿Esto es todo lo que sabes decir? —gritó Matthew mirando hacia el cielo—. ¿Farolas que se apagan? </div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Algún transeúnte cercano volvió la cabeza hacia el joven que regañaba al alumbrado público.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">—¡Farolas que se apagan! ¡Farolas que se apagan! ¡Farolas que se apagan! —cantó un coro de negros vestidos con túnicas de raso naranja fosforito, cerca, muy cerca del joven. Destacaba una joven obesa, de rostro alegre, por su increíble voz.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">—¡Ahh! —no pudo reprimir un estremecimiento que lo encogió hacia el suelo.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">—¿Estás bien, hijo? — se interesó una amable ancianita. El coro detuvo el baile y las palmadas, permaneciendo en un expectante silencio—. Sería mejor protestar en el ayuntamiento, aunque tampoco es muy seguro de que te vayan a escuchar…</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">—Sí, gracias… Estoy bien… creo…</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">—¡Creo! ¡Creo! ¡Creo! ¡Creo! —gritaron los negros en una sola voz, agitando las palmas hacia el cielo.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Matthew petrificó el asombro en la cara.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">—¿Pero es que no los ves? —gritó Matthew señalando al coro que se retorcía entre aleluyas. </div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">—Los porros se fuman tu cerebro en cada calada, ¿sabes?… —rompió repentinamente la ancianita, y continuó su camino. Nunca había entendido bien a los jóvenes.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Cuando George llegó a casa, encontró a su hijo inquieto, sentado en la puerta de casa. “Buen chico, algo atontado… pero buen chico”. Parecía mostrar arrepentimiento, justo el bálsamo que su viejo corazón endurecido necesitaba. De haberlo encontrado fumando, con una cerveza en la mano mirando el televisor… le hubiera excomulgado, expulsado de su casa y de la parroquia.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">—O sea, que ahora Dios se comunica a través de un coro Góspel… —resumió el presbítero, sentado en el rígido sofá capitoné de su salón.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Trataba de no ser cínico, pero las circunstancias no ayudaban demasiado… ¡La palabra de Dios a través de un coro Góspel! A él precisamente, que pertenecía a la estirpe más antigua del calvinismo anglicano, aceptar de buen grado una revelación incongruente de un puñado de patanes americanos se le hacía, cuando menos, inoportuno.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">George se lamentó en silencio, no dejaba de preguntarse en qué había fallado.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">—Comunicarse… lo que se dice comunicarse… más bien no —corrigió el joven—. Dios parece querer que reflexione sobre determinadas palabras.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">—Ese coro… ¿está ahora aquí, con nosotros?</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Matthew miró a su izquierda, después a su padre, de nuevo a su izquierda… Empezó a sudar.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Veinte o treinta negros, hombres y mujeres de todas las edades, apretaban sus túnicas naranjas unas contra otras en el estrecho espacio del salón. No perdían detalle de la conversación, mirando alternativamente a uno y a otro… esperando la palabra que los hiciera saltar y palmotear con alegría.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">—Sí… sí.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="border-bottom: medium none; border-left: medium none; border-right: medium none; border-top: medium none; text-align: justify;">—¿Y qué dice ahora?</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="border-bottom: medium none; border-left: medium none; border-right: medium none; border-top: medium none; text-align: justify;">—Nada…</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="border-bottom: medium none; border-left: medium none; border-right: medium none; border-top: medium none; text-align: justify;">—¿Nada? Dios te ilumina en mi iglesia diciendo que te hará pescador de hombres… ¿y ahora se calla?</div><div style="border-bottom: medium none; border-left: medium none; border-right: medium none; border-top: medium none; text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">—¡Ahh! —se estremeció de nuevo Matthew.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="border-bottom: medium none; border-left: medium none; border-right: medium none; border-top: medium none; text-align: justify;">—¿Qué, qué pasa? ¿Es Dios o el coro góspel?</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="border-bottom: medium none; border-left: medium none; border-right: medium none; border-top: medium none; text-align: justify;">—No, es mi pierna, que se me ha dormido…</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">George golpeó con un periódico el sofá, levantándose y dando por concluida la reunión.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">—Espera papá… —retuvo suavemente con una mano—. Dice la señorita, la más… —infló los mofletes con timidez— que vayamos a la fuente de los peces. Esa que está cerca de St. Vincent. Que allí encontraremos la respuesta a todas las preguntas.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">George concedió la última oportunidad, a pesar de que era tarde y que era poco amigo de las improvisaciones. Necesitaba creer en el milagro, más que por desmentir el hecho estadístico de que las apariciones y revelaciones divinas estaban claramente anticuadas, en desuso para la sociedad actual; era por la necesidad paternal de creer que su hijo estaba sano, que no era un desequilibrado más.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Subieron a un autobús que los dejaba enfrente de la fuente de los peces, sabiendo que dependiendo de lo que tardaran en encontrar las susodichas respuestas, tal vez tuvieran que regresar a pie… Un precio muy pequeño con respecto a lo que ganaban.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">—Bueno —dijo George—, ya hemos llegado. Veamos esos peces de colores.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">—Carpas, son carpas doradas.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Se sentaron en el borde de la fuente, escudriñando la superficie oscura del agua, tratando de sorprender los misterios del universo en las evoluciones erráticas de aquellos peces, que parecían pequeños fantasmas cuando se acercaban a la frontera de su mundo. Dos de ellos, los más grandes, permanecían estáticos frente a las personas que los observaban.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">—¿Por qué nos observan tan fijamente?</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">—No lo sé, tal vez quieran saber algo de nosotros.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">—Tal vez nos echen un poquito de pan…</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">—No te quepa duda, he tenido una revelación…</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">—¿Qué viste?</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">— Al ser más hermoso que pueda existir… ¡Le salía luz de entre las escamas! </div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">—¿De verdad? ¡Cuenta, cuenta!</div><br />
<br />
<br />
<div style="text-align: center;">Fin (los caminos del señor son inescrutables… je, je, je)</div><br />
<br />
<br />
<br />
<br />
<div style="border-bottom: medium none; border-left: medium none; border-right: medium none; border-top: medium none;"><a href="http://www.mylivesignature.com/" style="clear: right; cssfloat: right; float: right; margin-bottom: 1em; margin-left: 1em;" target="_blank"><img src="http://signatures.mylivesignature.com/54488/98/713AEFD85B29DD7918CC9F7338B25450.png" /></a><a href="javascript:print()">Imprimir</a></div><div style="border-bottom: medium none; border-left: medium none; border-right: medium none; border-top: medium none;"><br />
</div><div style="border-bottom: medium none; border-left: medium none; border-right: medium none; border-top: medium none;"> <a href="http://www.safecreative.org/userfeed/1106240027575" target="ee41fc65-8461-3a1f-ae5f-7d38b2d0b3eb">Registrado en Safe Creative</a></div><div style="border-bottom: medium none; border-left: medium none; border-right: medium none; border-top: medium none;"><br />
</div><div style="border-bottom: medium none; border-left: medium none; border-right: medium none; border-top: medium none; text-align: right;"><a href="http://www.safecreative.org/work/1107279759680" rel="cc:license" xmlns:cc="http://creativecommons.org/ns#"><img alt="Safe Creative #1107279759680" src="http://resources.safecreative.org/work/1107279759680/label/logo-72" style="border-bottom: 0px; border-left: 0px; border-right: 0px; border-top: 0px;" /></a></div>Federicohttp://www.blogger.com/profile/09622322698850736812noreply@blogger.com5tag:blogger.com,1999:blog-1746449439980993699.post-49481851721217262462011-07-03T17:45:00.008+02:002011-07-12T20:41:30.558+02:00"Onda vital" (un relato de 1.184 palabras)<div></div><div></div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;"><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgPsdUBQ0sEaXcksAO6CVQmS3D03LtZyH4rFS9C5DVyj0BZlUDrjUy4gNc0dcJHVLTeeJrVTeB7uK3bQSsSkUtoKBqp5rt86X1D_fn_HJKm3mkWvnnMxn8njgZirlt8AdW8qsUvhcz8UXw/s1600/onda_MadEigner+gordiwanarts.com.jpg" imageanchor="1" style="clear: right; cssfloat: right; float: right; margin-bottom: 1em; margin-left: 1em;"><img border="0" height="300" i$="true" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgPsdUBQ0sEaXcksAO6CVQmS3D03LtZyH4rFS9C5DVyj0BZlUDrjUy4gNc0dcJHVLTeeJrVTeB7uK3bQSsSkUtoKBqp5rt86X1D_fn_HJKm3mkWvnnMxn8njgZirlt8AdW8qsUvhcz8UXw/s400/onda_MadEigner+gordiwanarts.com.jpg" width="400" /></a></div>Kiko se hacía mayor. Pero no porque le gustara por igual la cantante Britney Spears y los dibujos animados de “La bola del dragón”, una saga japonesa de los años noventa; sino porque estaba a punto de comprender que el dolor y la enfermedad, aunque no se expresaran, existen igualmente; que su latido silencioso corrompe toda alegría de vivir, incluso en los que mejor disimulan. Se iba a hacer mayor, a pesar de tener casi diez años…</div><div style="text-align: justify;"></div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">—Julen, ¿qué le pasa a tu madre, por qué lleva hoy gafas de sol?</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">No respondió, parecía más interesado en el desarrollo de la batalla que Son Goku lidiaba contra Vegeta, su eterno rival, en el televisor.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Kiko le golpeó con un puño en el brazo.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">—Aaah… —protestó con desgana Julen— ¡Yo que sé, ha dicho que hoy se levantó con una conjuntivitis o algo así!</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">—Bueno tío, me voy a merendar…—dijo Kiko.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Y ejecutó una extraña pirueta en la que juntaba las manos, por delante de la cara, al tiempo que flexionaba las rodillas inclinando el cuerpo hacia el frente.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">—Oooooondaaa…—añadió llevando las manos hacia atrás, juntando las muñecas en un ángulo de noventa grados.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">—¡No! ¡Hoy no estoy para juegos! —advirtió Julen.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">—¡Vitaaaaal! —gritó Kiko desoyendo toda súplica.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Kiko asestó un golpe certero, con ambas manos, en el pecho de su amigo, que cayó de culo en el sofá… ¡Fantástico, había ejecutado la mejor “onda vital” de su vida! No permitiría que semejante hazaña quedara en el olvido tan fácilmente.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">—¿Veis por qué no me gustan esos dibujos? —dijo Yolanda, la madre de Julen, desde la puerta de la cocina. </div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Los cristales oscuros de las gafas ocupaban media cara. Su mirada, y por lo tanto el reproche, se perdía en tierras sin luz… que niños como Kiko necesitan ver para comprender su sentido. ¡Je! Ni uno solo de los amigos del colegio se quedaría sin conocer la increíble “onda vital” que había ejecutado; y se reirían a carcajadas, obviando detalles como que Julen sufría un ligero retraso intelectual y que padecía de enanismo.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">—Adiós —se despidió Kiko con prisas, reprimiendo una risotada.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">La mochila de Kiko quedó olvidada entre los cojines del sofá. De una manera literal sus libros se habían volatilizado, sólo los recordaría media hora después cuando encendiera el ordenador para chatear en “tuenti”, y su madre le exigiera el cumplimiento de los deberes, como condición previa para disfrutar de su tiempo libre.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">No importaba. Kiko y Julen eran vecinos de la misma urbanización, unos pocos portales no suponían ningún esfuerzo, y menos cuando tenía urgencia por relatar la proeza de hacer volar a Julen por los aires. La carrera le provocó una respiración entrecortada, fue consciente de ello cuando oprimió el botón del timbre.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">La puerta se abrió con la desgana del que no espera nada, detrás apareció una Yolanda demacrada, sin gafas, sin pelo… con una mancha negra debajo de un ojo. ¡Esa no podía ser la madre de Julen!</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">—¡Uy, Kiko, si no te esperaba! —se excusó avergonzada por su aspecto.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">El tono pretendía ser jovial, desenfadado, como si nada de lo que hubiera visto el niño fuera verdad. Kiko se quedó sin aliento, como si repentinamente hubiera descubierto un fantasma o un zombi, y el mero roce de ese muerto viviente pudiera contagiar el cáncer que se relamía en los restos de unos pechos extirpados. </div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">La mujer ocultó la cabeza con un trapo, pero dejó la coronilla sin cubrir; tal vez porque no se la veía, o simplemente porque carecía de la habilidad de arroparse la cabeza.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">—Se me ha olvidado la mochila…</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Kiko comprendió de repente porque Julen estaba más triste y ausente que nunca, comprendió la razón de las visitas a tantos médicos, que a veces le impedían jugar con su amigo… La madre de Julen se moría lentamente. Yolanda lo sabía, Julen lo sabía… lo sabían todos menos él. Una lágrima resbaló hacia el suelo. Sin mediar palabra tomó la mochila y se marchó con la cabeza baja.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Se encerró en la habitación… Ya no quería chatear con nadie, no tenía nada de lo que vanagloriarse. Pero persistía en su cabeza la imagen de la “onda vital”. Era una idea que ahora le avergonzaba, que de tanta energía como tenía, positiva primero y negativa después, levantaba ampollas en el pensamiento. </div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Sin saber muy bien por qué, se orientó hacia la casa de Julen, y cerró los ojos. Reconsideró mejor la situación y los volvió a abrir. Apartó una silla, un monopatín, unos zapatos; dejando la zona central de la habitación despejada. Cerró nuevamente los ojos, y con movimientos pausados pero certeros atrajo hacia sus manos una porción de la energía del Universo.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Se imaginó a sí mismo en la habitación, con la mochila todavía sin abrir a un lado, con las rodillas flexionadas y el cuerpo hacia atrás, tratando de contener la energía que se acumulaba en sus palmas unidas por las muñecas. Una luz brillante chisporroteaba entre los dedos, creciendo cada vez más, haciendo que el resto de la estancia quedara a oscuras.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">—Ooooooooondaaaaa…</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Era una bola de energía pura, y como tal podría ajustarse a un fin determinado… Como destruir el cáncer que mataba a Yolanda. Sí, la bola viajaría atravesando paredes, sin impactar sobre ellas, sin gastar ni una millonésima parte de su energía, para explotar finalmente sobre esa pobre mujer. Cuando el polvo se disipara, y Julen aturdido se preguntara qué es lo que estaba pasando, descubriría a su madre de pie, sonriendo como solía hacer antes de la enfermedad.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">—…¡Vitaaaaal!</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Unos instantes después, unos golpecitos tímidos sonaron en la puerta de su habitación. No pedían permiso para entrar, sólo advertían la entrada inminente de un adulto.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">—¿Estás bien, hijo? —se interesó su madre.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Le había oído gritar entre juegos muchas veces, incluso cuando lo hacía jugando a “La bola del dragón”. Pero siempre eran gritos alegres, guasones… En esta ocasión casi parecía un lamento, un llanto. </div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">—Sí mamá.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Le había interrumpido, Kiko no terminó de visualizar el impacto de la “onda vital”.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">—Por cierto —añadió el chaval antes de que su madre cerrara de nuevo la puerta— es posible que me oigas otra vez… Pero no es nada malo, de verdad…</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Una madre sabe cuándo debe conceder un tiempo y un espacio, sin hacer preguntas, sin molestar. Y a pesar de que, en aquella tarde, se sobresaltó tres o cuatro veces más con los gritos de “onda vital”, no intervino. Cuando Kiko entró en la cocina, y la abrazó desde atrás, supo que su hijo lloraba en silencio.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Aceptó el abrazo sin preguntar, sabía que algún día Kiko contaría lo que ahora callaba.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">—Sabes, cariño, que siempre puedes contar conmigo… para lo que sea.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Se apretó contra ella más fuerte; como si, abandonando el abrazo, temiera dejarla desprotegida ante cualquier enfermedad.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">—Ya está, cariño. Ya pasó, mi niño.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Unos días después, encontró a su amigo Julen feliz, con una gran sonrisa en los labios.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">—Aunque repitieron las pruebas varias veces, los médicos dicen que se habían equivocado… ¡Mi madre no tiene cáncer! —dijo sin dejar de sonreír.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Kiko le devolvió la sonrisa.</div><br />
<br />
<br />
<div style="text-align: center;">Fin</div><br />
<br />
<a href="http://www.mylivesignature.com/" style="clear: right; cssfloat: right; float: right; margin-bottom: 1em; margin-left: 1em;" target="_blank"><img src="http://signatures.mylivesignature.com/54488/98/713AEFD85B29DD7918CC9F7338B25450.png" /></a><a href="javascript:print()">Imprimir</a><br />
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<br />
<a href="http://www.safecreative.org/work/1107039593790" rel="cc:license" style="clear: right; cssfloat: right; float: right; margin-bottom: 1em; margin-left: 1em;" xmlns:cc="http://creativecommons.org/ns#"><img alt="Safe Creative #1107039593790" src="http://resources.safecreative.org/work/1107039593790/label/logo-72" style="border-bottom: 0px; border-left: 0px; border-right: 0px; border-top: 0px;" /></a><br />
<div style="text-align: right;"><br />
</div><div style="text-align: left;"><br />
<span style="font-size: x-small;">Pie de foto: La foto es de MadEigner y está extraído de la página web </span><a href="http://www.gordiwanarts.com/"><span style="font-size: x-small;">www.gordiwanarts.com</span></a><span style="font-size: x-small;"> </span></div><div align="left" style="text-align: right;"></div>Federicohttp://www.blogger.com/profile/09622322698850736812noreply@blogger.com8tag:blogger.com,1999:blog-1746449439980993699.post-28407152614674119422011-06-24T19:47:00.003+02:002011-06-25T02:31:21.904+02:00"Cien doncellas" ( un relato de 1.080 palabras)<div style="text-align: justify;"><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhpD0NzugeQgQooPRmUyeYwricHAK3vX5Z0dMhcp3sfvQjkmB1G9qzGyqSbzUYAXq3IovtwWjW3NJ4VaYf9rKv-56BRkBYlQu4hPGQ_ocyCheyD7M-3MaMeElP03WqBjUkNW6WI6HPHZqk/s1600/200px-Cross_Santiago_svg.png" imageanchor="1" style="clear: right; cssfloat: right; float: right; margin-bottom: 1em; margin-left: 1em;"><img border="0" i$="true" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhpD0NzugeQgQooPRmUyeYwricHAK3vX5Z0dMhcp3sfvQjkmB1G9qzGyqSbzUYAXq3IovtwWjW3NJ4VaYf9rKv-56BRkBYlQu4hPGQ_ocyCheyD7M-3MaMeElP03WqBjUkNW6WI6HPHZqk/s1600/200px-Cross_Santiago_svg.png" /></a></div>Recordad, señores, que hubo tiempos no muy lejanos en los que el oro andalusí brillaba al sol menos que su cultura… Recordad, nobles cristianos, que nuestra medicina ha sanado sus dolencias mejor que vuestros oscuros remedios fermentados. ¿Y qué me decís sobre la matemática, la astronomía, sobre el conocimiento profundo de las leyes del universo? </div><div style="text-align: justify;"></div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Poco podéis responder, vosotros, que todavía creéis que el cielo caerá sobre vuestras mezquinas testuces con los primeros truenos de una tormenta. Vosotros, que hacéis del sudor un aroma de seducción; que vestís con tanto cuero remachado que, de tirar de un carromato, se os confundiría con bestias de carga; que construís moradas de piedra, tan oscuras y angostas, como cuevas… ¿Creéis realmente que vuestras doncellas no apreciarán nuestro refinamiento, nuestro gusto exquisito por vivir? </div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Si hasta nuestras armas son diferentes, ligeras y afiladas alfanjes frente a grandes mandobles cristianos, ¿por qué no habría de serlo también el trato hacia la fragilidad de la mujer? El galanteo andalusí, señores, no fuerza el amor… A diferencia del cristiano, que tras la primera prenda ofrecida galopa por desiertos de pasión, el caballero andalusí crea oasis que explora sin prisas, en los que disfruta contemplar el reflejo de su rostro, y hasta el de las mismas estrellas del cielo, en la superficie de sus aguas. Decidme, pues, ¿quién son los bárbaros?</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Contestad ahora, ¿qué os impidió cumplir con el tributo? Si nuestros antecesores confiaban en el honor mutuo, y Abderramán I ayudó a Mauregato a tomar la corona del reino de Asturias, no podéis culparnos de que sus propios vasallos acabaran con su vida cinco años después… porque la deuda permanece, pero no así vuestro honor. Nunca entregaron las cien doncellas como pago a nuestros servicios. Cien jóvenes cristianas que Bermudo I postergó pagando con oro, y después Alfonso II, que negó todo tributo… </div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Recordad que el califato de Córdoba es el reino más poderoso de toda la península, que las razias que asolan vuestras aldeas en cada verano son poca cosa comparadas con una conquista. Y un reino bien vale cien doncellas, que ni siquiera deben ser todas de ilustre cuna; pues nuestro Emir Abu l-Mutarraf Abd ar-Rahmán ibn al-Hakam, Abderramán II como vosotros le llamáis, se contenta con cincuenta nobles y otras cincuenta plebeyas. ¿Por qué vuestro rey Ramiro persiste en agotar la paciencia y generosidad de aquel que Alá escogió para llevarnos a la gloria?</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">¿Acaso no sabéis que las doncellas de Simancas satisfacen su destino? Y aunque pretendan hacernos creer que fueron atacadas por unos bandidos, y que escandalizados de que pudieran acariciar a nobles moriscos les cortaron las manos; nosotros no ignoramos la ferocidad del cristiano, que son crueles incluso con los de su sangre.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">¿Dónde se perdió vuestro dios, que os abandona a la inconsciencia del instinto? Descubro, maravillado, cuánto significado tiene nuestra guerra santa contra el infiel. ¡Estas tierras necesitan tanto de nosotros! Pues, ¿qué queda de venerable en vuestras vidas? Nada, no hay pureza ni santidad. No tenéis luz ni conocimiento, ni poesía, ni ninguna otra disciplina que os guíe hacia la felicidad… </div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">¿Pero por qué no dejáis de reír? ¿Acaso podréis mantener la burla cuando vuestras cabezas descansen ensartadas en estacas? </div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Sois tan predecibles, siempre embistiendo de frente, en un solo grupo, para que el ataque no pierda contundencia. Creéis que la victoria se gana por número de jinetes, sin tener en cuenta que nuestros caballos son mejores, que en todo el mundo no los hay más agiles y veloces. Y presumís que las batallas se ganan por la fuerza de los brazos, y no con un poco de astucia y estrategia.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Y ahora que estáis atacando descubrís con estupor que no somos tan pocos como os han informado. Sí, soy capaz de sentir vuestro miedo. Ahora que veis una polvareda que se levanta por cada flanco, que vuela hacia vosotros con la ira de Alá; decidme… ¿es como un frío que se enrosca en la espalda?</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Sin duda, os habréis dado cuenta de que no es una opción la idea de dar media vuelta y buscar refugio en lo alto de la colina que vosotros llamáis Laturce. Por más atractivo que parezca lo contrario, es más honroso morir en combate que diezmado en retirada. Bien, bien. No esperaba menos de un séquito real.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">No habrá clemencia. En el tiempo que se tomen cualquiera de vuestros valientes en alzar la espada, tres de mis mártires le habrán desmembrado de toda extremidad superior. Porque sin brazos y sin cabeza es como realmente deberíais estar, para ser justos con vuestra auténtica naturaleza. </div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">¡Oh, pero qué es lo que veo! Un jinete solitario galopa hacia la batalla… Umh… No han comprendido todavía el significado de mártir. Únicamente les supondrá una muerte más, sin rendimiento ni beneficio. En mi tierra, la carrera de ese caballero cristiano se tacharía de estupidez. ¿De dónde habrá venido, por qué nadie le ha visto llegar?</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">No es del ejército, pues cabalga en un magnífico corcel blanco y no viste uniforme, y el pendón que luce en su lanza, una cruz roja, tampoco es el emblema del rey Ramiro. ¿Por qué no lleva ninguna protección? Es como si no tuviera miedo a morir, como si creyera que no puede morir. ¡Y cómo corre! Parece volar sobre una nube.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Veamos cómo acaba. Puede que sorprenda a unos pocos, pero sin duda caerá ante las armas de mis leales. No… no lo entiendo, el corcel parece encabritado, relincha sobre sus cuartos traseros, pero no veo caer al caballero. Mis hombres sucumben bajo el resplandor de esa espada maldita… Va dejando un reguero de sangre a su paso, y amenaza, él solito…, con acabar con todo el flanco izquierdo de mis tropas.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">¿Pero es que no tengo lanceros? Sí, pero están combatiendo en primera línea contra las fuerzas cristianas… ¿Pero es que mis capitanes no se están dando cuenta… de que están siendo exterminados… por… ¡un solo hombre!? Si no alcanzan al caballero cristiano… ¡que ataquen al caballo! Ya desmontado no tendrá ni tanta fuerza ni tanta arrogancia… Voy a empezar a gritar en cualquier momento… Bffff.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">—¡Señor, señor! ¡Noticias del campo de batalla! Al grito cristiano de “Santiago y cierra España” ha surgido un demonio de rostro muy dulce que nos bendice antes de matar… Los cristianos no dejan de gritar su nombre y nuestros hombres no paran de morir…</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">¿Todo esto por cien doncellas?</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">—¿Señor, señor?</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">…Por cien vírgenes, que tampoco importaba demasiado que no lo fueran…</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">—¿Qué hacemos, señor?</div><br />
<br />
<div style="text-align: center;">Fin</div><div style="text-align: center;"><br />
</div><div style="text-align: center;"><br />
</div><a href="http://www.mylivesignature.com/" style="clear: right; cssfloat: right; float: right; margin-bottom: 1em; margin-left: 1em;" target="_blank"><img src="http://signatures.mylivesignature.com/54488/98/713AEFD85B29DD7918CC9F7338B25450.png" /></a><a href="javascript:print()">Imprimir</a><br />
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<a href="http://www.safecreative.org/work/1106249531066" rel="cc:license" style="clear: right; cssfloat: right; float: right; margin-bottom: 1em; margin-left: 1em;" xmlns:cc="http://creativecommons.org/ns#"><img alt="Safe Creative #1106249531066" src="http://resources.safecreative.org/work/1106249531066/label/logo-72" style="border-bottom: 0px; border-left: 0px; border-right: 0px; border-top: 0px;" /></a>Federicohttp://www.blogger.com/profile/09622322698850736812noreply@blogger.com6tag:blogger.com,1999:blog-1746449439980993699.post-70309840233743365812011-05-31T21:57:00.004+02:002011-06-12T13:56:39.982+02:00Despierta... (un relato de 850 palabras)<div style="text-align: justify;"><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjfyjYj-wGNPbbGepd_e2BRvo__iM0FeFqGyTSDezoYx3plqSEbjBCTcgc_kAMBQhltmBvseFTy1ixMbwVNuVvsxcjltqQqib2EeujQREzasgG1DpKBiQ44_NKN5JvGabhjiaa-pzssdM0/s1600/portalcantabria.es.jpg" imageanchor="1" style="clear: right; cssfloat: right; float: right; margin-bottom: 1em; margin-left: 1em;"><img border="0" height="320" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjfyjYj-wGNPbbGepd_e2BRvo__iM0FeFqGyTSDezoYx3plqSEbjBCTcgc_kAMBQhltmBvseFTy1ixMbwVNuVvsxcjltqQqib2EeujQREzasgG1DpKBiQ44_NKN5JvGabhjiaa-pzssdM0/s320/portalcantabria.es.jpg" t8="true" width="231" /></a></div><em>Al principio percibió el rumor de unos tambores, tan lejanos que confundió con el propio latido de su corazón. No quiso abrir los ojos, aunque sabía que estaba despertando; porque no ignoraba cuan dura podía ser la vida y lo dulce que era soñar. Ni siquiera los brazos de “Amanecer”, su prometida, competían en bienestar. La inconsciencia que ronroneaba en sus pensamientos, era más complaciente y no exigía proezas para ofrecer sus dones.</em></div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">La mirada azul de Alejo se enturbiaba en los viajes largos, incluso cuando había descansado las horas necesarias la noche anterior. Debería considerar que conducir turismos no era tan peligroso como trasladar toneladas de sustancias químicas, porque en sus treinta y cinco años de conductor de camiones nunca se había dormido. Probablemente porque su esposa Alba siempre le preparaba un termo de café.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;"><em>“Ojos azules” se removió bajo la piel maloliente de un cérvido. La fiebre estaba bajando, quizás porque los dioses no querían la compañía de un muchacho. De pronto su corazón se aceleró, tanto que parecía retumbar en la cueva entera. El muchacho se retorció, tal vez moría y su alma marchaba a ciegas. Abrió los ojos y el ritmo frenético de los tambores cesó, dejando paso a un silencio que ensordecía.</em></div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Hoy había descubierto que era prescindible para la empresa, que sus jefes habían traspasado el negocio a otros que tuvieran más ganas de defender el patrimonio que esos holgazanes que llamaban hijos… Y Alejo enfermaba sólo de recordar las veces que había suplicado por su empleo.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">—¡Me quedan unos pocos años para jubilarme! </div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">—Razón de más para dejar hueco a los jóvenes… </div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">(Un zarpazo).</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">—Pero es que a mi edad nadie va a contratarme, y yo tengo gastos que pagar…</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">—Escribe una carta al presidente, yo no tengo la culpa…</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">(Otro zarpazo).</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;"><em>“Ojos azules” descubrió unas llamas encerradas dentro de un círculo de piedras cerca de sus pies. El crepitar de unos maderos infundió la dosis ajustada de realidad y paz a su delirio. Sin embargo, el rostro de un anciano, que abarcaba todo su campo visual, le arrebató la calma.</em></div><div style="text-align: justify;"><em><br />
</em></div><div style="text-align: justify;"><em>—Tu alma me pertenece… ¡Se la he ganado a los espíritus de la noche! —gritó el chamán agitando unos cráneos humanos por encima del muchacho, haciendo un sonido de cascabel a lo largo de su cuerpo</em>.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">¿Cómo anunciar a Alba semejante noticia, a ella, que siempre se jactaba de tener un marido tan trabajador? El único modo en el que podía pensar, después de tantos años de trabajo en la carretera, era conduciendo. Deformación profesional. Alejo viajó sin rumbo y sin tacógrafo, sintiéndose pequeño, ridículamente pequeñito, en su fiat punto.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Tras recorrer sin prisas unos cuantos pueblos de la periferia de la capital, lo único que consiguió dejar atrás fue su amor propio. Sintió que el mismo asfalto le repudiaba, que los demás conductores le miraban mal.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">—No estoy llegando a ninguna parte —se dijo Alejo en voz baja.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;"><em>—No… —susurró el muchacho.</em></div><div style="text-align: justify;"><em><br />
</em></div><div style="text-align: justify;"><em>Sabía que su corazón no había golpeado con fuerza el pecho, que su alma no quería abandonar el mundo de los vivos y que, por lo tanto, “Serpiente inmortal”, el hechicero, no había ganado nada.</em></div><div style="text-align: justify;"><em><br />
</em></div><div style="text-align: justify;"><em>—¡Despierta! —gritó el anciano acercando aún más las pinturas de su cara al joven</em>.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Alejo sintió un respingo en la espalda, notó que agarraba con fuerza el volante, como si repentinamente se hubiera dormido y se aferrara inconscientemente a la realidad. Supo que tan sólo había perdido la consciencia una fracción de segundo. Se estaba adormeciendo. Bajó la ventanilla de su lado y apagó la radio, el soniquete de unos tertulianos no ayudaba demasiado a mantenerlo despierto.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">—Joder con el viejo —masculló Alejo, recordando el rostro de un anciano que no había conocido en su vida.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Pudiera ser que hubiese visto una película o documental que no recordara y que luego proyectase su rostro desde la inconsciencia, porque nadie, ni siquiera en carnavales, se había disfrazado con pieles de lobo y abalorios de hueso colgados del cuello y las orejas. Y por más que lo intentó, no recordó a nadie que luciera con tanto orgullo sus arrugas.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;"><em>Entre sus arrugas, se dibujaban unos círculos rojos y negros, concéntricos alrededor de cada ojo. Y de la boca salían rayos, también rojos y negros. Entre el sudor de la faz del joven, se perfilaban unos cortes profundos y negros, de los que destilaban unos hilillos rojos. </em></div><div style="text-align: justify;"><em><br />
</em></div><div style="text-align: justify;"><em>Ambos conocían la verdad.</em></div><div style="text-align: justify;"><em><br />
</em></div><div style="text-align: justify;"><em>—No vas a morir… Te perderás en las brumas de los sueños que la gente olvida… Pero yo te buscaré a través de las nieblas del tiempo, te buscaré en los sueños… y te salvaré… ¡Despierta!</em></div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">“Ojos azules” no volvió abrir los párpados, pero Alejo los abrió tanto como sus cavidades oculares permitían. Se había vuelto a dormir… y le habían despertado.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Final feliz:</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;"><em>… con el tiempo justo para evitar un accidente.</em></div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Final realista:</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Se descubrió con parte de la grasa del motor esparcida por su cara, por unas facciones que sangraban, rojo sobre negro, como el muchacho de sus sueños; y un fuego a sus pies. Comprendió cuan dulce podía ser la inconsciencia, aunque fuera para siempre.</div><br />
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<a href="http://www.mylivesignature.com/" style="clear: right; cssfloat: right; float: right; margin-bottom: 1em; margin-left: 1em;" target="_blank"><img src="http://signatures.mylivesignature.com/54488/98/713AEFD85B29DD7918CC9F7338B25450.png" /></a><a href="javascript:print()">Imprimir</a> <br />
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<div style="text-align: right;"><a href="http://www.safecreative.org/work/1105319343486" rel="cc:license" xmlns:cc="http://creativecommons.org/ns#"><img alt="Safe Creative #1105319343486" src="http://resources.safecreative.org/work/1105319343486/label/logo-72" style="border-bottom: 0px; border-left: 0px; border-right: 0px; border-top: 0px;" /></a></div><div style="text-align: right;"><br />
</div><div style="text-align: left;"><span style="font-size: xx-small;">Foto tomada de </span><a href="http://www.portalcantabria.es/"><span style="font-size: xx-small;">www.portalcantabria.es</span></a></div>Federicohttp://www.blogger.com/profile/09622322698850736812noreply@blogger.com6tag:blogger.com,1999:blog-1746449439980993699.post-51342670023130670972011-05-19T19:54:00.002+02:002011-06-01T10:47:40.121+02:00Dejando huella (España profunda II) [Un relato de 1.270 palabras]<div></div><div></div><br />
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgOvPNxYAQRGWO0_91ZtW9WED-nktwEoKqV8C_MJj8r7nqMaYPf9TNYsRme-qqGD_qucei0SEy9Sdgms8wmTng1-QKObxhV8W8NMtwqD49bOB1Q4W8R_DaRk4ICLWgsiMolHHsfNCKcmZI/s1600/pelotas+verdes.png" imageanchor="1" style="clear: right; cssfloat: right; float: right; margin-bottom: 1em; margin-left: 1em;"><img border="0" height="257" j8="true" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgOvPNxYAQRGWO0_91ZtW9WED-nktwEoKqV8C_MJj8r7nqMaYPf9TNYsRme-qqGD_qucei0SEy9Sdgms8wmTng1-QKObxhV8W8NMtwqD49bOB1Q4W8R_DaRk4ICLWgsiMolHHsfNCKcmZI/s320/pelotas+verdes.png" width="320" /></a></div><div style="text-align: justify;">Sí, estoy atrapado; colorado como un tomate y sudando la gota gorda… ¿Que cómo he llegado a esta situación? Tal vez la responsabilidad última la tuvo mi madre, al dotarme de una educación por la que debía saber comportarme correctamente en cualquier circunstancia. O quizás sea la crisis, que me obliga adaptarme a una economía, digamos, más “económica”.</div><div style="text-align: justify;"></div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Sea lo que fuere, no lo sé muy bien, algo me empujó al poliderportivo de Valdemorillo (pero que mentirosillo soy, la explicación es más sencilla: en el único gimnasio del pueblo no me sentía demasiado cómodo —les invito a leer España profunda— y la voz de mi mujer se hacía eco con mayor fuerza en mi cabeza, “pagamos un poco menos por el gimnasio y además tenemos piscina,… piscina,… piscina”).</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">—Vale, vale. Ya te he oído —protesté por la insistencia de Eva.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">—Piscina,… piscina —seguía susurrándome al oído.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Cómo me gustaría estar ahora en la piscina. Está cubierta y dividida en calles por unos cables de acero recubiertos por unas piezas de plástico amarillo, que cuando nadas con estilo “libre” como yo, descubres, en manos y pies, que no tienen nada de blanditas. No importa. En este momento me encantaría compartir calle incluso con esos que te miran condescendientes, cuando detrás de ti se forma una caravana de nadadores resignados… ¡Pero si los hay que nadan con aletas en los pies!</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">—Y además tiene sauna —argumentaba Eva con voz sugerente.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Sí, amigos. Lo hizo, repitió “sauna” varias veces. Y aquí estoy, encerrado en un cubículo de paredes forradas de madera, sudando y resoplando por el calor seco que despiden unas piedras de un rincón. Es un espacio en el que caben con holgura cuatro personas, seis algo apretadillos; y, como era de esperar, reservado para los de tu mismo sexo.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Debe ser muy poco estimulante ver sudar a los del sexo contrario a tu lado… O tal vez sea todo lo contrario, y que las normas traten de impedir que te descubras atractivo bajo las gotitas de sudor que resbalan hacia la barbilla, para abortar el ritual del cortejo: ¿qué, nos hacemos una duchita de agua fría juntos? Porque, afortunadamente, no es necesario ir a los vestuarios para refrescarse: hay una ducha a la entrada de cada sauna.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Sólo tienes que apretar un botón en la pared y de la alcachofa sale un torrente de agua tibia, que se enfría en la medida que se usa. Lo ideal sería repetir el proceso de frío-calor varias veces, para estimular el sistema circulatorio y eliminar toxinas; pero en la práctica no aguanto más de dos duchas. Me entran un mareo y debilidad que como advertencias fisiológicas tomo muy en serio.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Normalmente la sauna está vacía, pero cuando llegas a la entrada y descubres unas gafas y un gorro de baño en el banco de enfrente de la ducha, sabes que no estarás solo detrás de la puerta. En esta ocasión, además, había unas aletas. Debían pertenecer al tipo que se hace tres largos y saca pecho mientras espera a que yo termine el primero. Sí, un pecho depilado que parece burlarse de sus homónimos pilosos.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Como yo apunto canas, y bastantes, y para más añadidura por el resto del cuerpo, en el último corte de pelo no detuve la máquina en la cabeza: su capacidad segadora me descubrió un cuerpo nuevo. Valeee, fue por los nadadores depilados de la piscina. Uno quiere pasar desapercibido, aunque bien pensado creo que ahora llamo más la atención, porque todos me conocen de vista, y a la vista salta que a mi imagen le falta algo… Suspiro en la sauna, dándome cuenta de que tal vez el culpable de mi situación sea yo mismo.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">—Hola —saludé al hombre que estaba sentado en el banco superior de la sauna.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Era el único hombre que hacía uso de la sauna, y no me agradaba la idea de sentarme en el banco inferior. Solamente podía sentarme enfrente de las piedras calientes o debajo de aquel tipo. En una opción me achicharraba demasiado la cara, y en la otra me calentaba la idea que pareciera estar insinuándome, de que él no apartara el ojo de mi culo… (Lo sé, los hombres somos un poco ridículos).</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Me senté a su lado (de igual a igual, ya sabes, que no haya nadie por debajo) y no cruzamos ni una palabra. Ni siquiera la clásica conversación de ascensor sobre el tiempo o sobre los resultados del último partido de fútbol. Y lo agradezco, sin duda me haría parecer mariquita el hecho de no entender de fútbol… Cómo explicar que a mí me gustan las plantas, que me estoy haciendo un huerto con sus zanahorias y sus calabacines…</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Al cabo de unos minutos el hombre de las aletas se despidió. A través del cristal de la puerta pude ver que no recogía sus cosas, y que poco después accionaba la ducha. Lógico, de poco vale una sauna si luego no te duchas con agua fría. Yo empezaba a necesitar refrescarme, de modo que en el momento que oí que no accionaba la ducha salí de la sauna.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Un culo apretado, musculoso y depiladísimo, trataba de contener en la base de la espalda los restos de jabón que bajaban de los hombros… No sé porqué se me antojó muy lubrificado. ¡Por todos los santos, que soy muy heterosexual! Regresé hacia la sauna más sofocado que antes. ¿Por qué diantres se tenía que duchar allí? ¿Y en pelotas?</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Pues nada, heme aquí, sin duchar, mareado, enrojecido por el calor y la vergüenza, rezando para que no entrara de nuevo en la sauna. ¡Joder mamá, podrías haber sido más flexible! ¿Y tú, Zapatero, qué habrías hecho tú si en mi situación te encontraras a Rajoy desnudo, llevándose el índice a la boca? En fin, cuatro minutos de disparates varios se me hicieron interminables.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Y más porque cada quince segundos me asomaba al cristal para ver si me esperaba agazapado en algún lugar de la estancia. Cuando finalmente se marchó… (¡ay que ver lo que tardan algunos en quitarse el jabón!) salí escopetado hacia la ducha. Juraría que el agua fría sobre mi piel provocaba un pequeño siseo y que se levantó una ráfaga de vapor.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">“Nunca más, nunca más” me decía sabiendo que me refería a que nunca más entraría sólo en una sauna. Mi hijo Alejandro también era socio del polideportivo, y a pesar de tener sólo doce años tiene una envergadura física próxima a la mía: ronda el metro ochenta. Sería, sin saberlo él, mi guardaespaldas una o dos veces por semana.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Me dirigí a los vestuarios, un intenso olor a colonia cosquilleó mi pituitaria. En el momento en que las taquillas se presentaron a mi vista el hombre del pecho (y trasero) depilado abandonaba la estancia. Vi que en uno de los armaritos descansaba un objeto verde, pensé en advertirle de un posible descuido. Pero deseché esa opción, podía ser un ardid para provocar un segundo encuentro (Lo sé, lo sé; los hombres podemos ser muy retorcidos en esto del amor).</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">¡Que le den por culo!, me lo quedaría yo: él me había hecho pasar un mal rato, y eso podía ser una justa compensación. ¿Qué sería? Podría ser un móvil muy pequeño, tal vez un reproductor de música o un mechero de gasolina. “Eau de oranges verts”, era un frasquito de plástico verde y estaba vacío. Vaya chasco.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">¿Por qué las colonias parecen mejores si están denominadas en francés? Me respondo al tener la certeza de que yo, jamás, me acercaré a un tipo perfumado con agua de naranjas verdes… y menos en una sauna.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><br />
<div style="text-align: center;">Fin</div><br />
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<a href="http://www.mylivesignature.com/" style="clear: right; cssfloat: right; float: right; margin-bottom: 1em; margin-left: 1em;" target="_blank"><img src="http://signatures.mylivesignature.com/54488/98/713AEFD85B29DD7918CC9F7338B25450.png" /></a><a href="javascript:print()">Imprimir</a> <br />
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</div><div style="text-align: right;"><br />
</div><div style="text-align: right;"><a href="http://www.safecreative.org/work/1105199256920" rel="cc:license" xmlns:cc="http://creativecommons.org/ns#"><img alt="Safe Creative #1105199256920" src="http://resources.safecreative.org/work/1105199256920/label/logo-72" style="border-bottom: 0px; border-left: 0px; border-right: 0px; border-top: 0px;" /></a></div>Federicohttp://www.blogger.com/profile/09622322698850736812noreply@blogger.com4tag:blogger.com,1999:blog-1746449439980993699.post-33257655035858566502011-04-10T21:24:00.001+02:002011-06-01T10:48:02.661+02:00España profunda (un minirrelato de 648 palabras)<div></div><br />
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiMdt789qvOi3GXfu4meNeMAkqICe5EdDiL9pggDpdftn-hV21s1BjJ4sFewj8z2-VmTE6oGXYlGcIYhL7YIiubavx4u-E6fyvICl7PpEGino3637w37rAY7lDfkUzL8o2qjKpqBXs-0Zo/s1600/gripe+porcina.jpg" imageanchor="1" style="clear: right; cssfloat: right; float: right; margin-bottom: 1em; margin-left: 1em;"><img border="0" height="282" r6="true" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiMdt789qvOi3GXfu4meNeMAkqICe5EdDiL9pggDpdftn-hV21s1BjJ4sFewj8z2-VmTE6oGXYlGcIYhL7YIiubavx4u-E6fyvICl7PpEGino3637w37rAY7lDfkUzL8o2qjKpqBXs-0Zo/s320/gripe+porcina.jpg" width="320" /></a></div>Verraco: cerdo macho que se utiliza como semental.<br />
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Era necesario, me dije mientras observaba a un gordo pavonearse con una gorra con la visera hacia atrás. Inevitable. Trataba de convencerme… ¿pero por qué retorcía las manos como los raperos? Desvié la mirada a un lado, los ojos azules del gordo me habían sorprendido. Se sentía fuerte, superior. Estaba en su elemento y yo no.<br />
<br />
La crisis, la maldita crisis, me repetía cerrando los ojos para no ver. La realidad resultaba demasiado grotesca. Apreté el ritmo de mis piernas, nada como el ejercicio aeróbico para quemar la ansiedad. Cuando los párpados se abrieron el gordo y su autosuficiencia rumana habían desaparecido. Lo que me encontré fue mucho peor.<br />
<br />
Concentrados en cuarenta metros cuadrados, seis magrebíes ocupaban distintos aparatos de musculación. Conversaban despreocupadamente en su lengua, expulsando unas carcajadas excesivas para los que no eran de su condición. No eran ellos los que atrapaban mi atención. Una camiseta roja repetía “soy español” en letras amarillas, tres veces a lo largo de un torso. Pertenecía a un tipo que me analizaba con descaro. <br />
<br />
Era evidente que me consideraba de los “suyos”, que yo no daba el tipo “sudaca”… ¡Será gilipollas! ¿Esto es lo mejor que puede ofrecer esta tierra? Sus ojos me traspasaban, como si repentinamente me hubiera espiritualizado y de mí no quedara más que la impresión del nervio óptico en sus retinas. No sé si quiero “ser español, español, español”. No en sus términos.<br />
<br />
No quise recrearme en unos rasgos que revelaban la complejidad emocional de una encina, uno de los árboles que conforman el paisaje de la dehesa serrana, y retomé con mayor denuedo los pedales de la bicicleta elíptica. Al menos ahora puedo permitirme pagar un gimnasio… Me pertrechaba en el vano intento de ver mi vaso medio lleno.<br />
<br />
Un resoplido profundo, gutural, como el de un animal que muere con desgana me sacó de mis pensamientos. Provenía de un banco inclinado, sobre el que estaba recostado un joven de pelo corto, autóctono a juzgar por su capacidad de construir frases con algún participio y siempre recortado. Normalmente se limitaba al participio como oración completa, y a veces, como alarde de expresividad, a la numeración de dos o tres participios seguidos. Insisto, siempre recortados.<br />
<br />
—¿Puedeh unoh kiloh máh? —le preguntaban.<br />
<br />
—Chupao…<br />
<br />
Y gimió de nuevo, exhibiendo un tatuaje en su brazo izquierdo, que cubría desde el hombro hasta el codo. Era más una sucesión de dibujos apretados, de un negro que reverdecía por la mala calidad de su tinta, que un diseño único… Lástima de brazo, me dije. Ese galimatías de sombras y trazos ocultaban un desarrollo espectacular de la musculatura. Y le obligaba a forzarse más, para compensar el tatuaje.<br />
<br />
—¡Vamoh, que tú puedeh! ¡Una máh! ¡Una máh!<br />
<br />
Y el aberroncho, juntando unas mancuernas descomunales sobre su pecho, resopló una vez más. Sabiéndose el centro de atención, dejó caer las pesas estrepitosamente contra el suelo y, con un berrido de ciervo en celo, obsequió con un cabezazo a un pilar que en nada le había ofendido. Entonces comprendí la razón de sus tatuajes, el sobre-entrenamiento y su auténtica naturaleza… <br />
<br />
Era de los que no soportan pasar inadvertidos, de los que venderían a su madre por salir en “Gran Hermano” y practicar “edredoning” con la rubia más “choni” del programa. Dónde me he metido, dónde me he metido… me decía sin oír las risas de mi hija y mi mujer.<br />
<br />
—Hola, Elena llamando a papá… ¿Hay alguien en casa?<br />
<br />
Así es mi hija, guasona y alegre. Justo lo que más necesito.<br />
<br />
—Que si sabes que significa “verraco” —recordó mi niña.<br />
<br />
Yo ya no recordaba de lo que habíamos hablado, pero la veía tan guapa, tan sonriente, tan primaveral en primavera, que no podía ignorar que… Un grito adolescente, que provenía de la acera de enfrente, interrumpió mi pensamiento. ¡Otro aberroncho!<br />
<br />
—Claro hija, estamos rodeados de ellos.<br />
<br />
<div style="text-align: center;">Fin</div><br />
<br />
<a href="http://www.mylivesignature.com/" style="clear: right; cssfloat: right; float: right; margin-bottom: 1em; margin-left: 1em;" target="_blank"><img src="http://signatures.mylivesignature.com/54488/98/713AEFD85B29DD7918CC9F7338B25450.png" /></a><a href="javascript:print()">Imprimir</a> <br />
<br />
<br />
<span style="font-size: xx-small;">Foto tomada del blog despiertaalfuturo.blogspot.com</span><br />
<div style="text-align: right;"><a href="http://www.safecreative.org/work/1104108945085" rel="cc:license" xmlns:cc="http://creativecommons.org/ns#"><img alt="Safe Creative #1104108945085" src="http://resources.safecreative.org/work/1104108945085/label/logo-72" style="border-bottom: 0px; border-left: 0px; border-right: 0px; border-top: 0px;" /></a></div>Federicohttp://www.blogger.com/profile/09622322698850736812noreply@blogger.com11tag:blogger.com,1999:blog-1746449439980993699.post-55598306905519466232011-01-19T23:57:00.000+01:002011-01-19T23:57:10.450+01:00"¡Jou, jou, jou!" (Un cuento de 2590 palabras)<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEh9ZiK5c4LOejcXnYhmEIfQct3el1xhPjJ6Ilsff8sFWtr8unqjqpOBQXqjqoNz3SAvc240Za5tsEsEecTd2S7YF6M5IE5MgvmlTMKb18OGfcYaGGH7C6X1YqXu8nyuf_OGkHnpWyMRDKU/s1600/santa-evil1.jpg" imageanchor="1" style="clear: right; cssfloat: right; float: right; margin-bottom: 1em; margin-left: 1em;"><img border="0" height="320" n4="true" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEh9ZiK5c4LOejcXnYhmEIfQct3el1xhPjJ6Ilsff8sFWtr8unqjqpOBQXqjqoNz3SAvc240Za5tsEsEecTd2S7YF6M5IE5MgvmlTMKb18OGfcYaGGH7C6X1YqXu8nyuf_OGkHnpWyMRDKU/s320/santa-evil1.jpg" width="259" /></a></div> Sí, estas simpáticas carcajadas sonaban con jota castellana, a pesar de que quien reía era un papá Noel con ascendencia germana. Y acompañaban su cadenciosa risa los golpes de badajo de una campana de mano. Jou, jou, jou. Clinck, clinck, clinck. Sabrina se estremeció. La navidad no empezaba bien en ese centro comercial, no si una niña de cinco años se asustaba de papá Noel.<br />
<br />
—No te asustes, tesoro. Sólo es un “Santa Claus”, como el que tenemos en casa encima de la chimenea… —aclaró Enrique, su padre.<br />
<br />
Sabrina, a pesar de que sabía que su papá no le engañaría, permaneció en un reticente silencio.<br />
<br />
—…El que tiene una llavecita en la espalda y se le enciende la nariz, ya sabes —insistió Enrique, que, a pesar del traje y la corbata, no dudó en poner muecas y gestos ridículos, imitando a un descabellado papá Noel robotizado.<br />
<br />
Ésta era un tipo de respuesta innata que padres e hijos de cualquier parte del mundo comparten: si los padres bromean, los niños no sienten peligro. Sabrina sonrió, y toda la inocencia se le escapó por los labios en forma de sonrisa… ¡Cuánta verdad palpita en la voz de los profetas del pasado! Si hasta un pobre diablo como Christian sentía erizar el vello de su piel bajo el disfraz de papá Noel.<br />
<br />
De inmediato sintió la necesidad de gratificar a la niña que le había obsequiado con una sonrisa tan hermosa. Creyó ocultar, tras la peluca y las barbas blancas, un presente oscuro de alcoholismo; una realidad de abandono y soledad que nadie desea. No importaba, podía “sorprender” a sus niños en cualquier niño, y ni siquiera un juez podría evitar que los amara, que los amara tan intensamente…<br />
<br />
—Toma bonita —la mano enguantada de Christian ofrecía caramelos de brillantes envolturas—. Todos éstos son para ti.<br />
<br />
Sintió escozor en los ojos, tal vez el sudor o alguna fibra sintética de la peluca se le cruzó en la mirada. Tal vez la derrota asaltaba sus intenciones, postrando párpados y corazones a su paso. Tal vez… <br />
<br />
Sabrina torció la boca, y negó, muy despacio, con la cabeza. ¿Quién, en su sano juicio, chuparía caramelos envenenados? ¿Quién se tragaría, en pequeñas dosis endulzadas, tristeza con sabor a naranja o rabia con sabor a limón? Los caramelos permanecían temblorosos sobre la palma de santa Claus, ahora expectante y ansioso.<br />
<br />
—¿No te gustan? —se interesó Christian, tratando de hablar despacio, incapaz de soportar un desplante más de sus hijos—. Tal vez te gusten más los de mamá, ¿verdad?<br />
<br />
Sólo entonces Enrique comprendió que ese papá Noel estaba bebido y que el saco que llevaba a los pies sólo contenía tragedia y fracaso familiar. <br />
<br />
—Vámonos, nenita. Se me ha olvidado comprar algo de pan para la cena.<br />
<br />
Estaba indignado, Enrique no podía permitir que ese hombre corrompiera el espíritu de cuántos niños pasaran por su lado. Apretó el paso todo lo que permitían los pasitos de Sabrina. Buscaba las oficinas del centro comercial para interponer la reclamación pertinente. La niñita no parecía entender qué sucedía, y menos aún cuando ya habían pasado de largo dos boutiques del pan.<br />
<br />
Cinco personas, que en realidad conformaban tres turnos, se encontraban al final de un pasillo estrecho y sin escaparates. Una madre con un niño pequeño, dos adolescentes de pantalón caído y un anciano malhumorado. Enrique confirmó la hora en su reloj de pulsera, bien podía esperar un rato.<br />
<br />
—Papi, ¿puedo jugar en este pasillo?<br />
<br />
Apenas había gente, y además, una niñita tan dulce como ella no podría molestar a nadie.<br />
<br />
—Desde luego, pero no salgas del pasillo.<br />
<br />
Ésta es otra de esas respuestas no aprendidas pero imprescindibles para el bienestar de un menor: acotar el espacio y que conozcan las razones de sus límites. La niña no preguntó por qué, y el padre sobreentendió que Sabrina, de cinco madurísimos años, conocía de sobra las razones de su advertencia.<br />
<br />
En seguida le tocó el turno a Enrique. Llamó a su hija, que estaba jugando en el suelo, para que le acompañara. Pero estaba absorta en sus juegos.<br />
<br />
—¿Vienes, ratoncita?<br />
<br />
—¿No ves que estoy ocupada… con un asunto muy importante?<br />
<br />
Los importantes negocios de su hija se limitaban a unos dedos que se movían como si fueran personas.<br />
<br />
—Está bien. No tardaré mucho, pero si tienes algún problema yo estaré detrás de esta puerta de cristal.<br />
<br />
Enrique sólo tenía que estirar un poco el cuello para comprobar que Sabrina seguía sentada donde la dejó. Tras rellenar un formulario confirmó, a través de la puerta, que su hija estaba bien. Lo único que pudo ver de ella era un pie. Suficiente. Pero no llegó a apreciar la música tintineante de una canción cantada por niños. Sabrina reconoció al instante “Mi burrito sabanero”, su villancico favorito, y como no, acudió al reclamo de esos niños tan felices.<br />
<br />
Corrió hacia la salida de ese triste pasillo, hacia el bullicio de esas calles artificiales de comercios y hamburgueserías. El aliento se le cortó en cuanto asomó la cabeza. Una locomotora, que echaba humo de verdad, se detuvo en seco. Aunque no iba muy deprisa, y era una réplica miniaturizada, de vagones sin techo para que los niños pudieran disfrutar de su paseo; podría haber sido atropellada de no ser por los reflejos del duende conductor.<br />
<br />
La cara de fastidio era evidente. Ni siquiera la sonrisa grotesca pintada en verde purpurina podía disimular el malestar del conductor. Tal vez se debiera a que el tren estaba diseñado para niños, y él como adulto, a pesar de no ser de gran estatura, no cabía bien y forzaba las rodillas hacia afuera.<br />
<br />
—Canta un villancico, niña —espetó el duende con voz ronca.<br />
<br />
Sabrina torció las comisuras de los labios para abajo.<br />
<br />
—Vamos niña: ¡canta un villancico! —insistió dulcificando un poco su voz áspera.<br />
<br />
¿Dónde estaba su papá? ¿Por qué no aparecía de repente y le salvaba de esa terrible criatura? Los niños que estaban sentados empezaban a impacientarse, se burlaban de ella con la lengua y con los dedos en las sienes.<br />
<br />
—Qué demonios… Vamos, te dejo subir sin cantar —intercedió el duende.<br />
<br />
Pero no obtuvo respuesta. El conductor dedujo que era una niña muy tímida, porque tampoco se apartaba de su camino.<br />
<br />
—¡Está bien!… La princesita necesita ayuda para subir y yo se la daré —dijo el conductor saltando de la locomotora.<br />
<br />
Levantó a la niña por la cintura y Sabrina perdió firmeza en los pies. Era como cuando su papá le tomaba con las manos por encima de su cabeza, sólo que en esta ocasión no se trataba de un juego y ese señor pintado de verde, no era su papá. Papá ni siquiera sudaba cuando le tiraba varias veces por los aires, y “eso” que atenazaba su cintura tenía el cuello y las axilas empapadas… ¡Le brillaba la frente! Y diminutas gotas decoloraban de modo desigual el verde intenso de su cara.<br />
<br />
—¡No! ¡Nooo! —gritó Sabrina desconsolada.<br />
<br />
—¡Eh, usted, suelte a la niña!<br />
<br />
—¡Papaaá! —gimió Sabrina en cuanto oyó a Enrique.<br />
<br />
—No se preocupe, no pasa nada —apaciguó el duende dejando a la niña en el suelo—. ¡Pero ahora aunque me cantes un villancico no te dejaré subir! ¡Ja, ja, ja! <br />
<br />
Su risa era igual de seca que su voz, pretendía gastar una broma. O tal vez no. Pero estas menudencias le importaban poco a Sabrina, que se había pegado a los pantalones de su papá. Ahora no se separaría de él hasta que viera alejarse el trenecito, hasta que salieran del centro comercial. Y tal vez, si lloraba con suficiente insistencia, podría dormir esta noche con papá y mamá; a pesar de que hacía mucho tiempo, casi una vida, que dormía en su habitación.<br />
<br />
Unas horas después, Priscila, la madre Sabrina, sonreía con indulgencia.<br />
<br />
—¿Pero es que no sabes qué día es hoy? —tranquilizó, más con el tono que con una pregunta que apenas tenía que ver con sus miedos—. Esta noche es mágica, porque viene Papá Noel a dejar los regalos a los niños que han sido buenos. Y si él pasara por tu habitación y no te encontrara se marcharía sin dejarte nada —un índice materno saltó de la naricita a la barbilla. <br />
<br />
Priscila besó a su hija en la frente, arropándole bien con el edredón, más como gesto de afecto que de cuidado. No olvidaba el poder que tienen las mantas para superar cualquier temor, porque tal vez provocaban el recuerdo inconsciente de la protección que nunca negó el útero materno.<br />
<br />
Sabrina se hundió aún más bajo las sábanas, de modo que lo único que quedaba a la vista de ella eran los ojos y la frente. Su madre no podía comprender la sucesión de horrores que había vivido en el centro comercial.<br />
<br />
—Cierra los ojos y aunque oigas ruidos no los abras… ¡Será papá Noel que te dejará regalos!<br />
<br />
Triste consuelo era ese, ¿cerrar los ojos cuando se sabe que hay un desconocido en casa, del que ni siquiera se tiene la certeza de su identidad? ¿Y si fuera el papá Noel del centro comercial? 0 peor aún, ¿el duende enfadado del trenecito? En su delirio, la pobre niña podía imaginar incluso un “santa Claus” robotizado, gesticulando como hacía papá. Sí, en todo caso, era un buen consejo no abrir los ojos.<br />
<br />
Sabrina dormía con la luz apagada, pero tenía la puerta entornada para que entrara la luz del pasillo. Además nunca permitió que bajaran la persiana para dormir, de modo que aunque apagaran la luz del pasillo, porque sus padres tenían esa desconsiderada costumbre cuando se acostaban, aún le quedaba la claridad de las farolas de la calle si se despertaba por la noche.<br />
<br />
La luz anaranjada que entraba por la ventana creaba un mundo irreal de penumbras en la habitación, pero siempre era mejor que la oscuridad total, porque no había nada más terrorífico que no saber si tenía los ojos abiertos o cerrados. Sabía que teniéndolos cerrados no se podía ver nada, y que abriéndolos sí… pero cuando los abría y no veía nada, era como perder la cordura, o sentir que estaba muerta porque el mundo de los vivos había desaparecido de su vista.<br />
<br />
Las penumbras creaban espacios nuevos que a la luz del día desaparecían, incluso algunos objetos se transformaban en otras cosas en actitud claramente acechante. Sabrina no podía saber que la percepción de la realidad se debía más a su estado de ánimo que al entorno que le rodeaba, pero en esta madrugada, el ruido que le despertó no tenía nada de subjetivo.<br />
<br />
Procedía del salón. Parecía que algo caía de la chimenea y luego… unas toses sofocadas. ¿Pero cómo era posible que sus padres no lo hubieran oído? Sabrina luchó contra el impulso de levantarse de la cama. Hizo bien, porque poco después percibió claramente el paso amortiguado de una persona que se dirigía hacia su habitación.<br />
<br />
El corazón estaba a punto de explotar en el pecho, tuvo la certeza de que en un momento entraría en su habitación. Contuvo una respiración que la delataría, porque sabía que los dormidos no jadeaban como lo hacía ella.<br />
<br />
La puerta se abrió completamente y en el vano apareció la silueta de una persona desconocida. No le apreciaba bien porque la luz de las farolas no le alcanzaba directamente y porque mantenía los párpados semicerrados. Sin embargo, podía oír una respiración profunda y una risita entre dientes.<br />
<br />
—Sé que estás despierta —dijo una voz de un hombre inexplicablemente feliz.<br />
<br />
Sabrina cerró del todo los párpados y tomó una gran bocanada de aire fingiendo un cambio de postura. Se había quedado de lado, apoyada sobre la cadera y hombro izquierdos, pero con la puerta de frente. Necesitaba ver si ese misterioso hombre entraba en la habitación o no, para gritar, para pedir ayuda si fuera necesario.<br />
<br />
—Je, je, je. ¡Toma, estos caramelos son mágicos! <br />
<br />
Sabrina levantó la cabeza y acabó sentada sobre la cama. No los veía bien, pero sí la mano desnuda de un hombre mayor. Los caramelos que regalaba estaban sin envolver, y parecían hechos de luces de distintos colores. Se levantó de la cama.<br />
<br />
—Toma, niña. Son todos para ti.<br />
<br />
—¿A qué saben? —susurró Sabrina arrastrando un oso hacia la puerta.<br />
<br />
—Uhm… ¡No sé! Hay un poco de todo: éste de color naranja sabe a cosquillas, éste rosa a sonrisas, éste azul te quita el frío del corazón… <br />
<br />
De pronto Sabrina percibió un saco a los pies del hombre sin rostro, un inmenso saco de terciopelo rojo. Se parecía demasiado al del papá Noel del centro comercial, pero a diferencia de aquel, éste no estaba lleno de tristeza y fracaso familiar. Estaba segura de ello, pero lo que le daba miedo era la sensación de que no tuviera fondo, de que si fuera secuestrada nadie percibiría que el hombre de los caramelos llevaba una niña en el saco.<br />
<br />
—¿Por qué no quieres enseñarme la cara?<br />
<br />
—No soy yo quien la esconde, Sabrina. Eres tú quien no la quiere ver… Y, la verdad, no sé por qué me tienes miedo, si todos me quieren tanto.<br />
<br />
La mano tembló cansada de ofrecer durante tanto tiempo unos caramelos que normalmente desaparecían nada más ser mostrados.<br />
<br />
—Te han enseñado a ser una buena niña, pero no a ser feliz…<br />
<br />
Y la mano desapareció por el hueco de la puerta.<br />
<br />
—¡Me han enseñado a no tomar caramelos de un desconocido! —replicó con lágrimas en los ojos.<br />
<br />
Pero era inútil, en la puerta ya no había nadie.<br />
<br />
—¡Me han enseñado a temer al hombre del saco! —protestó Sabrina.<br />
<br />
Priscila prendió la luz del cuarto de la niña.<br />
<br />
—Me han enseñado que no debo hablar con extraños… ¡y tú no te has presentado! —gritó mientras su madre la abrazaba.<br />
<br />
—Ya pasó, ya pasó… —susurraba Priscila mientras acunaba a la pequeña en su regazo—. Has tenido un mal sueño, pero ya pasó…<br />
<br />
¿Un mal sueño? Sabrina creció con la duda de qué hubiera sucedido de haber aceptado esos caramelos mágicos. Creció con la certeza de que vivía en un sueño y que el único momento lúcido de su vida era el que había compartido con papá Noel… hace muchas Nochebuenas. <br />
<br />
Ahora, doce años después, Sabrina sale del polideportivo municipal, y no puede evitar un estremecimiento cuando oye un villancico. Aún cree escuchar una risita entrecortada tras cada campanada o cascabeleo. Es la entrenadora del equipo de baloncesto infantil femenino. <br />
<br />
Renuncia con gentileza la invitación de un padre de acercarla en coche. <br />
<br />
—No vivo lejos y prefiero caminar, muchas gracias.<br />
<br />
… Y pasa por delante de un kiosco de churros. Los villancicos le asaltan desde cualquier esquina, despertando en ella recuerdos de una infancia que todavía no está demasiado lejana. Es de noche, y hace mucho frío…<br />
<br />
¿Qué sabor será ese que te quita el frío del corazón?, pensó. <br />
<br />
…Lo sabe porque observa el vaho que forman los churros y las porras recién fritas, lo nota en el modo en el que se escapa de la luz brillante del puesto hacia la oscuridad, hacia las frías estrellas de la noche.<br />
<br />
¿Me quedaré sin conocer a qué saben las sonrisas?<br />
<br />
Un cascabeleo acarició sus tímpanos. Cada navidad se estremece con los villancicos, no puede evitarlo…<br />
<br />
—Hola… —dijo una voz a su espalda.<br />
<br />
Sabrina se volvió con el corazón encogido. Había esperado mucho tiempo, y ahora por fin se encontraba con… <br />
<br />
—¿Papá Noel? —se dijo con extrañeza.<br />
<br />
—Casi, creo que me llaman Rudolf.<br />
<br />
Era un joven con un gorro de cabeza de reno, era un “reno” encantador.<br />
<br />
<br />
<br />
<div style="text-align: center;">¡jou, jou, jou! (Fin)</div><div style="text-align: center;"><br />
</div><br />
Sabrina dejó de preguntarse por el sabor de los caramelos que quitan el frío del corazón. <br />
<br />
<br />
<div style="border-bottom: medium none; border-left: medium none; border-right: medium none; border-top: medium none;"><a href="javascript:print()">Imprimir</a> </div><div style="border-bottom: medium none; border-left: medium none; border-right: medium none; border-top: medium none; text-align: right;"><a href="http://www.safecreative.org/work/1101198292563" rel="cc:license" xmlns:cc="http://creativecommons.org/ns#"><img alt="Safe Creative #1101198292563" src="http://resources.safecreative.org/work/1101198292563/label/logo-72" style="border-bottom: 0px; border-left: 0px; border-right: 0px; border-top: 0px;" /></a></div><div style="border-bottom: medium none; border-left: medium none; border-right: medium none; border-top: medium none; text-align: right;"><br />
</div><div style="border-bottom: medium none; border-left: medium none; border-right: medium none; border-top: medium none; text-align: right;"><a href="http://www.mylivesignature.com/" style="clear: right; cssfloat: right; float: right; margin-bottom: 1em; margin-left: 1em;" target="_blank"><img height="47" src="http://signatures.mylivesignature.com/54488/98/713AEFD85B29DD7918CC9F7338B25450.png" style="border-bottom: 0px; border-left: 0px; border-right: 0px; border-top: 0px; de: transparente;" width="200" /></a></div><div style="border-bottom: medium none; border-left: medium none; border-right: medium none; border-top: medium none; text-align: right;"><br />
</div><div style="border-bottom: medium none; border-left: medium none; border-right: medium none; border-top: medium none; text-align: right;"><br />
</div><div style="text-align: right;"><br />
</div>Federicohttp://www.blogger.com/profile/09622322698850736812noreply@blogger.com18tag:blogger.com,1999:blog-1746449439980993699.post-31915651200678565302010-11-27T02:16:00.002+01:002011-06-01T10:48:34.698+02:00Una historia muy real (un relato de 1440 palabras)<div></div><div></div><br />
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjsuUIHphixVUc68mYwU6k9ph4iliDN_mjwYKWrOSukUNl_vbphUZif-A-Y2sO79PYB_Kp04l5nPDN_-4aCZYDM62U8_KvduE_JqjgRD1SFYUHCNFkVa3kHL7Vrrp2B0K1kr_SgMNcjRiE/s1600/PRINCIPE+DE+CENICIENTA.gif" imageanchor="1" style="clear: right; cssfloat: right; float: right; margin-bottom: 1em; margin-left: 1em;"><img border="0" height="314" ox="true" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjsuUIHphixVUc68mYwU6k9ph4iliDN_mjwYKWrOSukUNl_vbphUZif-A-Y2sO79PYB_Kp04l5nPDN_-4aCZYDM62U8_KvduE_JqjgRD1SFYUHCNFkVa3kHL7Vrrp2B0K1kr_SgMNcjRiE/s320/PRINCIPE+DE+CENICIENTA.gif" width="320" /></a></div><div style="text-align: justify;">—Hola cariño, ¿qué tal te ha ido la mañana? —saludé a Sonsoles, una de mis vecinas de planta.</div><div style="text-align: justify;"></div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">“Pobrecita, no se lo merece”. No podía evitar apiadarme de una chica tan joven y tan guapa.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Había formulado la pregunta de una manera general, sin entrar en detalles, porque conocía de sobra que llevaba en el paro tres meses y su marido, por las noches, prefería besar botellas de cerveza.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">—Pues qué te voy a contar, Toñi… Nada, siempre es lo mismo. Que deje mi currículum, que ya me llamarán.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">“Menos mal que no tiene hijos”.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">—No te preocupes, tesoro… —mis manos ocultaron su rubor— ¡Ya verás como encuentras algo bueno! Que te mereces lo mejor.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">—Gracias, Toñi… ¿Qué tal pasó la noche Fabián?</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">—Bien, sin flemas… Hemos podido dormir de tirón.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">—Te dejo, que se me hace tarde.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">—Adiós, guapa.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Las paredes de las casas, en los barrios más humildes, pueden estar construidas de muchos materiales diferentes; pero tienen en común que ninguna retiene los pensamientos que se expresan en voz alta. Las de mi edificio no iban a ser la excepción, y menos ante las exigencias de un marido alcohólico.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">—¿Pero por qué has tardado tanto? —se oyó en el rellano de las escaleras, tras la puerta de Sonsoles.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">—Charlaba con Toñi… ¿No ves que está muy solita?</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">—¡Ya estamos otra vez, siempre soy el último de tu lista!</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">—Eres un egoísta de mierda… ¡Joder, que su marido la ha dejado!</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">—¡Nos ha jodido! A ver si te crees que si te quedas preñada y te nace un lisiado… me voy a comer yo el marrón.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">—¡Schiiiit! ¡Te va a oír!</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">He aprendido a tener las llaves siempre a mano, para evitar sorprender conversaciones que no me atañen; pero hoy se me resistían en el fondo del bolso. Cuando aparecieron tuve que buscar también un pañuelo, porque lo importante no es llorar, que eso cura y es bueno; sino que los que te aman no sospechen que has llorado.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Fabián, pobrecito, no creo que sea muy consciente de lo que le rodea, y dudo mucho que pueda sentir o comprender sentimientos como la tristeza o la alegría, pero su hermano mayor sí. Y eso que Carlos solo tiene seis años, pero es que él no tiene parálisis cerebral.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">—¡Hola mamá! —gritó Carlitos desde el fondo de la casa, según entraba en casa.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Su alegría estaba más que justificada, porque todavía es un niño muy pequeño para estar solo en casa, aunque sea únicamente el tiempo que tardo en comprar el pan. Pero es que los doscientos euros de pensión de invalidez, con los que el estado me obsequia, no me permiten contratar ni a un estudiante por horas que cuide de mi Fabián.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">—¿Todo bien con Fabi?</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">—Sí, mami. Aunque se ha puesto un poco morado…</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">“¡Dios, otra flema!”</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">—Pero le puesto otra manta y ahora tiene mejor color.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Fabián respiraba adecuadamente, y aunque tuviera el flequillo un poco sudado, su temperatura corporal era la correcta. No era necesario tener seis años para saber que en invierno hace frío, y más en mi casa, que no existe la calefacción central, y los únicos radiadores que tenemos son eléctricos y no los podemos usar. Hasta Carlos lo sabe y no le importa, porque piensa que papá volverá para las fiestas lleno de juguetes y chuches, y mucho dinero para mí, para que me lo pueda gastar en lo que quiera…</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">“…Sí mami, y dejaremos de comer esa carne rica que tanto te gusta, y comeremos hamburguesas”.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">“Dios, ¿dónde he dejado mi pañuelo?”</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">—¿Estás bien, mamá?</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">—Sí, sólo me he asustado un poquito… Qué tonta soy, ¿verdad?</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">“Mañana por la mañana volveré al ayuntamiento, a pelearme con las chicas de ‘Asuntos Sociales’… ¡No puedo rendirme!”</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">—¿En qué piensas mamá?</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">—Que hasta que venga papá necesito un trabajo.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">—¿Y qué pasará con Fabi cuando yo esté en el cole y tú en el trabajo?</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">—No te preocupes por eso… ¿Vemos unos dibujos en la tele?</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Le oigo reír, y el eco de su risa colorea los rincones más oscuros de mi ser. Trataré de recordarla mañana, cuando vuelvan a decirme que no pueden hacer nada, que todo debe seguir su curso y respetar los plazos del procedimiento administrativo. ¿Sabrán esos burócratas lo que es pasar hambre o frío? ¿Se verán obligados a fingir que llevan una vida normal?</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Cuando salí a la calle, a la mañana siguiente, y sentí el frío en la cara me sentí en un entorno más familiar: nada que ver con el derroche en calefacción de los organismos públicos. “Tenías que intentarlo, no perdías nada por venir. Tal vez mañana me hagan caso”. Y me dirigí al mercado, el de toda la vida, el que cada día está más vacío, en el que me llaman por mi nombre, y no necesito un coche para traer la compra.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">—Hola Toñi, hoy te he preparado un lote especial… ¡Tu perro se va a poner las botas!</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">—Muchas gracias, guapetón. Toma, un euro por la compra y otro para ti.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Habíamos llegado a ese acuerdo: todas las sobras que no servían para venderse y que se tirarían a la basura, las apartarían para mi perro. Sin embargo, los carniceros no podían sospechar que yo comprara cada vez menos carne, aunque la del perro la respetara cada dos días. Podrían pensar, tal vez, que el pescado congelado era una opción más económica, sobre todo en tiempos de crisis. En fin, respetaron el acuerdo porque yo era la Toñi, la clienta de siempre, la de toda la vida.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Y es que recortando un poco los tendones y la grasa había días que podía reunir una buena cazuela de carne guisada, que acompañada de ese arroz partido que se vende en paquetes grandes, para perros también; comíamos como señores por poco dinero.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">—¡Hola Sonsoles! ¿Qué tal te ha ido hoy la mañana? —saludé a mi vecina en el rellano de la escalera.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">—No sé, tengo un pálpito raro. Verás, resulta que el primo de Alfonso tiene un amigo que su novia es la hermana de uno que necesita gente para trabajar. Voy ahora mismo para allá, y como sea medianamente bueno… por mí, ¡empiezo hoy mismo!</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">—Ahora mismo enciendo una velita a san Pancracio para que ese trabajo sea para ti y para que te paguen más de lo que esperas.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Sonsoles me besó en las dos mejillas, con ansiedad y agradecimiento a partes iguales.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">—¡Ya te contaré! —dijo bajando los peldaños de tres en tres.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Sonsoles no podía saber que no tenía velas, pero sí le dediqué una oración al santo, porque es una buena muchacha con muy mala suerte. Como yo, supongo.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">A la mañana siguiente no me la encontré, como es habitual, en el rellano de las escaleras. “Al fin una de las dos ha conseguido mejorar su situación… ¡Me alegro!” Pensé, sabiendo que el paseo de hoy al ayuntamiento tampoco había resultado fructífero. Y sentir su ausencia me provocó una extraña desazón, una certeza de que las cosas cambiarían.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Amaneció un nuevo día, pero el cosquilleo en el estómago no había desaparecido. Fiel a mis rutinas, interpuse un nuevo escrito en el ayuntamiento, tras lo cual acudí a la carnicería. A toda prisa, porque Fabián no podía estar demasiado tiempo solo.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">—¡Ah, hola Toñi! —me saludó Manolo, el dueño de la carnicería—. Precisamente estaba hablando de ti a mi nueva ayudante. Ves, Sonsoles, ésta es la clienta del perro.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">“¡Qué vergüenza! Tenía que ser ella, precisamente ella, que sabe que no tengo perros”. Cuando levanté la cara del suelo, más roja que un tomate… la descubrí mirándome con los ojos húmedos, casi haciendo pucheros.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">—Debe tener un par de buenas fieras en su casa, porque viene tres veces por semana…</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">—Tome, señora… </div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">La empleada me ofreció una bolsa de plástico, sin dejar de mirarme a los ojos.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">—Gracias, Sonsoles. Muchas gracias —respondí agradecida por su silencio, y me volví avergonzada.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">—Espere Toñi, me he dejado en la cámara la otra bolsa para los perros.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">En unos minutos regresó con una nueva bolsa de plástico.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">—¿Había dos bolsas? —se extrañó Manolo.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">—Por favor, no deje de venir —me sonrió Sonsoles.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">—¿A que es un buen fichaje, Toñi? —decía Manolo, orgulloso de las habilidades comerciales de su nueva empleada.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">—Sí… sí —respondí azorada. </div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Cuando llegué a casa, curioseé la segunda bolsa que me había entregado Sonsoles. Alguna vez me habían preparado dos bolsas, aunque lo normal es que fuera una sola. En su interior descubrí dos bandejas de hamburguesas y otras dos de filetes. Carlitos no tuvo que esperar a que su padre regresara por Navidades para comer hamburguesas.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><br />
<div style="text-align: center;">¿Fin?</div><br />
Nota:<br />
<br />
Deseo desde lo más profundo de mi corazón que esta pobre familia haya conseguido la asistencia estatal que tanto necesita, y que no sobreviva de las ayudas más o menos desinteresadas de su entorno inmediato.<br />
<br />
<div style="border-bottom: medium none; border-left: medium none; border-right: medium none; border-top: medium none;"><a href="javascript:print()">Imprimir</a> </div><div class="separator" style="border-bottom: medium none; border-left: medium none; border-right: medium none; border-top: medium none; clear: both; text-align: center;"><a href="http://www.mylivesignature.com/" style="clear: right; cssfloat: right; float: right; margin-bottom: 1em; margin-left: 1em;" target="_blank"><img src="http://signatures.mylivesignature.com/54488/98/713AEFD85B29DD7918CC9F7338B25450.png" /></a></div><div class="separator" style="border-bottom: medium none; border-left: medium none; border-right: medium none; border-top: medium none; clear: both; text-align: center;"><br />
</div><div class="separator" style="border-bottom: medium none; border-left: medium none; border-right: medium none; border-top: medium none; clear: both; text-align: right;"><a href="http://www.safecreative.org/work/1011277944125" rel="cc:license" xmlns:cc="http://creativecommons.org/ns#"><img alt="Safe Creative #1011277944125" src="http://resources.safecreative.org/work/1011277944125/label/logo-72" style="border-bottom: 0px; border-left: 0px; border-right: 0px; border-top: 0px;" /></a></div><div class="separator" style="border-bottom: medium none; border-left: medium none; border-right: medium none; border-top: medium none; clear: both; text-align: center;"><br />
</div><div class="separator" style="border-bottom: medium none; border-left: medium none; border-right: medium none; border-top: medium none; clear: both; text-align: center;"><br />
</div>Federicohttp://www.blogger.com/profile/09622322698850736812noreply@blogger.com8tag:blogger.com,1999:blog-1746449439980993699.post-44524429211604291832010-11-05T00:48:00.002+01:002011-06-01T15:47:08.229+02:00Pequeñas diabluras (un cuento de 815 palabras)<div></div><div></div><br />
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEg9ZVRmd5xkSr1be6oRTMaMD9n-tL5xWzmuc1w7GiT6IQ9sJ23ej6NGV7E76oR4E5mp8pqGXFp6d54SMcFcO8uZyvFA-uVe8YqWBzSg1TwKhVBwGqNXOOItxoWBv-dflPEkX-F3bSZP_5k/s1600/Plantas+carnivoras.jpg" imageanchor="1" style="clear: right; cssfloat: right; float: right; margin-bottom: 1em; margin-left: 1em;"><img border="0" height="212" px="true" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEg9ZVRmd5xkSr1be6oRTMaMD9n-tL5xWzmuc1w7GiT6IQ9sJ23ej6NGV7E76oR4E5mp8pqGXFp6d54SMcFcO8uZyvFA-uVe8YqWBzSg1TwKhVBwGqNXOOItxoWBv-dflPEkX-F3bSZP_5k/s320/Plantas+carnivoras.jpg" width="320" /></a></div>Mi padre es muy exigente conmigo, y debe serlo, porque tanto la familia como los grandes accionistas esperan que desarrolle todo mi potencial… Buf, ¡cómo anhelo aquellos tiempos del pasado! La vida era más sencilla, las cosas se llamaban por su nombre: se imitaban modelos virtuosos de conducta y se despreciaba la mediocridad. Ahora no sé si podré cumplir las expectativas de mi padre, y no porque me considere envilecido por la vulgaridad de los que no ambicionan. No. <br />
<br />
<br />
Es más bien un asunto de apetito: mi alma inmortal nunca se sacia de belleza, y exprime cada verso para lamer las gotas de poesía que contienen las venas de los poetas… Y como un demente necesito más, ya no me conformo con palabras que hacen gemir: ¡quiero sentir toda la tragedia del Universo escondida tras los pétalos de una flor marchita! ¡Quiero ser el aire que se desliza por los orificios de una flauta… Ser un re, un do sostenido, vibrar en un sol brillante! Quiero ser ese grito de placer de los que comparten el silencio de una noche.<br />
<br />
Pero en los planes de mi padre no cabe mi necesidad de vivir la belleza, por eso me refugio aquí, en este invernadero, dónde mimo mis plantas carnívoras lejos de su mirada desaprobadora. Él jamás comprendería toda la armonía y belleza de este mundo que he creado para mí. Pero no tardé en descubrir que mi ecosistema era inestable: debía proporcionar alimento a las plantas, incesantemente, para que pudieran sobrevivir.<br />
<br />
Por azar, uno de los insectos, una mariquita, se escapó de los dientes y de los ácidos de mis plantas; y aprendió a sobrevivir modificando sus hábitos alimenticios. La ausencia de pulgones provocó que comiera de aquello que debía devorarla…<br />
<br />
La mutación resultante en la siguiente generación de mariquitas no pudo ser más hermosa. Habían desarrollado una fascinante coloración roja en el dorso, que funcionaba como bolas de discoteca en cuanto eran alcanzadas por algún rayo de sol, y por añadidura, vibraban en delicados tonos argenta, como diminutos espejitos metálicos que entrechocan entre sí.<br />
<br />
Poco a poco se estableció un equilibrio natural, ajeno a mi voluntad, que regulaba los individuos de uno y otro orden. De tal modo que si un exceso de mariquitas podría acabar con las plantas, sucedía que éstas obtenían más alimento y brotaban nuevos retoños. Y en caso contrario, sólo sobrevivirían las plantas más fuertes.<br />
<br />
Generación tras generación las plantas desplegaron nuevas habilidades cazadoras y endurecieron la piel de sus ramas con brillantes superficies doradas. ¡Al fin disfrutaba de un jardín único, vivo y hermoso!<br />
<br />
—¿Qué… qué es esto? —gimió mi padre en la entrada del invernadero— ¿Es aquí dónde pierdes días enteros? —tronó enrojecido por la vergüenza y la ira.<br />
<br />
—Es un trabajo de campo, un experimento, padre…<br />
<br />
—¿Bailar entre mariquitas es un experimento,… hijo?<br />
<br />
Podía ser hiriente sin proponérselo, suspiré y él me acompañó con una exhalación más profunda. Notaba como se tragaba la frustración por no ser lo que esperaba de mí.<br />
<br />
—¿Sabes, acaso, cuántas personas dependen de ti? No, te replanteo la pregunta de un modo que puedas entenderlo mejor: ¿sabes cuánto pesa el futuro de millones de almas? —guardó silencio un instante y añadió: Yo te lo diré, ¡unos pocos gramos de inmadurez! —dijo tocando mi cabeza con su puño cerrado.<br />
<br />
Es mi padre, y sé cuál es su lugar en el universo. Esa es la única razón por la que le respeto, la única. Sé íntimamente que yo jamás tendré su autoridad, su energía, que jamás podría reemplazarle en su empresa… No comprendo porque se empeña conmigo… tanto.<br />
<br />
—¿No podrías demostrar un gesto de buena fe? Algo que revele que comprendes a tu viejo padre, y que aunque no compartas los mismos intereses, podrías…<br />
<br />
—Sí, padre —interrumpí levantando mi mano derecha, como los cristos prerrománicos, en un gesto de eterna bendición.<br />
<br />
Cerré los ojos un instante. Sabía que mi padre estaba impaciente, que la misma incertidumbre le hacía gozar y sufrir a partes iguales. Y bajé el brazo.<br />
<br />
—¿Ya está, qué has provocado? —se interesó mi padre— ¿Alguna pandemia como las de la edad media? No, no, eso es demasiado vulgar. ¿Tal vez algo más apocalíptico como el fuego que sale del infierno y la noche eterna en unos días? ¡Vale, vale, ya sé que es un clásico algo desfasado!<br />
<br />
Sonreí. Sabía que le había desconcertado.<br />
<br />
—Bueno, dime algo, porque por más que espío a la humanidad no veo cataclismos.<br />
<br />
—Papá, en muy poco tiempo tendrás muchos lamentos que escuchar… He quebrado su sistema financiero, la economía mundial se desploma como las fichas de dominó en una fila. <br />
<br />
Mi padre estaba perplejo, sentí su sorpresa y admiración.<br />
<br />
—¡No podía esperarse nada menos del hijo de Satanás! —proclamó irradiando un orgullo y aprobación que no deseaba.<br />
<br />
Suspiré, era jugar en su mundo, con sus reglas… Yo tengo planes muy hermosos en el mío de mariquitas y plantas carnívoras…<br />
<br />
<div style="text-align: center;">Fin</div><br />
<br />
<br />
<div style="border-bottom: medium none; border-left: medium none; border-right: medium none; border-top: medium none;"><a href="http://www.mylivesignature.com/" style="clear: right; cssfloat: right; float: right; margin-bottom: 1em; margin-left: 1em;" target="_blank"><img src="http://signatures.mylivesignature.com/54488/98/713AEFD85B29DD7918CC9F7338B25450.png" /></a></div><div style="border-bottom: medium none; border-left: medium none; border-right: medium none; border-top: medium none;"><br />
</div><div style="border-bottom: medium none; border-left: medium none; border-right: medium none; border-top: medium none;"><br />
</div><div style="border-bottom: medium none; border-left: medium none; border-right: medium none; border-top: medium none;"><br />
</div><div style="border-bottom: medium none; border-left: medium none; border-right: medium none; border-top: medium none;"><br />
</div><div style="border-bottom: medium none; border-left: medium none; border-right: medium none; border-top: medium none; text-align: right;"><a href="http://www.safecreative.org/work/1011047767091" rel="cc:license" xmlns:cc="http://creativecommons.org/ns#"><img alt="Safe Creative #1011047767091" src="http://resources.safecreative.org/work/1011047767091/label/logo-72" style="border-bottom: 0px; border-left: 0px; border-right: 0px; border-top: 0px;" /></a></div><span style="font-size: x-small;">Dedico este cuento a mi hijo Alejandro, mi diablillo de 11 años.</span>Federicohttp://www.blogger.com/profile/09622322698850736812noreply@blogger.com11tag:blogger.com,1999:blog-1746449439980993699.post-25556028785107047272010-09-13T20:34:00.006+02:002011-06-01T10:49:01.892+02:00La venganza de Tío Trasmuño (o Cecilio, el que vive en el terruño). [2202 palabras] By Elena Rodríguez<div></div><div></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhnLahJ9QzSVPFfduDkrTJEN4iDnJxcl9fmWNVF4VUn5-PcseubRBjAGFcjq2NAPm82Dpp3p0nqTUCaJx3GiFBx1a4kdwp86VI4wIYTBK6PUgoJl03Ua2GXXAbB3BUU555gMIQ2kMKfgwE/s1600/boina.jpg" imageanchor="1" style="clear: right; cssfloat: right; float: right; margin-bottom: 1em; margin-left: 1em;"><img border="0" ox="true" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhnLahJ9QzSVPFfduDkrTJEN4iDnJxcl9fmWNVF4VUn5-PcseubRBjAGFcjq2NAPm82Dpp3p0nqTUCaJx3GiFBx1a4kdwp86VI4wIYTBK6PUgoJl03Ua2GXXAbB3BUU555gMIQ2kMKfgwE/s320/boina.jpg" /></a></div>Cri-cri, cri-cri. ¿Es que no se iban a callar nunca esos estúpidos grillos? Cecilio se removió en su cama. El cántico nocturno de esos insectos no le dejaban dormir, y él necesitaba descansar para recoger patatas la mañana siguiente. <br />
<br />
—¡¡Callaros ya!! ¡¡Me tenéis hasta las pelotas!!—gritó, aunque los grillos no fueran a callarse.<br />
<br />
De repente el canto cesó. Cecilio se estiró dispuesto a dormir, aún tumbado en su cama, con la manta subida hasta la barbilla. Entonces se percató de que algo iba mal. Los grillos no se callaban a no ser que hubiera alguien cerca. Un ruido sordo se lo confirmó.<br />
<br />
Cerca, en el campo de patatas de Cecilio, dos hombres, cargados con unos botes que contenían algo radiactivo y unas palas, intentaban caminar en silencio. Uno de los botes se cayó al suelo, con un ruido sordo.<br />
<br />
—Más cuidado. Recuerda que debemos ser discretos—susurró uno de los hombres.<br />
<br />
—Shhh, calla—le contestó el otro—el paleto que vive aquí nos va a oír.<br />
<br />
Los hombres dejaron su carga en el suelo y comenzaron a cavar rápidamente.<br />
<br />
Cecilio se levantó con un crujido en la espalda. Era un cuarentón, y no estaba acostumbrado a levantarse por la noche. Se asomó a la ventana y descubrió a esos dos hombres, en su preciado campo de patatas.<br />
<br />
Gruñó y fue en busca de su antiguo trabuco. Un arma que disparaba perdigones, muy ruidosa, pero potente. La favorita del campesino. Cuando la cogió, salió al porche, sin encender ninguna luz, y disparó. El sonido alertó a los hombres, y, aunque no le había dado a ninguno, se agacharon, tiraron todos los botes al agujero y lo taparon con tierra precipitadamente. <br />
<br />
Lo que nadie había visto era que uno de los perdigones había alcanzado a uno de los botes, y un líquido de un misterioso color verde se derramaba sobre la tierra.<br />
<br />
Corrió hacia su plantación, pero cuando llegó, ya no había nadie ahí. Chasqueó la lengua, con disgusto, y volvió a su casa.<br />
<br />
A la mañana siguiente, salió a la calle. Llevaba unos pantalones negros pesqueros, una camisa y medias blancas. Una faja roja ceñía el vientre, y un chaleco negro le cubría los hombros. Salió para comprobar si sus patatas seguían en su lugar. <br />
<br />
Mordisqueó una pajita mientras recogía los tubérculos, anormalmente grandes. Desayunó unas patatas guisadas, de las que había cogido. Le supieron extrañas. <br />
<br />
Tres o cuatro días después, decidió ir a la ciudad a pasear. Siempre se asombraba con la altura que tenían los edificios, y con las televisiones de los escaparates, pero le gustaba estar allí.<br />
<br />
Como de costumbre, cuando llegó la gente se le quedaba mirando con cara de pensar: ¿y ese de qué va disfrazado? No le importó.<br />
<br />
Se detuvo ante el escaparate de una tienda de televisores, donde sacaban en primer plano la cara de un estrafalario personaje. Era un chaval de unos veinte años, vestido de con una camiseta de licra y unas mallas rojas. Llevaba unas botas, unos guantes y unos calzoncillos por fuera amarillos. Una gran “eñe” amarilla le adornaba el pecho, y el muchacho ocultaba su identidad con un ridículo y pequeño antifaz del mismo color. <br />
<br />
—Spanish-man, Spanish-man—un montón de reporteras intentaban abrirse paso entre una multitud.<br />
<br />
El héroe sostenía en brazos un gatito marrón, que maullaba dulcemente. <br />
<br />
Cecilio no entendió la situación. ¿Qué narices estaban poniendo en la tele? ¿Una ridícula parodia de Superman?<br />
<br />
—Spanish-man—dijo una de las reporteras, poniendo un micrófono en la boca del “superhéroe”— ¿Se siente orgulloso de haber bajado a “Galletita” de ese árbol?<br />
<br />
—Por supuesto—contestó él, con un perfecto acento inglés—Qué pronunciación.<br />
<br />
Cecilio comprendió que eran las noticias del día. “Un inglés que quiere españolizarse. Y encima se hace el héroe bajando gatos de los árboles”, pensó Cecilio, dispuesto a marcharse.<br />
<br />
Unos gritos de auxilio le alertaron. Una mujer con un magnífico vestido "caramelo" de Agatha Ruiz de la Prada correteaba con desesperación.<br />
<br />
—¡¡Por favor, ayúdennos!!—Chillaba el caramelo—¡¡¡Mi madre está ahí dentro!!!<br />
<br />
“¿Dónde está Spanish-man ahora? Yo voy a demostrar quién es el héroe aquí”, pensó el hombre, que caminó directamente hacia un edificio en llamas.<br />
<br />
Una espesa nube de humo le impedía respirar apenas, pero siguió adelante. Una inocente ancianita estaba allí, y no iba a permitir que muriera en el incendio.<br />
<br />
— ¡Por favor, ayúdeme!—oyó Cecilio.<br />
<br />
La anciana estaba rodeada de llamas, encogida y apretada contra la pared. Respiraba con mucha dificultad, parecía que iba a desmayarse de un momento a otro.<br />
<br />
—Ayuda…—gimió la mujer, levantando el brazo hacia él.<br />
<br />
No lo dudó, saltó por encima del fuego, levantó a la abuelita y corrió por el portal incendiado hacia la salida. Ya estaba saliendo, cuando una explosión a sus espaldas le hizo caer. Y entonces se desmayó, sin ver cómo un bidón de gasolina vacío rodaba hacia él.<br />
<br />
Fuera, la gente miraba un camión cargado con bidones de gasolina que se había estrellado. Varios de ellos se habían abierto y perdido, pero el conductor estaba bien.<br />
<br />
— ¡Mamá!—chilló la mujer caramelo, al ver a su madre saliendo del edificio, tosiendo.<br />
<br />
Nadie vio a Cecilio, ni la lata de gasolina vacía. Nadie le llevó a un médico, ni se preocupó por él.<br />
<br />
Cuando se despertó, un policía con cara de bulldog cabreado le miraba. Se dio cuenta de que un personaje vestido de rojo y amarillo también estaba allí.<br />
<br />
— ¿Cómo te llamas? ¿Dónde vives?—gruñó el policía.<br />
<br />
—Soy Cecilio, el que vive en el terruño—contestó con la voz tan baja que apenas se oyó.<br />
<br />
— ¿Cómo… Trasmuño?—rió Spanish-man—Qué pronunciación—añadió con los labios apretados.<br />
<br />
—No me llamo así—refunfuñó Cecilio, cabreado.<br />
<br />
— ¿Y por qué ha hecho eso, señor…Trasmuño?—continuó el policía.<br />
<br />
“¡NO ME LLAMO TRASMUÑO!”, le habría gustado gritar.<br />
<br />
— ¿Hacer qué, señor… policía?—dijo en su lugar.<br />
<br />
<div style="text-align: justify;">— ¡Ja, el tío Trasmuño no se acuerda de lo que ha hecho!—se carcajeó Spanish-man— ¡Qué pronunciación!—agregó en voz baja.</div><br />
—Haga el favor de guardar silencio, Spanish-man. Esto es un asunto serio—ordenó el policía—¿Por qué ha incendiado el edificio?<br />
<br />
— ¡¿QUÉ?!—Exclamó Cecilio—¡¡YO NO HE “INCENDIAO NA”!!<br />
<br />
— ¿Ah, no? ¿Y entonces qué hacías con una lata de gasolina vacía, Tío… Trasmuño?—Spanish-man empezó a reír de nuevo—Qué pronunciación.<br />
<br />
— ¡¿QUÉ?!<br />
<br />
—Tenemos la prueba—dijo el hombre con cara de perro, mostrándole una lata en la que se leía: “GASOLINA”.<br />
<br />
— ¿Qué, la reconoces,…Tío Trasmuño? Qué pronunciación.<br />
<br />
—No he visto eso en toda mi vida.<br />
<br />
—Nos está mintiendo, sargento—dijo Spanish-man— Qué pronunciación.<br />
<br />
—¡¡Me tenéis hasta las pelotas!! ¡¡Yo no he hecho “na”!!<br />
<br />
Cecilio se levantó de donde estaba sentado y se dispuso a marcharse.<br />
<br />
—Señor Trasmuño, vuelva aquí—dijo el policía.<br />
<br />
—¡¡No me llamo Trasmuño!!—gritó antes de irse.<br />
<br />
Cecilio era consciente de que le habían dejado marcharse porque no tenían suficientes pruebas como para encerrarle. Pero tratarían de acusarle, de eso estaba seguro.<br />
<br />
Nada más llegar a su casita, se preparó un “bocata jamón” y se fue a la cama. Estaba terriblemente cansado.<br />
<br />
En sus sueños escuchó la voz de Spanish-man diciendo: “Trasmuñante, no hay trasmuño, se hace trasmuño al trasmuñar”. Y una carcajada burlona. Después se vio a sí mismo vestido solo con unos calzoncillos, que antaño eran blancos pero se habían quedado grises, y una capa negra, diciendo: “¡¡Tío Trasmuño al rescate!!”.<br />
<br />
—¡¡AAAAAH!!<br />
<br />
Odiaba a Spanish-man con toda su alma. “Te vas a enterar”, pensó mientras se vestía. Preparó un bocadillo de jamón serrano del bueno, y se marchó a la ciudad, a buscar al odioso “superhéroe”.<br />
<br />
Pasó por delante de la tienda de televisiones y se vio a si mismo diciendo que no se llamaba Trasmuño. Se quedó boquiabierto. A continuación, vio a Spanish-man.<br />
<br />
— Puede que sea un nuevo enemigo, —estaba diciendo— pero acabaré con él. ¡Qué pronunciación!<br />
<br />
Cecilio apretó los puños, más furioso que nunca. “¿Cómo que un enemigo?”, pensó. Estaba tan furioso que iba a estallar.<br />
<br />
—Mira, mami, ese es el señor malo del fuego—escuchó.<br />
<br />
Esa fue la gota que colmó el vaso. <br />
<br />
— ¡Que nadie pase por aquí, que estoy “demasiao cabreao”!—gritó mientras caminaba. <br />
<br />
Se dio cuenta de que la gente se apartaba a su paso. Algunos le señalaban con el dedo. <br />
<br />
De pronto sintió hambre, sacó su “bocata jamón”, como él lo llamaba, y le pegó un mordisco. El sabor del jamón serrano con el pan le tranquilizó y le dio nuevas fuerzas. Demasiadas fuerzas.<br />
<br />
Un gatito marrón pasó por delante y se le quedó mirando, como diciendo: “¿Me das un poco?”<br />
<br />
“¿Galletita?”, pensó Cecilio al reconocer al gato. Se le ocurrió una idea para atraer al superhéroe<br />
<br />
“ Spanish-man, vas a conocer al verdadero Tío Trasmuño”, pensó.<br />
<br />
Regresó a su pueblo y habló con sus parientes. Todos estuvieron de acuerdo con él y decidieron ayudarle.<br />
<br />
El Tío Trasmuño charló con su primo el Camuñas, al que llamaban así porque no se le entendía cuando hablaba. Un día estaban hablando con él unos amigos, y él, por respuesta, dijo: “Camuña, camuña… ¡huehé jejo!” (Traducción: Ñam, ñam… ¡huele a ajo!).<br />
<br />
—Bueno, ¿Y qué tal te va con la azafata esa?—preguntó el Tío Trasmuño.<br />
<br />
— ¡Uejé! ¡Ha nno jjo iii eea! Mmenn ehó—respondió Camuñas (Traducción: ¡Jeje! ¡Ya no estoy con ella! Me dejó).<br />
<br />
Al cabo de un rato y al olor de un bocadillo de jamón, “Galletita” apareció: lo lanzaron a la copa de un árbol.<br />
<br />
Spanish-man se materializó allí en un abrir y cerrar de ojos, volando y haciendo ondear la bandera de España que tenía por capa.<br />
<br />
— ¡“Galletita” está en peligro!—exclamó—Qué pronunciación.<br />
<br />
— ¡Ahora, chicos!—avisó el Tío Trasmuño cuando Spanish-man empezó a volar en dirección al gato.<br />
<br />
El sonido de una guitarra rompió el silencio. Spanish-man se detuvo en el aire, preguntándose qué sucedía. Un taconeo, mucha gente tocando las palmas y un “Ole, venga Camuñas” de una mujer advirtieron al superhéroe de lo que iba a pasar. No tuvo tiempo de taparse los oídos para no escuchar el largo “¡Aaaaaaaaayyyyyyy!” del Camuñas. Entonces cayó de culo al suelo.<br />
<br />
—No—gimió Spanish-man—No pueden ponerse a tocar flamenquillo… Qué pronunciación—se apresuró a añadir.<br />
<br />
— ¿Dónde está tu poder ahora, Spanish-man?—dijo el Tío Trasmuño. <br />
<br />
—Tenías que ser tú,… Tío Trasmuño—dijo, riendo sin demasiadas ganas. No dijo su habitual “qué pronunciación”.<br />
<br />
— ¿Qué? ¿Te hace daño el canto del Camuñas. Pero si canta “mu” bien. <br />
<br />
—Voy a perder mi acento inglés…—suspiró el superhéroe. Tampoco mencionó su pronunciación.<br />
<br />
El Tío Trasmuño soltó una risotada cruel, la típica risa de malo.<br />
<br />
— ¿Acaso no te gusta el flamenquillo?—inquirió.<br />
<br />
—“Ejque”… —Spanish-man se horrorizó, arrancando una sonrisa de satisfacción de su enemigo— ¡Mi ingléeees!—se lamentó después, sin el acento que le caracterizaba.<br />
<br />
El Tío Trasmuño volvió a reírse.<br />
<br />
—Vale, lo has “conseguío”, Trasmuño. ¿Estás contento?—dijo Spanish-man.<br />
<br />
—Quiero que le digas a todo el mundo que no soy un villano. Y quiero que dejes de decir: “qué pronunciación”.<br />
<br />
— ¿Se me oía decir eso?—el superhéroe se quedó algo perplejo— ¿De “verdá”?<br />
<br />
El Tío Trasmuño asintió, sonriendo<br />
<br />
—Vale, lo haré. Pero sin mi acento…Quedaré “mu” mal—accedió el superhéroe.<br />
<br />
—Ya vale, Camuñas—ordenó Cecilio.<br />
<br />
La música cesó, y Spanish-man se levantó del suelo.<br />
<br />
—Tengo que hacer algo heroico. Bajar a “Galletita”, por ejemplo—dijo, de nuevo con su acento inglés—Qué pronuncia…—se calló ante la mirada severa de Cecilio y el Camuñas.<br />
<br />
El superhéroe voló y cogió a “Galletita”, que maullaba, indignado por el trato que le estaban dando.<br />
<br />
Pronto, un montón de gente se acercó. Había incluso reporteros y cámaras. “¿Cómo se enterarán de dónde está Spanish-man?”, se preguntó el Tío Trasmuño.<br />
<br />
—Spanish-man, Spanish-man… ¿Cómo se siente al rescatar continuamente a “Galletita?<br />
Los reporteros tendrían que idear nuevas preguntas, esa ya estaba muy sobada.<br />
<br />
—Bien, bien. Quiero comunicar una cosa a todo el mundo: el Tío Trasmuño no es un villano. Es un hombre normal y corriente, que viste un poco raro, eso sí. Pero es inocente, él no ha provocado ningún incendio—contestó el superhéroe, con su acento inglés.<br />
<br />
— ¿Y entonces quién provocó el incendio?—continuó la misma reportera.<br />
<br />
Spanish-man entrecerró los ojos y apretó los labios.<br />
<br />
—Eso nunca se sabrá—dijo misteriosamente.<br />
<br />
— ¡¡¡Jjoo fiin shee!!!—exclamó el Camuñas.<br />
<br />
Todo el mundo miró al Tío Trasmuño, esperando a que tradujera.<br />
<br />
—Dice que él lo sabe—tradujo—. ¿Quién fue, Camuñas?<br />
<br />
—La nnoheen aweeita. <br />
<br />
— ¿¡La inocente abuelita?! ¿La que salvé?<br />
<br />
Camuñas asintió.<br />
<br />
— ¿Y cómo lo sabes?—preguntó alguien.<br />
<br />
— Eh maare e fafata—contestó, encogiéndose de hombros—. Jee ehó jueho esentío.<br />
<br />
—La madre de la azafata. Se dejó el fuego encendido.<br />
<br />
Ya nadie hacía caso a Spanish-man, y tampoco a Cecilio. Todos miraban al Camuñas.<br />
<br />
—¡¡¡Viva el nuevo héroe!!!—Exclamaron todos— ¡¡¡Ha resuelto el caso!!!<br />
<br />
Spanish-man y el Tío Trasmuño se miraron, perplejos.<br />
<br />
— ¡Eh, hacedme caso a mí!—chilló el antiguo superhéroe—. ¡Yo pronuncio mejor!<br />
<br />
— ¡Sin mí no le entenderéis! ¡Soy el único que le entiende!—gritó Cecilio.<br />
<br />
—Te equivocas—dijo una voz femenina—. Yo le entiendo perfectamente.<br />
<br />
Era la azafata vestida de “piruleta”.<br />
<br />
—Maldita azafata—maldijeron a la vez Spanish-man y Cecilio.<br />
<br />
Por culpa de que el Camuñas se había liado con ella, ahora los dos habían perdido el protagonismo.<br />
<br />
—¡¡Vivan el Camuñas y la piruleta!!—gritó la gente.<br />
<br />
<br />
<div style="text-align: center;">FIN.</div><div style="text-align: center;"><br />
</div><br />
Epílogo:<br />
<br />
— ¿Teh jao ota tojilla PATATA?<br />
<br />
—No, mejor no. Con dos superhéroes tenemos bastante.<br />
<br />
<div style="border-bottom: medium none; border-left: medium none; border-right: medium none; border-top: medium none;"><a href="http://www.safecreative.org/work/1009137315727" rel="cc:license" style="clear: right; cssfloat: right; float: right; margin-bottom: 1em; margin-left: 1em;" xmlns:cc="http://creativecommons.org/ns#"><img alt="Safe Creative #1009137315727" src="http://resources.safecreative.org/work/1009137315727/label/logo-72" style="border-bottom: 0px; border-left: 0px; border-right: 0px; border-top: 0px;" /></a>(Historia escrita por Elena)</div>Federicohttp://www.blogger.com/profile/09622322698850736812noreply@blogger.com12tag:blogger.com,1999:blog-1746449439980993699.post-47026762370210540102010-09-08T00:05:00.001+02:002011-06-01T10:49:28.025+02:00"Los orígenes de Spanish-man (¡Qué pronunciación!)" Un cuento de 3527 palabras<div></div><div></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhzlwCflPiavkCoGwFb-Eu-8gyGTPb5zhbtiKr-40V0A01d1lxtQ30eoXcWwtsk0WoKUwvKDITVPxEpQrPzcjaVNZRTbYgEUk16mFKZkLONfY-zgI4XqK0wb3ZL2n5geZM0TN2nFy8JEy4/s1600/file5731239214530%5B1%5D.jpg" imageanchor="1" style="clear: right; cssfloat: right; float: right; margin-bottom: 1em; margin-left: 1em;"><img border="0" ox="true" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhzlwCflPiavkCoGwFb-Eu-8gyGTPb5zhbtiKr-40V0A01d1lxtQ30eoXcWwtsk0WoKUwvKDITVPxEpQrPzcjaVNZRTbYgEUk16mFKZkLONfY-zgI4XqK0wb3ZL2n5geZM0TN2nFy8JEy4/s320/file5731239214530%5B1%5D.jpg" /></a></div>Un avión a reacción rasgó el cielo en dos, dejando como única evidencia de su paso una estela blanca en el azul glorioso de una España contenida… ¿Un avión? La estela se dirigía directamente a una de las torres de la capital, en la antigua ciudad deportiva del Real Madrid. Todos conservaban en las retinas las llamaradas del once de septiembre… ¿Un nuevo atentado terrorista? A la velocidad con la que se movía quedaban menos de cuatro segundos, tres segundos, dos segundos, un segundo… <br />
<br />
<br />
Las cámaras de televisión no registraron el menor impacto, ninguna explosión iluminó el cielo. Nadie se quedó sin aliento.<br />
<br />
—¡Hola amigos! —prorrumpió un excéntrico personaje embutido en unas mallas de licra rojas. Se apartó el flequillo con un estudiado gesto, ofreciendo su mejor perfil—. ¡Soy Spanish-man! —contuvo el aliento un instante—…Qué pronunciación —añadió orgulloso en voz baja.<br />
<br />
En verdad creía que nadie oía sus apostillas… en fín, eran pequeñas manías que a un superhéroe se le permitían. Ocultaba su identidad tras un diminuto antifaz de color amarillo, y de sus manos colgaban dos malhechores resignados a su suerte. <br />
<br />
Los reporteros brincaron ante la repentina aparición.<br />
<br />
—No debiste forzar la máquina, Pepe… te puede la avaricia —dijo uno de los facinerosos.<br />
<br />
—Es que están tan caros los bocadillos —se defendió el oficinista.<br />
<br />
Uno de los periodistas, con sorprendente habilidad, consiguió colocar su micrófono en la boca del superhéroe.<br />
<br />
—¿Cuál es la colonia que usa? ¿Es cierto que adora las hamburguesas? Y díganos si hay una superheronía en su vida…<br />
<br />
Spanish-man sonrió con un gruñido de satisfacción.<br />
<br />
—En efecto, uso colonia de bebés todos los días. Y respondiendo a la segunda pregunta; afirmo que no hay alimento más completo, digan lo que digan las autoridades sanitarias, que una hamburguesa… (Si estos bandidos hubieran bajado al búrguer de la esquina ahora no estarían detenidos). Y por último decir que Spanish-man hace solito la colada en casa…Qué pronunciación —añadió en un susurro.<br />
<br />
Gonzalo, desde el sofá del salón de su mansión, aplaudió con auténtica efusión las palabras de ese superhéroe que ocupaba la pantalla de su televisor. “Es realmente sexy”, pensó apartando un acaracolado mechón de la frente.”Qué pronunciación”, añadió sin darse cuenta. En efecto, Gonzalo Porras, de veinticuatro años, empadronado en Boadilla del Monte, era Spanish-man. ¿Qué por qué él y no otro? <br />
<br />
Para conocer la respuesta habría que retroceder cuatro años en el tiempo, cuando Gonzalo todavía no podía volar, y acudía con puntualidad germánica a las oficinas de la empresa de la familia, vestido, por supuesto, con un traje de corte moderno. Las mallas y camisetas de licra brillante, con la “eñe” mayúscula en el pecho; la capa con los colores de la bandera española; y el antifaz y calzoncillos de licra puestos por fuera, todavía no formaban parte de su vestuario.<br />
<br />
Un señor de un metro y cincuenta y cinco centímetros tamborileaba los dedos con impaciencia. Con el ceño fruncido parecía hundido entre los acolchados de cuero negro de la silla del escritorio, y por tener la piel muy clara, se notaba aún más una calvicie que trataba de disimular con los cuatro pelos que le crecían por encima de las orejas. Por contraste.<br />
<br />
—Llega tarde, señor —saludó levantando la ceja izquierda.<br />
<br />
Gonzalo confirmó el retraso en su reloj de pulsera. Dos minutos, treinta y cuatro segundos, justo lo que había tardado en piropear a dos secretarias que le salieron al paso.<br />
<br />
—“Zorri”<br />
<br />
—¿Zorri? ¿Ha buscado un apelativo cariñoso para ganar mi aprobación o pretende disculparse en un inglés insufrible? Debe cuidar la pro-nun-cia-ción, señor, pro-nun-cia-ción. Me temo que los informes que tengo que entregar a su padre, no van a ser de su agrado. No tendré más remedio que recomendar una estancia indeterminada en la Gran Bretaña.<br />
<br />
El señor Kesintong tenía la habilidad de presentar cualquier circunstancia como una condena… “Oh sí, por favor, castígueme, señoooorrrr profesooorrr… ¡Chachi, vacaciones pagadas en Inglaterra!”<br />
<br />
—Sé que usted es un señor muy íntegro, y le ruego que no se desvíe de sus principios. Y menos con un joven arrogante y rico como yo.<br />
<br />
—Algún día descubrirá que el negocio de los jamones curados puede no ser “siempre” tan productivo como su insolencia le hace presumir… señor.<br />
<br />
Poco después, Gonzalo viajaba hacia tierras inglesas, porque su amado progenitor creía imprescindible el dominio del inglés, para la extensión de la empresa más allá de las fronteras españolas. Y como él era algo mayor, y en definitiva el negocio quedaría en manos de su único hijo cuando se jubilara, concluyó que era Gonzalo quien debía aprender el dichoso idioma. Aunque se le atascara tanto en la boca.<br />
<br />
“Qué hambre tengo”, se dijo Gonzalo al sentir unas repentinas dentelladas en el estómago. Pidió a una azafata la carta de comidas, y en ella descubrió una variedad sorprendente de… bocadillos. En fin, en un viaje corto no se podía esperar que tuvieran cocina en el avión. “Veamos, bocadillo de jamón serrano”, frunció el ceño. Estaba hasta el mismísimo gorro de ese embutido. “…De chorizo ibérico”, un escalofrío le recorrió la espalda. “Salami…¡pfff!!”. Dejó de mirar la carta.<br />
<br />
—Discúlpeme, señorita. ¿No tendría por casualidad una buena tortilla de patatas, con su cebollita… poco cuajada?<br />
<br />
La azafata dulcificó el gesto negativo de la cabeza con una sonrisa. “Pobrecillo, aún no sabe lo que le espera en Inglaterra”. La azafata recordó que una amiga suya había estado liada con un atractivo hombre de campo y que le había regalado una tortilla, para que cuando se la comiera se acordara de él. Todo hecho con alimentos del pueblo. Y su amiga por no tirarla a la basura se la regaló a ella. Obviamente no deseaba recordar demasiado, y es que lo único que perdura en el recuerdo, con auténtica vitalidad, son las palabras… no la belleza. “¡Qué si te monto, cordera…!”, gritaba su amiga con cara de oveja loca, tratando de averiguar dónde estaba el romanticismo en la declaración.<br />
<br />
—Estás de enhorabuena —rectificó la azafata.<br />
<br />
Gonzalo dejó el plato limpio, a pesar de estar excesivamente aceitosa y demasiado salada. Sólo cuando desembarcó del avión y estaba pendiente de localizar su maleta, sintió las arcadas. Corrió en busca de un aseo de caballeros…<br />
<br />
—Plis, detoilet formén… —suplicó a los usuarios que le observaban con preocupación.<br />
<br />
—¡Toilet, cojones! ¡El vaterclós!<br />
<br />
Los demás pasajeros se encogían de hombros, no comprendían ni su urgencia ni sus palabras. Algunos huían atemorizados de que se ofreciera un extranjero con tanta impunidad y descaro.<br />
<br />
—Find yourself a job, and let the sexual services for professionals… Sir (Búsquese un trabajo, y deje los servicios sexuales para los profesionales… Señor)—contestó un “gentleman” retorciéndose los bigotes. <br />
<br />
Acabó por encontrar uno, y ante la apremio de la náusea no se paró en comprobar si era de caballeros o no. Sin levantar la vista del suelo, cerrando con fuerza los labios, cruzó como una exhalación la estancia. Al fondo había una fila de excusados con las puertas cerradas. No tenía tiempo para las buenas formas. Pateó la primera puerta, que cedió entre astillas… y ahí se liberó.<br />
<br />
Las lágrimas se difuminaron lentamente, aunque un sabor amargo permanecía en la boca. Sólo entonces, descubrió que sus manos se apoyaban en los muslos despejados de una señora, que permanecía en absoluto silencio, petrificada, con los ojos muy abiertos, sin respirar…<br />
<br />
—¡Ah! —Gonzalo cortó el susto con una mano en la boca.<br />
<br />
Doce o quince paraguas auxiliaron a la señora del ataque de ese depravado. “¡Qué flojuchas son las inglesas!”, se extrañó por la ausencia de dolor. Como las excusas, aparte de inútiles resultaron ininteligibles para las damas, Gonzalo optó por una retirada elegante y educada. Las susodichas supieron apreciarlas siguiendo sus pasos con pertinaz insistencia, sin dejar de aporrearle con los paraguas, hasta que subió a un taxi y se alejó del aeropuerto.<br />
<br />
Gonzalo sospechó que la tortilla le había sentado mal, especialmente cuando se sorprendió calculando con acierto el número exacto de rayitas que tenía la camisa del taxista…”No puede ser”. A través del retrovisor observó los pelos del bigote del conductor. Al instante tuvo la certeza de su número, y de ellos, cuántos eran canas teñidas de negro. <br />
<br />
—¡Joder, soy la hostia!<br />
<br />
El taxista frunció el ceño.<br />
<br />
—¡Ayám de raiman! —aclaró Gonzalo radiante ante el descubrimiento de su nueva habilidad.<br />
<br />
—Raiman? —precisó el taxista girando un índice en la sien—. Necesitará ayuda, amigo.<br />
<br />
Le tendió la mano a través de la estrecha apertura del cristal blindado.<br />
<br />
—Soy un agente gubernamental de incógnito, en nuestras dependencias le ayudaremos a desarrollar su potencial…Señor —confesó el taxista en un correcto castellano pero con acento inglés.<br />
<br />
Tres veces por semana, un taxi negro, con la misma matrícula que el que había tomado en el aeropuerto, acudía a la residencia de estudiantes donde se alojaba Gonzalo Porras. Tres días por semana, en un complejo militar subterráneo, en un impreciso punto de la campiña inglesa, Gonzalo Porras se sometía a todo tipo de pruebas y emborronaba cuestionarios sin parar…<br />
<br />
Allí se demostró la proporcionalidad que existía entre la súper fuerza, volar y la capacidad de conocer el número exacto de unidades en un conjunto complejo y difuso, estaba directamente relacionada con su habilidad de pronunciar correctamente el inglés, incluso de imitar el acento inglés en otros idiomas. Todavía no habían descubierto las razones.<br />
<br />
—Hijo, tu formación no ha terminado —suspiró el taxista conteniendo el tic nervioso que movía el bigote—, pero comprendo que quieras marcharte. Recuerda que en España tus súper poderes se debilitarán, y que aquí siempre encontrarás… tu pupitre preparado, para cuando quieras regresar.<br />
<br />
Gonzalo retornó a España, sabiendo hablar inglés, para mayor satisfacción de sus padres, y adecuadamente. Circunstancia que aún hoy no se explican muy bien.<br />
<br />
“Debes recordar que tus poderes te hacen diferente, y el límite que te separa de la mediocridad es muy frágil… ¡No caigas en la tentación de usar tus poderes en tu propio beneficio”, recordaba Gonzalo, con tanta intensidad, como si su mentor le estuviera recitando normas básicas de ética ciudadana para súper héroes. “Además, deberás ocultar tu identidad, porque hasta un súper héroe necesita descansar... Créeme que las fans y los súper villanos no dejarían de llamar a tu puerta”.<br />
<br />
—Abuela, necesito que me hagas unas mallas —solicitó Gonzalo con zalamería—…Es para un concierto Heavy que papá ha contratado para la inauguración de la nueva fábrica de chorizos…<br />
<br />
—¿Qué dices, hijo?<br />
<br />
Era evidente que se aprovechaba de ella, de su envidiable maestría con la máquina de coser. El alzhéimer todavía no había borrado su habilidad costurera…<br />
<br />
—Un poco estrecho —protestó Gonzalo tras probarse las mallas de licra roja.<br />
<br />
Le apretaban los huevos cosa mala. Bueno, nada que no pudiera corregirse con aguja e hilo. Ella, además, ayudaría a preservar su otra identidad, porque nadie la creería si algún día se le escapaba que había cosido los calzoncillos a Spanish-man. <br />
<br />
—¡Estoy listo! —gritó Gonzalo ataviado con su nuevo uniforme de héroe. —Yo…yo… esto… ¡Yo…voy a salvar al mundo!<br />
<br />
Algo no funcionaba: le faltaba el nombre. Tenía que solventar esta pequeña contrariedad antes de “desfacer los entuertos”, porque de lo contrario no estaría claro la autoría de las hazañas, nadie sabría quien era el que estaba arreglando el mundo…y hasta don Quijote necesitaba que su amada Dulcinea conociera sus aventuras, no fuera que otro aprovechado se apuntara las gestas.<br />
<br />
Gonzalo, con medio cuerpo fuera de la ventana, a punto de saltar, se imaginaba la situación: “Señor agente, lo he visto todo… ha sido un payaso del circo el que ha detenido el camión sin frenos”. “No, que va, que va… ¡Ha sido el tío de la película “El cuervo”!, que iba un poco más alegre y ha salvado a los niños del camión!” Y el presentador de la tele acabaría por decir: “algo con patas y manos, probablemente la mascota de un importante patrocinador, ha evitado que se estropee un camión”.<br />
<br />
—Soy…”vamos Gonzalito, piensa”…Soy… “En España perderás tus poderes”… Soy…”pero yo soy español”… ¡Claro, ya está! ¡Soy Spanish-man! “Tengo que mejorar la pronunciación o seré un súper héroe a medio gas”.<br />
<br />
Y se lanzó por la ventana, chillando:<br />
<br />
—¡Ya estoy listo para salvar al mundo!<br />
<br />
Apenas sobrevoló unas calles cuando oyó un desgarrado grito de auxilio. Una ancianita se estrujaba unos dedos crispados a la altura del pecho.<br />
<br />
—¿Qué le pasa, señora? —se interesó Gonzalo con un impecable acento inglés.<br />
<br />
La ancianita quedó sobrecogida por la repentina aparición que descendía de los cielos.<br />
<br />
—¿Qué… quién es usted? ¿Y qué dice? —añadió en un hilo de voz.<br />
<br />
Es algo sintomático, los que hablan demasiado bajo es porque están sordos. Lo sabía por su abuela.<br />
<br />
—¡Soy Spanish-man…! —gritó Gonzalo— ¡Y vengo en su ayuda! —añadió sin marcar demasiado la entonación y el acento inglés.<br />
<br />
—Es mi “Galletita”, que se ha ido por dónde no debía —explicó sin dejar de arrugarse la blusa con ansiedad, con la otra mano señaló la copa de un árbol.<br />
<br />
Gonzalo comprendió de inmediato. Con la celeridad digna de un superhéroe sujetó a la abuela con las manos cruzadas por debajo del diafragma.<br />
<br />
—Galletita mala… ¡Sal, sal, sal de tu sitio! —dijo Spanish-man acompañando de un apretoncito en cada exhorto.<br />
<br />
La vieja se revolvió sofocada. Un maullido de un gatito, proveniente del árbol más inmediato, detuvo el forcejeo.<br />
<br />
—A ver si lo adivino… ¿La galletita es ese minino?<br />
<br />
En el tiempo que tardó la señora en asentir con la cabeza, Gonzalo ya se lo había bajado.<br />
<br />
—¡Y no lo olvide, señora! ¡Spanish-man ha disfrutado ayudándola…! Qué pronunciación.<br />
<br />
—¡Pervertido!<br />
<br />
La primera hazaña de Spanish-man no había resultado demasiado gloriosa, pero Gonzalo sabía que no debía descuidar los casos más modestos, porque únicamente teniéndolos en cuenta podría conseguir un mundo mejor. “Es cierto, —se convencía Gonzalo— es como los científicos del mundo: todos buscando la cura contra el cáncer… ¿Y es que nadie se acuerda de lo molesto que es un resfriado? Si alguno encontrara la solución definitiva todos podrían trabajar al cien por cien contra la vacuna del cáncer…”.<br />
<br />
Un adolescente, de esos que con la excusa de estudiar las estrellas utilizan los telescopios para espiar al vecindario en busca de tetas, sorprendió la aparición de Spanish-man. En cuanto vio la capa con los colores de la bandera española ondear en el descenso hacia la abuela, ajustó el zoom de la vídeo-cámara al máximo y empezó a grabar.<br />
<br />
Al día siguiente, en el mismo momento que Cecilio paseaba por su calle favorita de Madrid, las imágenes de Spanish-man se retransmitían en los telediarios de los principales canales de televisión. Cecilio era un pobre hombre de campo, sin familia y sin trabajo, que de vez en cuando venía a Madrid para denunciar ante el Defensor del pueblo la miseria en la que vivía su aldea.<br />
<br />
—Los americanos tienen a Supermán —sentenciaba una guapa presentadora—, un héroe del cómic que ha sido encarnado en el cine… <br />
<br />
A Cecilio le encantaba observar los escaparates gigantescos de esas tiendas, y normalmente se detenía fascinado contemplado los cuarenta o cincuenta televisores de pantalla plana.<br />
<br />
—¡Pero nosotros tenemos a Spanish-man! ¡Un héroe de verdad! —aseguraba la presentadora al mismo tiempo en los cuarenta o cincuenta televisores.<br />
<br />
Cecilio suspiró, desde que unos americanos llegaron al pueblo y las autoridades pertinentes empezaron a expropiar tierras, todo fue de mal en peor. La construcción de una central nuclear les había privado de sus tierras de cultivo, de las aguas de su río, y muy pocos pudieron trabajar en la central. Los escritos y demás formularios de protesta se perdían en los vericuetos de la jungla burocrática. ¡Necesitaban ayuda de verdad! ¿Y qué es lo que veía en los cuarenta o cincuenta televisores de esa tienda? ¡A un capullo americano haciéndose pasar por español! ¿Qué pretendía el capullo del antifaz? ¿Expropiar también el país con sus truquitos de cine barato?<br />
<br />
—¡…Spanish-man ha disfrutado ayudándola! Qué pronunciación.<br />
<br />
—¡Héroe de pacotilla! Tú no eres nada, ni quieres a tu gente…<br />
<br />
—¿No resulta enternecedor el modo en que acaricia al gatito? —se oía a la chica de las noticias a través de unos altavoces que habían instalado en la fachada. Normalmente subían un poco el volumen cuando percibían que algún peatón se quedaba ensimismado mirando las televisiones.<br />
<br />
El guerrero rojo y amarillo, el gran héroe nacional, se recreaba en mimos que el animal aceptaba con agrado.<br />
<br />
—¿Qué persona se esconde tras el antifaz? Veamos de nuevo el video.<br />
<br />
—… Spanish-man ha disfrutado ayudándola! Qué pronunciación —repetía el héroe en las cuarenta o cincuenta televisiones.<br />
<br />
—… Siempre estás con tu “¡qué pronunciación!” de los cojones. ¡Tienes que ser más español y menos mariquita! Que al final te voy a quitar la “eñe”, que no te la mereces…¡Cojones!<br />
<br />
Un olor a quemado le hurgaba entre los pelillos de la nariz, Cecilio tuvo la certeza de que algo se chamuscaba, y eso en la ciudad no era nada bueno. Olfateando la contaminación, por encima de los carburantes quemados del tráfico rodado, Cecilio supo rastrear el origen de un incipiente incendio de un edificio cercano.<br />
<br />
—¿Dónde está ahora el gilipollas ese? ¿Salvando a otro gatito? —protestó Cecilio sin sorprenderse de su extraordinaria capacidad olfativa.<br />
<br />
Y no es que la vida campestre fuera más propicia para el desarrollo sensorial, o los de su pueblo fueran conocidos por sus narices excelentes. Ni mucho menos. ¿Pero cómo permitían los de la ciudad tanto retraso en sus emergencias? ¿Por qué no llegaban los bomberos y la policía acordonaba un área de seguridad?<br />
<br />
—Socorro…—Era una voz de mujer que decía mucho más de lo que pronunciaba.<br />
<br />
Cecilio sorprendió en su tono la derrota, la sumisión a un destino que ella daba por seguro que nadie podía evitar.<br />
<br />
—¿Pero es que nadie la oye? —gritó Cecilio indignado—. Está claro que en este país no se puede esperar ayuda de nadie…<br />
<br />
Corrió hacia el portal, ignorando las protestas del portero, y subió al tercer piso, de donde provenía la voz asfixiada. Dio una patada a una puerta que crujió sobre sus jambas. Al segundo empujón la puerta cayó, al fondo del pasillo sorprendió a una viejecita en el suelo. Una espesa nube de humo venenoso alquitranaba el paso hacia la salida que había abierto. <br />
<br />
Se quitó la faja del torso y se protegió las vías respiratorias. Recogió a la ancianita y repitió la misma operación de la faja con ella. Cuando habían alcanzado el exterior una deflagración a sus espaldas advertía que parte del tercer piso había saltado por los aires. Uno de los cascotes más gruesos de la fachada alcanzó a Cecilio, que cayó al suelo como un saco de patatas.<br />
<br />
A unos cuantos kilómetros del lugar del incendio, Spanish-man se hallaba completamente absorto en el rescate de otro gatito. Éste estaba más asustado que “Galletita”, y emitía un sonido parecido al lamento que un muerto descompuesto en su tumba haría si trataran de despertarle. “Uñitas” no se dejaba atrapar, y hacía honor a su nombre en cuanto Gonzalo estiraba la mano.<br />
<br />
Desde el árbol vio la columna de humo que provenía del centro de Madrid.<br />
<br />
—“Uñitas”, tengo un asunto más importante. Mientras tanto trata de relajarte un poquito, que en un rato vengo a por ti.<br />
<br />
En cuanto llegó, a vista de pájaro, Spanish-man reconstruyó la escena. Un edificio en llamas, un hombre inconsciente en el suelo y un montón de sirenas ensordeciendo el lugar. “Exactamente tres dispositivos antirrobo de locales comerciales y cinco alarmas de vehículos aparcados…Sólo una víctima aparente. Soy la hostia”.<br />
<br />
—Spanihs-man…Te vi por la tele —saludó el portero del inmueble afectado.<br />
<br />
Gonzalo sacó pecho, hinchando la “eñe” de la camiseta.<br />
<br />
—Sí, es que soy muy fotogénico —manifestó el héroe con marcado acento inglés—. Pero dígame, ¿qué es lo que ha pasado?<br />
<br />
—Ni idea, pero ese paleto —señaló a Cecilio—entró de muy malas maneras en el edificio y unos segundos después, cuando salía,… ¡pum! Todo por los aires —explicó el portero recreando una explosión con las manos.<br />
<br />
Gonzalo comprobó las constantes vitales del paleto. Pulso adecuado, respiración normal…sólo estaba dormido. Sin embargo, el polvo y las trazas de cascotes en la boina y chaleco hablaban de un brutal impacto…”¿Dónde está la sangre?”.<br />
<br />
—Spanihs-man —interrumpió el portero—, esto es importante: la abuelita del tercero ha desaparecido…¡No se ven restos en su apartamento, y me consta que no había abandonado el edificio!<br />
<br />
—¿Qué has hecho con la abuelita? ¿Qué has hecho con la abuelita? —exigió Gonzalo zarandeando al pueblerino.<br />
<br />
Cecilio abrió los ojos con pesar. El americano ridículo le vapuleaba a placer, le dolía la cabeza, como si el pulso cardíaco se concentrara allí y con cada pulsación aumentara la presión intracraneal. Además estaba completamente desorientado.<br />
<br />
—¿Quién eres? ¿Quién eres? —gritó el héroe sin dejar de menear al pobre Cecilio.<br />
<br />
—Soy…del terruño —contestó casi sin voz el paleto.<br />
<br />
—¿Cómo? ¿Ha dicho el “tío trasmuño”? <br />
<br />
El portero se encogió de hombros.<br />
<br />
Finalmente aparecieron los agentes de la autoridad, asumiendo el control de la situación.<br />
<br />
—Spanihs-man, esto es un asunto de la policía…<br />
<br />
—Se llama Tío Trasmuño, y es el presunto autor de la desaparición de una anciana y destrucción de un edificio.<br />
<br />
—No, yo no hice nada… ¡Soy inocente! —protestó Cecilio.<br />
<br />
—Eso es lo que dicen todos, señor agente…Qué pronunciación.<br />
<br />
—Juro por ésto —y Cecilio se besó un puño— que me vengaré, payaso-man…<br />
<br />
<br />
<br />
<div style="text-align: center;">Fin de la primera parte.</div><br />
<br />
<br />
<div style="border-bottom: medium none; border-left: medium none; border-right: medium none; border-top: medium none;"><a href="javascript:print()">Imprimir</a> <a href="http://www.mylivesignature.com/" target="_blank"><img src="http://signatures.mylivesignature.com/54488/98/713AEFD85B29DD7918CC9F7338B25450.png" /></a></div><div style="border-bottom: medium none; border-left: medium none; border-right: medium none; border-top: medium none;"><br />
</div><div style="border-bottom: medium none; border-left: medium none; border-right: medium none; border-top: medium none; text-align: right;"><a href="http://www.safecreative.org/work/1009077269685" rel="cc:license" xmlns:cc="http://creativecommons.org/ns#"><img alt="Safe Creative #1009077269685" src="http://resources.safecreative.org/work/1009077269685/label/logo-72" style="border-bottom: 0px; border-left: 0px; border-right: 0px; border-top: 0px;" /></a></div>Federicohttp://www.blogger.com/profile/09622322698850736812noreply@blogger.com9tag:blogger.com,1999:blog-1746449439980993699.post-25562788454325874812010-07-27T00:48:00.001+02:002011-06-01T10:49:55.137+02:00“Tenía que haberlo sospechado” (Un cuento de 1340 palabras)<div></div><div></div><br />
<div class="separator" style="border-bottom: medium none; border-left: medium none; border-right: medium none; border-top: medium none; clear: both; text-align: center;"></div><div style="border-bottom: medium none; border-left: medium none; border-right: medium none; border-top: medium none;"><br />
</div><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiWsFs8LdRH9uJQB1VHJX06tz_jJnCxcySwT-ggJQ0zIBnHrVZpYIhWTlklVwbq8JY4_b239i0J-Qd6XZdZIMd1qGmbk_2T7vIY_7GJJnPbThmroEp24VjMVviebyI_EdL9dBOQAYTLEV0/s1600/martillos.jpg" imageanchor="1" style="clear: right; cssfloat: right; float: right; margin-bottom: 1em; margin-left: 1em;"><img border="0" hw="true" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiWsFs8LdRH9uJQB1VHJX06tz_jJnCxcySwT-ggJQ0zIBnHrVZpYIhWTlklVwbq8JY4_b239i0J-Qd6XZdZIMd1qGmbk_2T7vIY_7GJJnPbThmroEp24VjMVviebyI_EdL9dBOQAYTLEV0/s320/martillos.jpg" /></a></div>Tenía que haberlo sospechado, yo, que soy catedrático de historia. Haber sabido leer los indicios y alertar a la sociedad de un futuro tan poco esperanzador. Al menos, tenía que haberme preparado para lo que se nos avecinaba…<br />
<br />
”No dejes de correr”.<br />
<br />
—¿Cómo que corporativismo? ¿Qué coño es eso?<br />
<br />
Mi amigo y colega Stephan no compartía mi opinión en absoluto.<br />
<br />
—Te han traumatizado los martillos desfilantes de “Pink floid” —continuó tratando de quitar hierro al asunto.<br />
<br />
Rellené su copa con un poco más de vino. Stephan era de las pocas personas que resultaban brillantes cuando compartían sin prisas una buena botella. Su capacidad de síntesis y de relación siempre explotaba en una asombrosa conclusión, que ansiaba escuchar.<br />
<br />
—Es inevitable, lo sabes. Las únicas empresas que sobrevivirán a la crisis son las que se unan. Surgirán macro empresas, que irán absorbiendo a la competencia; y estos monopolios, con el paso del tiempo, irán ganando un mayor poder político. Hasta tal punto que la idea de estado no tendrá sentido…<br />
<br />
Realicé una pausa para permitir alguna objeción, pero Stephan mantenía la mirada perdida en su copa. Era evidente su preocupación.<br />
<br />
—… Porque el sistema de créditos, lo que paradójicamente ha provocado la ruptura del capitalismo a nivel general, será la base económica de esta nueva era a nivel particular. La gente dejará de ganar dólares o euros, ganarán derechos y créditos por su trabajo en la compañía. La compañía será quien cuide de tu salud, la compañía será quien eduque a nuestros hijos. Y si eres medianamente feliz, será gracias a los privilegios disfrutados en la compañía…<br />
<br />
Tomé la copa de la mesa y mojé los labios. ¿Por qué no reaccionaba Stephan?<br />
<br />
—Los grandes accionistas serán los nuevos caballeros feudales, y no dejarán de vivir bien, porque tendrán millones de esclavos que trabajarán en una sociedad muy jerarquizada. Trabajarán por nada, sólo para conseguir una mejor posición laboral, que será sinónima de la social.<br />
<br />
—¿Has terminado? <br />
<br />
—Sí, sólo añadir que en esta sociedad no habrá grandes revueltas ni violencia… que todos serán moderadamente felices con la vida que les toque, pero no serán conscientes de que no tienen libertad,… ni alternativa para decidir. Seremos autómatas: comer, trabajar, dormir; comer, trabajar, dormir…<br />
<br />
—¿Has visto la película “Mad max”? Esa será tu sociedad venidera, todo lo demás es un reflejo de tu mundo interior, de tus miedos y esperanzas.<br />
<br />
Recuerdo no haber manifestado sorpresa alguna, pero era obvio por la sonrisita de Stephan, que nuevamente me había sorprendido. ¿Reflejo de mi mundo interior?¿”Mad max”? Aún pensaba en Mel Gigson cuando aparcaba el coche, al día siguiente, en el aparcamiento reservado para profesores, en el campus universitario de Toulouse. <br />
<br />
“No te pares”.<br />
<br />
—Todos comprenderán que la caída del imperio romano, ante los invasores bárbaros del norte, no se produjo en un solo día —explicaba a mis alumnos—. ¿Alguien sabe por qué?<br />
<br />
Unas pocas manos se levantaron en el aula. Nadie rompía el respetuoso silencio que provocaba mi autoridad. Dirigí mi sonrisa complaciente a una joven de aspecto tímido.<br />
<br />
—Las tribus del norte no estaban organizadas —respondió. Simplemente probaban fortuna por libre…<br />
<br />
—¡Exacto! —grité.<br />
<br />
Creo que no ocultaba bien mi predisposición por Susane, sabía aún antes de corregir sus exámenes que aprobaría, que rozaría la excelencia.<br />
<br />
—El senado no podía aprobar nuevos presupuestos para el mantenimiento de sus fronteras… Se puede decir que la conquista de Britannia supuso el primer paso hacia la ruina de las arcas del estado, porque no se obtuvieron los beneficios esperados, por los costes que suponía mantener la paz en un territorio constantemente acosado por tribus hostiles.<br />
<br />
—Los ciudadanos romanos quedaron abandonados a su suerte… —añadió Susane, que aún permanecía en pie.<br />
<br />
—Cierto, te puedes sentar. Pero afortunadamente para esas pobres gentes que confiaban en el imperio, los bárbaros eran personas de instintos básicos. Ya sabéis, comer, procrear y que nadie les molestara mientras disfrutaban de las cosas buenas de la vida…<br />
<br />
—Los bárbaros no comían y procreaban… ¡Violaban y saqueaban! —protestó Susane desde la tribuna.<br />
<br />
—Desde luego, pero como en todo, es una simple cuestión de perspectiva. Desde su punto de vista, sólo molestaban un poco, un precio demasiado pequeño para mejorar la raza de esos decadentes individuos del imperio romano… ¡No tenían ambiciones políticas! ¿No os dais cuenta? Ni políticas, ni artísticas ni tecnológicas. Su presencia dejó un vacío en la historia…Fueron años oscuros, pero los antiguos ciudadanos romanos sobrevivieron. Se mezclaron costumbres, ritos, creencias… aparecieron nuevos dialectos.<br />
<br />
La clase acabó con el sonido de una campana, pero Susane no la dio por concluida.<br />
<br />
—El imperio se desmoronó a poquitos, ¿verdad? —me preguntó acercándose a mi mesa.<br />
<br />
Asentí con la barbilla. Dos jóvenes se sumaron a nosotros.<br />
<br />
—Cada tribu asentada normalmente permanecía en sus tierras ocupadas, a no ser que las rencillas con otra tribu rival los expulsara y acabaran avanzando más hacia el sur, ocupando nuevos territorios que apenas ofrecían resistencia a su paso. ¿Si fueras un bárbaro y no tuvieras que comer, no te irías al sur habiendo escuchado cientos de historias que hablan de paraísos sin custodia, paraísos de abundancia, de trigo, de buen ganado, de bellas mujeres?<br />
<br />
—Es como la inmigración ilegal de ahora —se aventuró un joven de pelo largo—. Se cuelan en los Estados Unidos o en España pensando que encontrarán un paraíso y se encuentran con otro infierno, tal vez más civilizado.<br />
<br />
—Interesante —admití— pero hay una pequeña salvedad. Los bárbaros eran los fuertes del momento, eran los futuros señores feudales de la edad media, porque tenían todo el poder que su espada y caballo pudieran abarcar y mantener. Y los romanos eran los débiles. Ahora recibimos invasiones de gentes que buscan un presente mejor, pero ellos son los débiles y en el mejor de los casos acabarán como mano de obra barata, y nosotros… —un escalofrío me sacudió la espalda— seremos los que dictan las reglas del juego.<br />
<br />
—Tal vez los romanos sintieran la misma prepotencia que nosotros… —opinó el joven de pelo largo, creo que era la pareja de Susane, por el modo posesivo con el que trataba de retener la mano de ella entre las suyas. <br />
<br />
Un segundo estremecimiento me sorprendió.<br />
<br />
—Entiendo, una gran civilización como la nuestra nunca puede desaparecer…<br />
<br />
Los tres chicos mostraron cara de sorpresa.<br />
<br />
—Eso es lo que pensaría un romano —añadí y al instante surgieron gestos de aprobación.<br />
<br />
“Sigue corriendo”.<br />
<br />
Hacía mucho calor y ya no se encontraba en las farmacias, desde hacía mucho tiempo, inhaladores contra el asma. Sí, padezco esta enfermedad respiratoria, pero desapareció en la adolescencia con el desarrollo corporal. Que vuelva a tener accesos de tos poco tiene que ver con el vínculo emocional que las provoca, a no ser que una pandilla de gamberros con cadenas y mazas corriendo detrás de ti, no sea suficiente estímulo… <br />
<br />
¿Pero que pretenden? No hay dinero, no tengo nada que les pueda valer. “Sigue corriendo, que no sospechen que estás enfermo… Tal vez abandonen la persecución por otro más débil. Nada, no se cansan. ¿Qué habrá sido de la policía?”.<br />
<br />
—¡Socorro! ¡Policía!<br />
<br />
El eco mezcló mi lamento con las risas de mis perseguidores. En las calles vacías no circulaban coches, la basura se amontonaba sin orden en las aceras, y nadie prestaba atención a las cacerías. Me acordé, sin saber por qué, de Susane. Me acordé de una de las últimas clases que había impartido en la universidad, hace unos años… Ya entonces estaba preocupado por este presente.<br />
<br />
“¿Has visto Mad-Max? Esa será tu sociedad venidera”, afirmaba un Stephan preocupado y atemporal. “Los bárbaros no comían y procreaban… ¡Saqueaban y violaban!”, me recordaba Susane desde la memoria. Y luego, estúpido de mí, no pude reprimir mi respuesta: “Exacto, pero como en todo, es una cuestión de perspectiva”. ¿Desde qué perspectiva se supone que tengo que ver las cosas ahora? ¿Mi pedantería me salvará el culo?<br />
<br />
No existe ningún tipo de orden, nadie ayuda a nadie… Se respira una anarquía absoluta. A los que se esconden, a los que fingen que no pasa nada, les grité:<br />
<br />
—¡Algún día os tocará a vosotros! ¡Cabrones! <br />
<br />
<br />
<br />
<div style="text-align: center;">fin</div><br />
<br />
<div style="border-bottom: medium none; border-left: medium none; border-right: medium none; border-top: medium none;"><a href="http://www.safecreative.org/work/1007266921321" rel="cc:license" style="clear: right; cssfloat: right; float: right; margin-bottom: 1em; margin-left: 1em;" xmlns:cc="http://creativecommons.org/ns#"><img alt="Safe Creative #1007266921321" src="http://resources.safecreative.org/work/1007266921321/label/logo-72" style="border-bottom: 0px; border-left: 0px; border-right: 0px; border-top: 0px;" /></a> <a href="http://www.mylivesignature.com/" target="_blank"><img src="http://signatures.mylivesignature.com/54488/98/713AEFD85B29DD7918CC9F7338B25450.png" /></a></div><div style="text-align: right;"></div>Federicohttp://www.blogger.com/profile/09622322698850736812noreply@blogger.com19tag:blogger.com,1999:blog-1746449439980993699.post-62753789823217759732010-07-12T05:11:00.000+02:002010-07-12T05:11:35.320+02:00"¡Campeones!"<div></div><div></div><br />
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiW6Stg3uHAN-PUQZOrIfUEhH2xYkJ5CRIF73B8NNXtIb62P67ezwE83VabRK9W6xfUcMcQ6gEc7Pt5CtzkdForkBQG4KWu1ps15CnY-uDGVPt9HQoLUny0BYPDlDkLH8dUhAJ0EIOZnj4/s1600/toro.jpg" imageanchor="1" style="clear: right; cssfloat: right; float: right; margin-bottom: 1em; margin-left: 1em;"><img border="0" rw="true" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiW6Stg3uHAN-PUQZOrIfUEhH2xYkJ5CRIF73B8NNXtIb62P67ezwE83VabRK9W6xfUcMcQ6gEc7Pt5CtzkdForkBQG4KWu1ps15CnY-uDGVPt9HQoLUny0BYPDlDkLH8dUhAJ0EIOZnj4/s320/toro.jpg" /></a></div>Y esto no es un cuento... ¡Campeones del mundo! Medio mundo canta "soy español, soy español, soy español", y yo descubro la magia del futbol a través del triunfo de nuestro equipo... porque, en realidad, odio este deporte (pero amo a cada uno de esos hacedores de historia).<br />
<br />
<br />
<br />
<br />
<a href="http://www.mylivesignature.com/" target="_blank"><img src="http://signatures.mylivesignature.com/54488/98/713AEFD85B29DD7918CC9F7338B25450.png" /></a>Federicohttp://www.blogger.com/profile/09622322698850736812noreply@blogger.com11tag:blogger.com,1999:blog-1746449439980993699.post-35550332060866250852010-07-01T17:58:00.006+02:002011-06-01T15:54:43.319+02:00"Rutinas" (Un cuento de 2520 palabras)<div></div><div></div><br />
<br />
<div style="text-align: justify;"><br />
</div><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhVfei8gm2UzVWYCgmXo2kNsOO7dT3NJdFieOmAo4dNhdpACaP5x0e8cffcNFV37_SuXUVDlMWFm4bN7iIGCmUQI0qFW2WapNBVlam4DIuLDwhA8LWJg1rBo87Zf20ZrLmYOe6yHqYvxOU/s1600/loro.jpg" imageanchor="1" style="clear: right; cssfloat: right; float: right; margin-bottom: 1em; margin-left: 1em;"><img border="0" rw="true" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhVfei8gm2UzVWYCgmXo2kNsOO7dT3NJdFieOmAo4dNhdpACaP5x0e8cffcNFV37_SuXUVDlMWFm4bN7iIGCmUQI0qFW2WapNBVlam4DIuLDwhA8LWJg1rBo87Zf20ZrLmYOe6yHqYvxOU/s320/loro.jpg" /></a></div><div style="text-align: justify;">Mi nombre no tiene importancia, pero diré que me llaman Ray, el sargento Ray “Smile”, porque nunca sonrío; que pertenezco a la cuarta brigada de la primera división de infantería, de Fort Knox, en Kentucky. Y confieso que amo a mi patria…</div><div style="text-align: justify;"></div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">—¡Arrrgh! —graznó un ave de llamativas plumas de colores.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">…y a mi loro, aunque no hable. El hombre de la tienda de mascotas me aseguró que con un poco de paciencia el animal acabaría por mantener conversaciones, un poco surrealistas me atrevería a decir yo, pero conversaciones al fin y al cabo. Para alguien que siempre ha vivido solo tiene mucha importancia verbalizar los pensamientos, exteriorizar sentimientos; y aun más para un tipo como yo (al menos eso es lo que mantienen los psicólogos del ejército).</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">—Son animales muy intuitivos —afirmaba el hombre de la tienda de mascotas—, son ellos los que juegan con nosotros... ¡Nos estudian! Son capaces de repetir determinadas palabras que saben que nos divierten, nos molestan o nos entristecen… Comprar un loro no es comprar una mascota, es tener un amigo en casa.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">El vendedor sostuvo la mirada en silencio. Sólo faltaba su mano encima de mi hombro, para convencerme de que no podía haber hecho mejor elección. No importaba el hecho de que aparentara ser un tipo anormal, incapacitado para las relaciones sociales; aceptaba los prejuicios que pudiera tener sobre mí, porque no tendría más trato con esa persona. Pero ay de él si hubiera puesto esa mano en mi hombro… “Le habría dislocado el brazo por tres sitios”.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">—Está bien, amigo, me ha convencido —dije sin poder reprimir la idea absurda de que cuando ese hombre llegara a su casa se encontraría con la misma mujer de los últimos veinte años de matrimonio, que le recibiría con un gruñido y que en la cama el único calor lo encontraría con el roce de las mantas. “Yo sin embargo me follo a unas putas buenísimas siempre que quiero y nunca me dan el coñazo en casa”. Sonreí, ya estábamos en paz. El vendedor me devolvió la sonrisa.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">—Hola… hola… hola… —dije yo nada más llegar a casa y ubicar la jaula en el salón.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Tal vez le intimidaba que le observara como a un recluta, estudiando sus rasgos, deduciendo su carácter y sopesando una respuesta probable, porque el loro retrocedía en su jaula. No lo puedo evitar, siempre miro a los ojos... y cuando no los tienen, como un tanque o un helicóptero, me los invento en la boca del cañón o en el cristal que protege al piloto.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">—Hola… hola… hola…</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Traté de suavizar mi voz, de dulcificar el tono, de no taladrarle el cráneo con la mirada…</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Pero mi loro nunca habló, ni una palabra. Sólo gritaba, agudos exabruptos que ponían a prueba mi paciencia. No importaba, soy un producto del gobierno republicano y sé que no hay nada que resista a la rutina, a una vida regulada al cumplimiento estricto de unas normas.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">De este modo procedí al saludo triplicado en cuanto llegaba a casa, normalmente a media tarde, después de comer, y por la noche. También saludaba por triplicado por las mañanas, nada más levantarme de la cama. Eran las únicas palabras que le dirigía al testarudo animal, y hasta que no se las aprendiera no iba a dirigirle otras. </div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Habían transcurrido casi tres meses desde la adquisición de mi nuevo “amigo” alado, pero todavía no había aprendido a decir “hola”, y sólo cuando estaba de buen humor se dignaba a contestar a mi saludo con sus estridentes gritos. Probé a retirarle el alimento en las horas diurnas y dosificar lo justo por la noche, para que se alegrara de verme —al satisfacer su necesidad más perentoria— y me hablara.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">No hubo manera.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">—¡Arrrrrgh! —chilló el loro.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Me encendí un cigarrillo y procedí a desmontar mi arma reglamentaria, una beretta 92. Era una rutina más de las que regulaban mi vida. Limpiar y engrasar sus partes me ayudaba a calmar la ansiedad, incluso en los días que no había tenido ocasión para su uso. Me ayudaba a dormir. Amartillé el arma varias veces, para confirmar el comportamiento perfecto del arma. </div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">El característico sonido de sus piezas metálicas en fricción era música en mis oídos. “Soy un hombre de acción”, suspiré anhelando una bocanada de gasolina quemada de un vehículo de guerra. “No te estás pudriendo, Ray…”</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">—¡No te estás pudriendo en este campamento de mariquitas!</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Suspiré otra vez, había gritado una vez más. Tenía que calmarme, controlar la agresividad, los psicólogos y sus dichosos cuestionarios podrían provocar un cambio de destino aún peor, como ordenanza de algún alto cargo que la burocracia militar siempre necesita. El loro me ayudaría.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Y me volví hacia él con una sonrisa torcida. Todavía no había pronunciado mis tres “holas” cuando el loro retrocedió acobardado. Sería tan fácil estrangular ese gaznate hacedor de ruidos desagradables, ¿quién me lo impediría? ¿Los psicólogos? Estiré la mano y… apagué el interruptor de la luz. Me dormí con mi habitual desasosiego, imaginando vidas en las que yo era feliz hasta que el sueño misericordioso me arropó de inconsciencia.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">—¡Clic clack! ¡Clic clack!</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Ese ruido era reconocible de entre un millón, y sólo lo producían las armas automáticas al amartillar el percutor. A las cinco y cuarto de la mañana, era obvio que no lo había hecho yo, a no ser que fuera sonámbulo y tuviera un arma en las manos. No era el caso… ¡Había alguien que se disponía a dispararme!</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Con el sabor de la adrenalina en la boca salté de la cama, rodé por la moqueta de la habitación hasta situarme detrás de la cómoda y traté de recomponer la escena desde una situación menos peligrosa. Amartillé mi arma.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">—¡Clic clack! —sonó mi arma— ¡Estoy armado y voy a disparar a matar! —grité. </div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">—¡Clic clack! ¡Clic clack! —amartillaron nuevamente unas armas desde el salón.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">“¿Pero cuántas veces van a desencasquillar estos capullos, si todavía no han disparado?” Una sospecha relampagueó en la oscuridad de la madrugada. Obviando toda protección me alcé y prendí la luz del salón. No había nadie, sólo el loro que se arrellanaba en el fondo de la jaula.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">—Has sido tú, ¿verdad, cabronazo? </div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Sentía el corazón a punto de reventar en el pecho. Apagué la luz, no quería que mi nuevo amigo me viera al borde de un ataque de nervios. Ya no descansé en lo que me quedaba de noche. Cuando sonó el despertador tenía pocas ganas de saludar al puñetero loro, pero… soy un hombre de principios.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">—Hola… hola… hola…</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Un saludo, tres palabras repetidas mecánicamente, y ninguna respuesta, como siempre. Hablar no hablaba, pero tenía una habilidad extraordinaria para reproducir sonidos mucho más complicados. Me sonreí… “¡Joder con el loro! ¡Cómo desencasquilla el cabrón!”.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Por la noche, antes de poner los granos en el comedero de la jaula, insistí en la rutina del saludo. Obtuve los mismos resultados de siempre. Amartillé el arma reteniendo el impulso irracional de usarla contra ese montón de plumas tocapelotas, chillón, que llenaba de mierda no sólo la jaula sino buena parte del salón —parecía esforzarse en llegar hasta el dormitorio— y que, además, se divertía asustándome de madrugada.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">—¡Tira las armas, no tienes ninguna posibilidad! —grité al loro.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Desamartillé el arma, enfadado. Vi una película de acción, de esas con poco argumento y muchos tiros; justo lo que necesitaba para relajarme. El amplificador de sonido del “Home cinema” vibraba a la máxima potencia con cada explosión del televisor, me quedé dormido bajo el dulce sonido de ráfagas de ametralladoras. Decenas de soldados caían despedazados al suelo, soñaba que era yo quien apretaba el gatillo.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">La función “sleep” cumplió perfectamente su cometido, una hora y media más tarde la tele se apagó sola permitiéndome dormir en el sofá. No era la primera vez que cabeceaba en el salón, normalmente acababa por acostarme en la cama de madrugada, incomodado por una mala postura o con sed, ocasionada por las cuatro o cinco latas de cerveza que bebía cada noche.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Esta noche no fue así, la fricción de los metales de un arma automática reverberó en el salón, advirtiendo que un instante después lo último que escucharía sería una detonación. Desperté sobresaltado, maldiciendo haber dejado mi arma reglamentaria tan lejos del sofá.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Me arrojé cuerpo a tierra, sobre los botes vacíos de cerveza. Mi mano aplastó uno y en un momento lo partí por la mitad. Un arma blanca un poco miserable, pero bien usada podría ser de utilidad.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">—¡Clic clack! ¡Clic clack!</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Nuevamente habían amartillado las armas… entonces comprendí. En la casa no había nadie. Aun antes de encender la luz de la estancia, y recibir una luz bendita que exorciza los rincones oscuros, sabía que el loro se apretujaría contra el fondo de la jaula… riéndose en silencio. </div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Miré el reloj de pulsera, eran las cinco y cuarto de la mañana. “¡Otra vez!”, maldije en silencio. Esto se convertía en una nueva rutina, yo trataba de enseñar al loro que dijera “Hola” y el loro me contestaba a las cinco y cuarto de cada madrugada… ¿Qué pretendía? ¿Que lo matara?</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">—¡Juro por dios, loro tocapelotas, que como mañana me hagas lo mismo te mato! ¡Te mato!</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Me acosté enfadado, sabiendo que daría vueltas en la cama sin dormir hasta que el despertador sonara cinco minutos antes que la corneta del campamento.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">—Hola…”cabrón” —pensé—. Hola… “hijoputa” —añadí mentalmente—. Hola… “mariconazo” —completé para mis adentros.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">El loro no gritó, hizo bien en no darme una excusa para lanzarle una mesa encima. No regresé a casa para comer, no quería ver al animal. Y la verdad es que me desahogué con los reclutas. En los últimos días les di más caña de lo normal… “¡Que se jodan, para eso son machacas!”.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Es cierto, cuanto más exijas mejor responden. Muchos de esos mariquitas ahora son hombres de provecho. Sí, gracias a mí. ¡No es tarea fácil corregir en unos pocos meses años enteros de mimos de mamá! Enderezar actitudes y conductas exige primero destrucción de vicios, y los mandos saben que hay pocos tan bien dotados como yo en esos menesteres. </div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Y no hay nada mejor que un loro cabrón para acentuar mis virtudes naturales. No, no me voy a permitir remordimientos por ese recluta, ¿cómo cojones se llamaba? Qué importancia tiene, llorará hoy y me lo agradecerá mañana. Como siempre.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">—Hola… hola… hola… —saludé al loro buscando un poco de afecto.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">No tenía grandes expectativas de que me respondiera. Hasta la fecha se cumplía las advertencias del vendedor como negras profecías: no podía evitar sentirme un poco la mascota del loro. Me preparé unos emparedados de jamón de yorck y queso para cenar. Me acosté en la cama, desmonté el arma para el engrase y limpieza de sus partes, y amartillé y disparé varias veces sin bala en la recámara y sin el cargador. Funcionaba correctamente. Apagué las luces.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Si esta madrugada, al loro le apetecía jugar conmigo de nuevo se llevaría una buena sorpresa. Hasta entonces había reaccionado con benevolencia; hoy no sería tan indulgente, porque tampoco me molestaba demasiado corregir vicios de conducta a un loro al más puro estilo sargento “smile”.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Y me dormí, pero con ese estado de alerta especial del que está prevenido porque sabe que lo van a despertar. Y no falló, a las cinco y cuarto de la madrugada, según marcaba los dígitos fosforescentes del despertador, del salón llegó el esperado sonido de un arma amartillándose.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">—¡Clic clack!</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Fingí dormir, en caso de que el loro se pusiera pesado le arrojaría un cubo de agua fría que tenía preparado al pie de la cama.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">—¡Clic clack! ¡Clic clack!</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">La sensación de “dejà vu” desapareció en cuanto encendí las luces del salón y tres encapuchados, sorprendidos por mi repentina aparición, levantaron sus pistolas hacia mí. El cubo que tenía en las manos no era el arma más apropiada para la ocasión.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">—¿Qué hacemos ahora? —susurró unos de ellos.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Eran armas del ejército americano, hablaban con acento americano. Los pasamontañas servían de poco para ocultar su juventud, y el mero hecho de llevarlos puestos indicaba que no pretendían matarme. “Jodidos reclutas, mañana sabré quienes sois”.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">—Seguir el plan…</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">—Si os vais por donde habéis entrado mañana no habrá represalias… —advertí con mi natural tono de autoridad, dulcificado por las circunstancias.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">—¿Represalias?</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Y utilizó el arma, con toda la contundencia del frío metal contra mi cara. Dos veces.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">—Mírate, por dios… ¡Das asco! Sangras igual que un cerdo… ¿Sabes cómo tratamos a los cerdos en mi pueblo? —interrogó el que me había golpeado, sacando una navaja de afeitar.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">—¿Afeitándoles la cara? —repliqué con sorna.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Todavía creía que sólo pretendía darme una lección.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">De nuevo el metal de su arma besó mi piel, con la pasión violenta del que mucho ha sufrido. El loro gritó asustado, agitaba las alas dentro de la jaula. Sus estridencias reverberaban por el salón sin cesar. Escupí sangre. El golpe me había afectado esta vez el oído, es posible que tuviera la mandíbula fracturada. Ya no podía responder.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">—Primero lo capamos, y después lo degollamos… —aclaró uno.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">—Creo que tu loro está hambriento —advirtió el que me había golpeado por tres veces. —Habrá que darle de comer… ¡Bájate los pantalones!</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">El loro inesperadamente se calló. Casi era un alivio, aguantaba mejor los golpes de los encapuchados que los gritos del animal. Me disponía a bajar los pantalones del pijama, cuando una voz tronó en el salón.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">—¡Tira las armas…! ¡No tienes ninguna posibilidad! —gritó una voz metalizada por un megáfono.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Unas luces amarillas destellaron a través de las ventanas del salón.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">—¡Es la policía militar! ¡Nos han pillado joder! —gritó uno quitándose la capucha.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">En su nerviosismo pensaba que deshaciéndose de objeto tan delator de delito podría pasar por recluta de servicio. El sonido de una ráfaga de ametralladora envolvió la estancia. Ni un solo impacto se advirtió en las paredes.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">—¡Es un aviso! ¡Nos van a machacar! —gritó otro tirando al suelo su pistola.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">—¿Sabes cómo tratamos a los cerdos en mi pueblo? —sonó la voz metalizada de un megáfono, era algo más que una amenaza.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">—¡Tienen hasta micrófonos! </div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">El jefecillo de la banda tiró la navaja y la pistola, automáticamente los tres levantaron los brazos en señal de rendición. Circunstancia que aproveché para recoger las armas.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">—Todos afuera —exigí sintiendo un profundo dolor en la quijada.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Por nada del mundo quería que se perdieran el gran momento de su detención. La puerta se abrió, las luces amarillas saltaron enloquecidas hacia el interior, y allí, con estupor, descubrieron al camión de basuras vaciando los contenedores de mis vecinos. No había soldados ni policía militar, no había coches patrulla ni hombres con megáfono… No había nada.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">—Pero… pero… la ametralladora… ¡Todos la oímos! </div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Quien llevaba armas listas para disparar en ese momento era yo, sentía un intenso dolor de cabeza y llevaba tres días durmiendo mal… No, no me dieron ninguna razón para disparar. Todos se quedaron quietecitos, estupefactos, al descubrir una extraña amistad entre el loro y yo.</div><br />
<br />
<br />
<div style="text-align: center;">Arrrrrgh (fin, según mi loro)</div><div style="text-align: center;"><br />
</div><br />
<div style="border-bottom: medium none; border-left: medium none; border-right: medium none; border-top: medium none;"><a href="http://www.mylivesignature.com/" style="clear: right; cssfloat: right; float: right; margin-bottom: 1em; margin-left: 1em;" target="_blank"><img src="http://signatures.mylivesignature.com/54488/98/713AEFD85B29DD7918CC9F7338B25450.png" /></a></div><br />
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</div><div style="border-bottom: medium none; border-left: medium none; border-right: medium none; border-top: medium none;"><a href="http://www.safecreative.org/work/1007016712629" rel="cc:license" xmlns:cc="http://creativecommons.org/ns#"><img alt="Safe Creative #1007016712629" src="http://resources.safecreative.org/work/1007016712629/label/logo-72" style="border-bottom: 0px; border-left: 0px; border-right: 0px; border-top: 0px;" /></a></div><div style="border-bottom: medium none; border-left: medium none; border-right: medium none; border-top: medium none;"><br />
</div><div style="border-bottom: medium none; border-left: medium none; border-right: medium none; border-top: medium none;"><span style="font-size: x-small;">Pie de foto: extraído de google, si alguien la reconoce como propia y desea que la quite del blog que me ponga un correo o un comentario.</span></div>Federicohttp://www.blogger.com/profile/09622322698850736812noreply@blogger.com13tag:blogger.com,1999:blog-1746449439980993699.post-79503772242766017012010-06-07T01:10:00.002+02:002011-06-01T15:55:09.690+02:00“Alicia sin maravillas” (Un cuento de 1645 palabras)<div></div><div></div><br />
<br />
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhiK25SSAeUbAl9WlKZVmn2u-_yEq-V2AzMSYaMxlvO1QOiD-qI_xe-SR8bStjMUCZHLCZhW2qZyTLnKueAo3lfrERXVS0VuWoi5PGzzpNl_IlGq9GiRUYm0SMSOwr7YmkPWqDg4r6C79w/s1600/redsonja5%5B1%5D.jpg" imageanchor="1" style="clear: right; cssfloat: right; float: right; margin-bottom: 1em; margin-left: 1em;"><img border="0" gu="true" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhiK25SSAeUbAl9WlKZVmn2u-_yEq-V2AzMSYaMxlvO1QOiD-qI_xe-SR8bStjMUCZHLCZhW2qZyTLnKueAo3lfrERXVS0VuWoi5PGzzpNl_IlGq9GiRUYm0SMSOwr7YmkPWqDg4r6C79w/s320/redsonja5%5B1%5D.jpg" /></a></div>El sobresalto fue inesperado, no podía ser de otra manera, y más cuando lo que emergía de esa tierra quemada siseaba con una lengua bífida de más de un metro de longitud. Parecía deleitarse del bocado fácil que esa pobre mujer representaba. Cruzar su territorio, y sin armas, era una temeridad. En su cerebro de reptil se formó la idea de sacrificio, esas pequeñas singularidades sólo se daban en esos mamíferos bípedos.<br />
<br />
La mujer rompió a correr precipitadamente hacia la ladera oriental del cañón, como si creyera que, de llegar a esas paredes verticales, pudiera trepar por ellas más deprisa que esa gigantesca serpiente que la miraba con ojos hipnotizadores. ¡Criaturas insensatas, nunca aprenderán a reconocer sus límites! <br />
<br />
La serpiente la siguió, casi con docilidad, como en un juego que sabe que no puede perder.<br />
<br />
—¿Quieres comerme? ¡Ven a por mí! —gritó Ashanti arrojando una piedra a la cabeza del monstruo.<br />
<br />
No le hizo daño, pero el juego dejaba de ser divertido, especialmente cuando la presa no huía. La serpiente se abalanzó hacia ella, tenía ganas de confirmar el sabor que su lengua había degustado en el aire. El sabor a miedo es lo que sazonaba mejor las carnes… ¿Por qué no había detectado esa emoción antes en su presa?<br />
<br />
La mujer saltó en la pared, hacia lo que parecía un tronco seco de un árbol. La serpiente siguió con la mirada el tronco hasta comprender, cuando ya era demasiado tarde, que la copa estaba formada por una plataforma de piedras que caían sobre su cabeza. ¡Había caído en una trampa!<br />
<br />
—¡Uuu… uuu… uuuuuuuh! —gritó Ashanti levantando los brazos en un gesto inconsciente de victoria.<br />
<br />
Alicia había levantado un puño sin darse cuenta. No tenía la más mínima intención de usarlo, y menos contra esos dos obreros, que trataban de ser galantes con los escasos medios, que la cultura y la sociedad habían puesto a su servicio para lucirse en el ancestral juego de la seducción.<br />
<br />
—Vale, vale, señorita. No pretendía ofenderla… —se excusó el más joven.<br />
<br />
—¡Vaya unos humos que se gasta! —masculló el otro lo suficientemente alto para que Alicia pudiera oír sus reproches—. ¡Tampoco está tan buena, joder!<br />
<br />
Ashanti volvió la vista atrás, el cuerpo inmóvil del monstruo apuntaba hacia una montaña cuya cima no se veía por una espesa niebla.<br />
<br />
—¡Ya sé cuál es mi camino…!<br />
<br />
Sólo las montañas sagradas escondían de la vista de los mortales sus cimas de secretos y tesoros.<br />
<br />
—¡Y ni los dioses podrán evitar que cumpla mi destino!<br />
<br />
Y Ashanti descubrió que, una vez conocida su meta, no podía hacer otra cosa que avanzar hacia ella. Porque no puede haber vida más miserable que la de una heroína que está privada de toda razón… y ni siquiera sospecha por qué sus pasos le guían por una senda y no por otra, y por qué, de repente, intuye la importancia del color de la ropa interior y el peso que tiene determinadas palabras, según como se pronuncien y quien las diga… <em>¡Por todos los dioses…!</em> protestó Ashantí, <em>¿qué brujería es esta que enreda mi mente?</em> Rechazó de plano esos pensamientos extraños.<br />
<br />
—¡Debes ser práctica! —gritó la heroína.<br />
<br />
En otras circunstancias habría despellejado a la serpiente y se habría confeccionado unas buenas botas con ella, tal vez incluso un escudo, porque, aunque ella no era muy amiga de esos objetos que impedían una completa libertad de movimientos, la piel de serpiente, y más la de esos ejemplares gigantescos, es extremadamente resistente, flexible y ligera. Se sorprendió pensando en el patrón de un bolso de mano, de si debía hacerlo de boca ancha o estrecha…<br />
<br />
—¡Por todos los dioses!<br />
<br />
Ahora tenía la confirmación de que un enemigo invisible la estaba atacando con sortilegios que nublan la razón. No debía permanecer inactiva o acabaría zozobrando en espejismos de dudas; la cordura quedaría atrapada en laberintos de pensamientos recurrentes y ya no sabría volver. Abandonó con pesar el cuerpo de la serpiente.<br />
<br />
Ashanti suspiró. Aunque la montaña sagrada parecía no estar lejos, sabía por experiencia que la distancia en horizontes calcinados engañaba mucho. Sin posibilidad de galopar sobre lomos de criatura más veloz, recurrió al último concentrado de hierbas que le quedaba. Alicia arrugó el paquete vacío de chicles y sintió circular renovados flujos de energía por el cuerpo. Ashanti sintió un frescor en la boca milagroso y supo que ya no perdería el aliento, incluso tras correr durante horas.<br />
<br />
En la medida que sus piernas la acercaban a las laderas de la montaña sagrada, iba distinguiendo cosas, primero puntos, después rayas cada vez mayores, que se movían en el cielo sin orden aparente. <em>“Son pajaritos”</em>, concluyó la heroína sin dejar de correr. Era de lógica aplastante, si estaban en el cielo y volaban en torno a una montaña sagrada no podía ser otra cosa que “pajaritos”… ¿Y por qué no podían ser buitres atraídos por la carroña que se acumula a los pies de una montaña maldita? <br />
<br />
Cuando Ashanti llegó a las faldas de la montaña descubrió que lo que allí sobrevolaban no eran inofensivos pajaritos, de los que recibían a los esforzados peregrinos con dulces trinos. Se trataba de arpías. Viejas de tanto vivir, revoloteaban cansadas sobre su cabeza. Gritaban abriendo y cerrando con ansiedad las garras de sus extremidades. <br />
<br />
—¡Nos comeremos tus ojos! ¡Nos comeremos tus ojos!<br />
<br />
Alicia se estremeció, había cruzado la puerta de entrada del centro de salud pero, ahora, inesperadamente, cuando estaba a punto de llegar a la cola de información, una señora mayor la retenía por el brazo.<br />
<br />
—No tan deprisa hijita —unos dedos como garras se clavaron en el antebrazo—, que estábamos antes nosotras.<br />
<br />
¿Por qué se empeñaban en retrasarla?<br />
<br />
—Puede ser, pero no en la cola —protestó Alicia, desembarazándose de las garras.<br />
<br />
Algo había pasado. Normalmente se habría callado, permitiría perder sus derechos, ceder ante las exigencias razonables o no, de extraños o conocidos, con tal de no brillar como actriz… de toda escena que intimidara por su protagonismo.<br />
<br />
—Hola señorita. Necesito cita con el doctor Campos…<br />
<br />
Alicia estaba irreconocible, sus palabras irradiaban tanta firmeza que ni las ancianas rechistaron. Ashanti había evitado a las arpías con relativa facilidad, ante ella se presentaba ahora una larga escalinata, de peldaños agrietados, esculpidos sobre la roca viva de la montaña, y llenos de escombros. Nadie había pisado esa escalera, nadie había llegado tan lejos…<br />
<br />
Un extraño estremecimiento confirmó que atravesaba sendas que los mortales normalmente no pisaban. Un regusto ácido en el fondo del paladar advirtió que estaba en un punto de no retorno, que debía continuar porque estaba muy cerca de la meta y grandes acontecimientos se iban a desarrollar, modificando, sin sospechar hasta que punto, su vida. Y subió sin mayor dificultad, sólo era una escalera muy descuidada.<br />
<br />
En un primer momento, cuando llegó a la cumbre, no vio nada extraño. No había nada, sólo bruma y más piedras. De pronto la niebla se cerró, y todas esas piedras que antes resultaban visibles a unos pasos, ahora adquirían caprichosas formas que en virtud de las brumas parecían moverse.<br />
<br />
Ashanti, inquieta, se acercó a cada grupo de piedras, espada en mano, para confirmar que no representaban ninguna amenaza. Aquello que parecía un hombre con algo muy grande entre las piernas sólo eran piedras… de ser algo orgánico, habría recibido un tajo cercenador de “cosas grandes”. Ashanti trató de calmarse. <br />
<br />
Un ruido detrás de ella la hizo brincar, una figura que antes no recordaba haber visto, se alzaba hasta tres metros de altura sobre sus cuartos traseros. Parecía un inmenso osito de peluche con los brazos extendidos. En sí mismo no parecía peligroso, excepto por su tamaño y que resultaba terrible en ese entorno. La heroína suspiró, sólo eran más piedras.<br />
<br />
En medio de la bruma, en el propio centro de la cima, encontró algo parecido a un altar. Era una piedra tallada de gran tamaño en el centro de un círculo despejado. Ashanti estrechó con más fuerza las manos sobre el mango de la espada. Un fulgor carmesí brotó del altar, había surgido de ella un enorme zapato rojo de tacón , de innegable diseño y aparente comodidad… ¡Sólo por seis euros con noventa y nueve céntimos!, rezaba una atractiva etiqueta colgada de un cordoncillo. Imposible permanecer de piedra ante semejante ganga.<br />
<br />
<em>¡Tienes que ser fuerte, tienes que ser fuerte!,</em> se dijo la heroína. El silbido de la espada cortó en dos el zapato que se deshizo en brumas. Sobre el altar no quedaba nada.<br />
<br />
—¿De verdad deseas matarme? —sonó una voz de mujer a su espalda.<br />
<br />
Ashanti se volvió sobre sus talones. Lo que se encontró no era extraordinario, no era una mujer de finos rasgos, de belleza sutil y gracia en la expresión. Tampoco era una mujer basta, de expresión tosca y mirada chabacana… El rostro que observaba era el suyo. Era como verse reflejada en un espejo. ¡El gran rival que esperaba, el enemigo que tanto perjuicio había provocado a lo largo de la vida, era en realidad ella misma!<br />
<br />
Alicia alzó su espada.<br />
<br />
—¡En verdad quiero! —gritó clavando la espada en el pecho, sin darse cuenta que las ancianas la escrutaban con recelo un paso detrás de ella.<br />
<br />
—Hecho, a las dieciocho quince del martes veintitrés de mayo tiene la cita.<br />
<br />
La señorita, al otro lado del mostrador, trataba de disimular el estupor que había provocado la vehemencia de una mujer de aspecto inofensivo.<br />
<br />
La heroína tomó el papelito.<br />
<br />
—¿Qué extraño designio de los dioses es éste? —protestó ante premio tan insignificante.<br />
<br />
¿Dónde estaban los grandes tesoros, los dones divinos o las armas o demás objetos imbuidos de una magia especial que hicieran de ella una guerrera temible? Una voz sobrenatural retumbó de unos cielos revueltos: “!Has conseguido la cita con tu médico, enhorabuena mortal!”.<br />
<br />
—¿Para qué quiero yo “esto”? —insistió Ashanti, decepcionada.<br />
<br />
Alicia sonrió, el premio lo había recibido ella: se había hecho más fuerte.<br />
<br />
<br />
<div style="text-align: center;">-Fin-</div><br />
<br />
<div style="border-bottom: medium none; border-left: medium none; border-right: medium none; border-top: medium none;"><br />
</div><div class="separator" style="border-bottom: medium none; border-left: medium none; border-right: medium none; border-top: medium none; clear: both; text-align: center;"><a href="http://www.mylivesignature.com/" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;" target="_blank"><img src="http://signatures.mylivesignature.com/54488/98/713AEFD85B29DD7918CC9F7338B25450.png" /></a></div><div style="border-bottom: medium none; border-left: medium none; border-right: medium none; border-top: medium none;"><br />
</div><div style="border-bottom: medium none; border-left: medium none; border-right: medium none; border-top: medium none;"><a href="http://www.safecreative.org/work/1006066528655" rel="cc:license" style="clear: right; cssfloat: right; float: right; margin-bottom: 1em; margin-left: 1em;" xmlns:cc="http://creativecommons.org/ns#"><img alt="Safe Creative #1006066528655" src="http://resources.safecreative.org/work/1006066528655/label/logo-72" style="border-bottom: 0px; border-left: 0px; border-right: 0px; border-top: 0px;" /></a> </div><div style="border-bottom: medium none; border-left: medium none; border-right: medium none; border-top: medium none;"><br />
</div><div style="border-bottom: medium none; border-left: medium none; border-right: medium none; border-top: medium none; text-align: right;"></div><div style="border-bottom: medium none; border-left: medium none; border-right: medium none; border-top: medium none;"><br />
</div><div style="border-bottom: medium none; border-left: medium none; border-right: medium none; border-top: medium none;"><br />
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<br />
Esta historia se la dedico a mi hija Elena, a mi Alicia sin maravillas.<br />
<br />
<span style="font-size: xx-small;">Pie de foto: extraído del blog 3.bp.blogspot.com (blog de cómic)</span>Federicohttp://www.blogger.com/profile/09622322698850736812noreply@blogger.com12tag:blogger.com,1999:blog-1746449439980993699.post-37562039485355193262010-05-21T16:03:00.005+02:002011-07-03T23:13:40.237+02:00"Un buen salvaje" (Un cuento de 1940 palabras)<div></div><div></div><br />
<div style="border-bottom: medium none; border-left: medium none; border-right: medium none; border-top: medium none;"></div><div style="border-bottom: medium none; border-left: medium none; border-right: medium none; border-top: medium none;"><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjPIWZdCNuGFW5VRvB8i33SAzCaATDqwfDK9HkFOEM1TEgu9IN2jGanW5C5_vboJ_XfjSIKr_SLfpd4OQYinrSPqEzaVsa_Iu7Ww_46ajZB-lGH5d4xSNB8xPkGMuCaKrikR7Rf_TvJKI0/s1600/Rousseau2.jpg" imageanchor="1" style="clear: right; cssfloat: right; float: right; margin-bottom: 1em; margin-left: 1em;"><img border="0" gu="true" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjPIWZdCNuGFW5VRvB8i33SAzCaATDqwfDK9HkFOEM1TEgu9IN2jGanW5C5_vboJ_XfjSIKr_SLfpd4OQYinrSPqEzaVsa_Iu7Ww_46ajZB-lGH5d4xSNB8xPkGMuCaKrikR7Rf_TvJKI0/s320/Rousseau2.jpg" /></a></div> —¡Sólo tengo 55 años! —protestaba Edward—. ¡No soy ningún viejo!</div><br />
No estaba contento ante la perspectiva de una vida ociosa. Convertir una empresa familiar en una multinacional con valores bursátiles le había costado buena parte de su vida; y, ahora, la junta rectora le destituía. Estaba deprimido.<br />
<br />
Tenía tres hijos que se habían independizado años atrás, que vivían sus vidas felizmente, y varios nietos que esforzaba en visitar a menudo. Pero su vida de jubilado no era tan maravillosa como había imaginado: experimentaba un enorme vacío que la familia no rellenaba.<br />
<br />
Su esposa, tras décadas de abandono conyugal se había refugiado a los cuidados corporales en centros de belleza. Si no era por un tratamiento especial era por fitnes, clases de natación o tenis, complementados por saunas y masajes. Agnes siempre tenía completa la agenda de la semana, excepto los domingos, que era el día tradicional en el que su marido se hacía visible en casa.<br />
<br />
Ahora, que ella era una mujer madura de casi cincuenta años, ya no le era posible renunciar a sus rutinas diarias. No, porque sino sus aparentes treinta y muchos se resentirían y todo un modo de vida acabaría por venirse abajo.<br />
<br />
—Siempre has querido viajar… ¡conocer otras culturas! Toma —Agnes le ofreció un billete de avión—. ¡Esta es tu oportunidad!<br />
<br />
—¿Tú no vienes?<br />
<br />
—Ya sabes que esas aventuras en el tercer mundo, con mosquitos como elefantes y sin inodoros, no van mucho conmigo.<br />
<br />
Se acercó hasta Edward y le besó la frente.<br />
<br />
—Desde luego que no eres ningún viejo… ¿Cuántos jubilados achacosos, de esos de manta y garrota, van de safari por África? Tómalo, te lo mereces.<br />
<br />
Y deseó de todo corazón que en esas exóticas tierras encontrara aquello que colmara el corazón de su marido, para que regresara al hogar con alegría en los ojos y con ganas de levantarse por las mañanas.<br />
<br />
Edward aceptó el viaje como un premio de consolación, con reticencias. <em>“¿Ves como si eres un viejo gruñón?”,</em> pensó Edward mientras buscaba las maletas. Aún refunfuñaba cuando contemplaba, desde la ventanilla de la avioneta, el verdor insuperable de la flora de los trópicos que se extendía bajo su vista.<br />
<br />
Y cuando uno de los motores carraspeaba, como si se hubiera tragado un bicho demasiado gordo, Edward no dejó de refunfuñar. <em>“Si ya lo sabía: Agnes me ha comprado el safari más barato… Esto era de esperar”,</em> sin sospechar lo peligroso de la situación.<br />
<br />
La avioneta se precipita hacia la espesura de la selva. Un crujido advierte que una de las alas se quedó atrás en el primer impacto contra un árbol. El campo de visión de Edwards tiembla durante unos segundos en los que cientos de hojas verdes parecen flotar dentro de la avioneta… <em>“Como si a falta de confeti, la selva nos diera la bienvenida a su manera”</em>, pensó sin refunfuñar hasta que un tremendo impacto deshizo prácticamente el resto del fuselaje, y del estado de “shock” pasó a la inconsciencia.<br />
<br />
El aullido escandaloso de unos monos despertó a Edward. Le dolía la cabeza y tenía una pierna rota, por lo demás estaba bien. No tenía ningún órgano vital dañado.<br />
<br />
—Hola, ¿hay alguien? —gritó esperando que alguno de los pasajeros y el piloto hubieran sobrevivido al accidente, esperando ayuda en realidad.<br />
<br />
No obtuvo respuesta. Se arrastró por los alrededores, esperando encontrar algo que le fuera de utilidad para sobrevivir en un entorno hostil. Algo como una botella de agua o… —un rugido agudo hizo callar a los monos— un rifle.<br />
<br />
Era de esperar, la carne fresca no es carroña y atrae a todo tipo de animales. ¿Cómo no fue consciente antes de que era el único que estaba entero? Un segundo rugido, más próximo, sacó a Edward de su ensimismamiento. <em>“¡Por todos los santos! Si iba a un safari, ¿dónde están las armas?”.</em> <br />
<br />
Entre los restos del avión, medio ocultos por ramas y hojas, no encontró nada mejor que un trozo de chatarra, todavía caliente, con el que defenderse. Alzó su arma dibujando círculos en el aire, sabía que una bestia acechaba en la espesura.<br />
<br />
Era una ironía; él, que estaba de cacería, estaba dispuesto a vender cara su piel. Un zarpazo fulminante desarmó a Edward, a continuación una pantera rugió a menos dos palmos de su rostro, mostrando unos colmillos perfectos. <br />
<br />
Edward sintió su aliento caliente, como si su boca fuera un lugar acogedor, y se estremeció no porque fuera a morir, sino por el verdor salvaje que la bestia parecía desprender de los ojos. África era así, bella y cruel.<br />
<br />
—¡Ungo wele yuyu! —gritaba un autóctono semidesnudo, surgiendo de entre las hojas como un Apolo de mármol negro.<br />
<br />
—¡Ungo wele yuyu! —insistió el cazador blandiendo una lanza sobre el animal.<br />
<br />
La pantera rugió una última vez antes de desaparecer en el follaje, y Edward perdió de nuevo el conocimiento. Demasiadas emociones fuertes incluso para un inglés. De hecho, la inconsciencia resultó un estado de gracia del que prefería no salir. <br />
<br />
Sí, porque ¿qué tiene de hermoso notar unos ojos ocultos tras una horrenda máscara a pocos centímetros de tu cara? O sufrir un dolor en la pierna como si unos caníbales se la estuvieran comiendo; o sentir la fiebre por alguna herida infectada, o por la malaria, y en el delirio creyeras que te hacen tragar bebidas amargas para envenenarte, o para adobar tus intestinos con el fin de que tengan mejor sabor…<br />
<br />
Una mañana, Edward despertó sin sudor en el rostro, muy débil, pero sin dolor en la pierna. ¿Cuánto tiempo había pasado? No lo sabía, sólo recordaba vagamente unos sueños inquietantes en los que se unía místicamente a la fiera que no pudo devorarle y se hermanaba con su salvador.<br />
<br />
Inquietantes porque no podía asegurar con exactitud en qué medida habían sido sueños. Pero ahora, que era capaz de mantenerse de pie, como si nunca hubiera sufrido un accidente de avión, dudaba. Y dudaba más aún cuando su salvador entró en la choza y al verle en pie le abrazó con alegría.<br />
<br />
¡La tribu le recibía como a uno más! Y lo celebraron con música y danzas. En las comidas comunales donde nunca faltaba de nada, mientras la gente comía y bebía, Edward fue seducido por las jóvenes más hermosas de la tribu. <br />
<br />
Era una práctica común, y aunque vivían en familias, durante las fiestas se buscaban nuevos compañeros sexuales que luego olvidaban cuando se acababan los festejos. Obtuvo los orgasmos más intensos de su vida. Los mejores… Nada que ver con la cronometrada gimnasia que empleaba para gozar de los favores de una dama inglesa. Ya se sabe, la temperatura del agua debe estar a punto de ebullición, a 99 grados exactamente, para que el té sea óptimo. Y en la cama… oh, en la cama. En la cama son precisos de diez minutos completos de prolegómenos, transcurridos los cuales entonces se procede a la penetración. Ni antes ni después. Diez minutos exactos. Esas mujeres nativas no sabían nada de relojes, tomaban lo que querían cuando querían.<br />
<br />
Permaneció en la tribu hasta que estuvo plenamente restablecido, más tiempo del debido, engañando a una férrea y oxidada moral británica con las frivolidades de la selva, con una humedad que no podía disfrutar en su amada Inglaterra.<br />
<br />
Aunque tenía todo lo que pudiera desear, reconocimiento social incluido, su viejo corazón civilizado lloraba por lo que no vivía. Convenció a la tribu de que ese no era su sitio, que debía regresar a pesar de la inmensa gratitud que sentía por ellos.<br />
<br />
Una mañana, el cazador que había ahuyentado a la pantera se presentó en la choza de Edward. Portaba provisiones para un largo camino, sólo para dos hombres. La tribu velaba todavía por él, incluso en su última travesía por la selva.<br />
<br />
—Vente conmigo —gesticuló Edward.<br />
<br />
La gratitud provocaba el deseo de que conociera un mundo con horizontes más amplios, que disfrutara con las bondades de la vida civilizada. Deseaba educarle personalmente… ¡Sería como su hijo adoptivo! <br />
<br />
Tras negar con la cabeza repetidas veces, el salvaje acabó aceptando la invitación. En definitiva, no podía abandonarle a su suerte; ni siquiera en su mundo. No a un hombre que no sabe enfrentarse con una pantera. <br />
<br />
Edward experimentó una nueva alegría de vivir. <em>“Debo buscar un nombre apropiado para él y empezar a enseñarle algo de vocabulario”,</em> pensó en esos días que transcurrieron hasta que contactaron con una expedición de hombres blancos. <br />
<br />
Pocos días después llegaron a Inglaterra. Edward disfrutaba de un gin tónic en la tumbona de madera de teca, en un jardín de amplios parterres verdes. Su casa. El africano, a su lado, no comprendía qué placer era ese de estar tumbado mirando al sol. Edward le llamó Emilio, en honor a su filósofo preferido, Rousseau, y su “buen salvaje”.<br />
<br />
—No, Emilio. Tú, no —explicaba su tutor.<br />
<br />
Quería beber el gin tónic.<br />
<br />
No deseaba corromper la inocencia de ese espíritu virginal, pero como sabía que la curiosidad era más fuerte le dejó probar. Emilio probó un sorbo que inmediatamente escupió.<br />
<br />
—¡Veneno! ¡Veneno! —gritó vaciando el vaso de su tutor.<br />
<br />
—Sí, tienes razón, Emilio. Es mejor beber lo mismo que tú: agua… ¡pura y cristalina!, como la que pocas veces se encuentra en la selva.<br />
<br />
Y llenó dos vasos de agua de una jarra en la que flotaban unos cubitos de hielo. Ofreció uno a Emilio… ¿Quién estaba aprendiendo de quién? Edward sacudió la cabeza.<br />
<br />
Lo educó con paciencia y satisfacción, pues Emilio era un alumno aventajado, de gran inteligencia natural y de asombrosa curiosidad.<br />
<br />
—Tu esposa necesita bebedizo —afirmó Emilio un día.<br />
<br />
Su tutor no comprendía a que se refería. Pero en ese momento llegó Agnes del centro deportivo, claramente disgustada por una extraña rivalidad con una compañera. Un monitor de tenis era la razón. <br />
<br />
Emilio interrumpió unas largas explicaciones que nadie había pedido.<br />
<br />
—Lo huelo. Lo huelo. Lo necesita. Tienes que dárselo.<br />
<br />
—¿Qué está diciendo, querido?<br />
<br />
—Sinceramente, no lo sé.<br />
<br />
Emilio se la llevó en brazos al salón, Agnes pataleaba divertida entre risitas. En el sofá, Emilio le arrancó la ropa y se desprendió de la suya.<br />
<br />
—¡Socorro! ¡Tu salvaje me va a violar!<br />
<br />
—¡Tú necesitar, yo dar! —respondió Emilio.<br />
<br />
—¡Ahhhh! —gritó Agnes revolviéndose. Fue un grito más de sorpresa que de dolor.<br />
<br />
—¡Yo dar! ¡Yo dar!<br />
<br />
—¡Edward, tu salvaje... ah...ah...!<br />
<br />
—Yo no puedo ver esto. <br />
<br />
Se escondió detrás de la puerta del salón, con las manos en los oídos. Los gemidos de su esposa eran claramente de placer, de un intensísimo placer sexual, que probablemente ninguno de sus monitores de tenis habían conseguido proporcionar.<br />
<br />
Su mujer, después de diez minutos de bombeo sexual, de extenuante placer, trató de recomponer el peinado. Edward, haciendo gala de una exquisita flema británica, saltó de la puerta.<br />
<br />
—Emilio, ni éste es el modo ni ella la persona adecuada —amonestó el tutor con su minúsculo índice; no podía evitar las comparaciones porque Emilio se mostraba, sin ningún pudor, desnudo de cintura para abajo.<br />
<br />
—No ser malo, mi tribu dar a ti. Muchas veces.<br />
<br />
—¿Edward, qué está diciendo Emilio? —Todavía seguía sentada en el sofá, semidesnuda.<br />
<br />
—¡Oh, nada importante!<br />
<br />
—Yo huelo, yo huelo. ¡Tú seguir necesitando! —La señaló con un poderoso índice mientras su miembro recobraba nuevas energías.<br />
<br />
—¡Cariño, Emilio me va a atacar otra vez! —Fue una protesta muy extraña.<br />
<br />
—¡Yo dar, yo dar!<br />
<br />
—¡Ah... ah...!<br />
<br />
El marido se tapó los ojos.<br />
<br />
—Tú salvaje, es... ¡uuh! Es... ¡uuuh! Un salvaje. ¡Un buen salvaje! —concluyó.<br />
<br />
Nunca más tuvo necesidad de visitar los centros de belleza, y Edward, desde ese día usó aguas de colonia de empalagosas fragancias por todo el cuerpo… Por precaución, supongo.<br />
<br />
<br />
<br />
<br />
<div style="text-align: center;">— Fin —</div><br />
<br />
<div style="border-bottom: medium none; border-left: medium none; border-right: medium none; border-top: medium none;"><br />
</div><div style="border-bottom: medium none; border-left: medium none; border-right: medium none; border-top: medium none;"><div style="border-bottom: medium none; border-left: medium none; border-right: medium none; border-top: medium none;"><a href="http://www.mylivesignature.com/" style="clear: right; cssfloat: right; float: right; margin-bottom: 1em; margin-left: 1em;" target="_blank"><img src="http://signatures.mylivesignature.com/54488/98/713AEFD85B29DD7918CC9F7338B25450.png" /></a> </div></div><div style="border-bottom: medium none; border-left: medium none; border-right: medium none; border-top: medium none;"><br />
</div><div style="border-bottom: medium none; border-left: medium none; border-right: medium none; border-top: medium none;"><br />
</div><div style="border-bottom: medium none; border-left: medium none; border-right: medium none; border-top: medium none;"><a href="javascript:print()">Imprimir</a> </div><div style="border-bottom: medium none; border-left: medium none; border-right: medium none; border-top: medium none;"><br />
</div><div style="border-bottom: medium none; border-left: medium none; border-right: medium none; border-top: medium none;"><a href="http://www.safecreative.org/work/1005216351792" rel="cc:license" style="clear: right; cssfloat: right; float: right; margin-bottom: 1em; margin-left: 1em;" xmlns:cc="http://creativecommons.org/ns#"><img alt="Safe Creative #1005216351792" src="http://resources.safecreative.org/work/1005216351792/label/logo-72" style="border-bottom: 0px; border-left: 0px; border-right: 0px; border-top: 0px;" /></a> </div><div style="border-bottom: medium none; border-left: medium none; border-right: medium none; border-top: medium none;"><br />
</div><div style="border-bottom: medium none; border-left: medium none; border-right: medium none; border-top: medium none;"><div style="border-bottom: medium none; border-left: medium none; border-right: medium none; border-top: medium none;"><span style="font-size: xx-small;">Pie de foto: extraído de blogs.ua.es/thomashobbes/ (un interesante blog de filosofía)</span></div></div>Federicohttp://www.blogger.com/profile/09622322698850736812noreply@blogger.com9tag:blogger.com,1999:blog-1746449439980993699.post-29233893581759373532010-04-26T16:37:00.003+02:002010-04-26T23:05:42.481+02:00Otros premios<div></div><div></div><br />
<div style="border-bottom: medium none; border-left: medium none; border-right: medium none; border-top: medium none;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjJqiRcWKNSK6nk-f800uEwtx8CSammajbvwjUcFe8CKv6tvOeB6ETxp0CfnkOSCPTiCv7EqLvSQygcHL9psNz9382OifzBD6SmqtD4o6eLYVCYshoS6U7TtPG7EsZvolz1TLGC_Du3xck/s1600/amante_literario%5B1%5D%5B1%5D.jpg" imageanchor="1" style="clear: left; cssfloat: left; float: left; margin-bottom: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjJqiRcWKNSK6nk-f800uEwtx8CSammajbvwjUcFe8CKv6tvOeB6ETxp0CfnkOSCPTiCv7EqLvSQygcHL9psNz9382OifzBD6SmqtD4o6eLYVCYshoS6U7TtPG7EsZvolz1TLGC_Du3xck/s320/amante_literario%5B1%5D%5B1%5D.jpg" wt="true" /></a><span style="font-size: large;">En esta ocasión tengo que agradecer a Duna y a Lidia, dos poetisas muy especiales, cada una en su estilo, que han querido premiar mi trabajo. Para mí, tiene un valor más que simbólico... Gracias a las dos.</span></div><div style="border-bottom: medium none; border-left: medium none; border-right: medium none; border-top: medium none;"><span style="font-size: large;"><br />
</span></div><div style="border-bottom: medium none; border-left: medium none; border-right: medium none; border-top: medium none;"><br />
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiAf7DqJOlpqoJ1pd6ZzThPUqnd-kAQocHxCSzyuwfxdvstBj5YaH4PKCi6OMubj1Mzh3NlSQfXp6CxP0jq5RU1uM-eqgUKjvHMhKENoR5pCaWNnfofRdY8tSUwC4HqZWmp8guSyUhQMIw/s1600/Premio+por+tu+aporte+a+las+letras%5B1%5D%5B1%5D.jpg" imageanchor="1" style="clear: right; cssfloat: right; float: right; margin-bottom: 1em; margin-left: 1em;"><img border="0" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiAf7DqJOlpqoJ1pd6ZzThPUqnd-kAQocHxCSzyuwfxdvstBj5YaH4PKCi6OMubj1Mzh3NlSQfXp6CxP0jq5RU1uM-eqgUKjvHMhKENoR5pCaWNnfofRdY8tSUwC4HqZWmp8guSyUhQMIw/s320/Premio+por+tu+aporte+a+las+letras%5B1%5D%5B1%5D.jpg" tt="true" /></a></div><span style="font-size: large;">Dudo mucho que no las conozcáis, pero si este fuera el caso, podéis conocer su trabajo en <a href="http://dunaaldesnudo.blogspot.com/">Duna al desnudo</a> y en <a href="http://deloquenosehabla.blogspot.com/">Precisamente de lo que no se habla</a>.</span><br />
<br />
</div><div style="border-bottom: medium none; border-left: medium none; border-right: medium none; border-top: medium none;"><span style="font-size: large;">¿Que por qué me gusta la poesía? Y a quien no le agrada una caricia en el alma.</span></div><div style="border-bottom: medium none; border-left: medium none; border-right: medium none; border-top: medium none;"><br />
</div><div style="border-bottom: medium none; border-left: medium none; border-right: medium none; border-top: medium none;"><br />
</div><div style="border-bottom: medium none; border-left: medium none; border-right: medium none; border-top: medium none;"><br />
</div><div style="border-bottom: medium none; border-left: medium none; border-right: medium none; border-top: medium none;"><br />
</div><div style="border-bottom: medium none; border-left: medium none; border-right: medium none; border-top: medium none;"><br />
</div><div style="border-bottom: medium none; border-left: medium none; border-right: medium none; border-top: medium none;"><br />
</div><div style="border-bottom: medium none; border-left: medium none; border-right: medium none; border-top: medium none;"><br />
</div><br />
<a href="http://www.mylivesignature.com/" target="_blank"><img src="http://signatures.mylivesignature.com/54488/98/713AEFD85B29DD7918CC9F7338B25450.png" /></a>Federicohttp://www.blogger.com/profile/09622322698850736812noreply@blogger.com13tag:blogger.com,1999:blog-1746449439980993699.post-71274221729043942312010-04-21T00:28:00.005+02:002011-06-01T16:23:48.092+02:00VELOCIDAD (Un cuento de 710 palabras, escrito por una niña de 12 años)<div></div><div></div><br />
<br />
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjsj2lCWASYV2RDDV1DwToVlO6t-URsCH6-txR7XPiCf_mAovzcJX9Ex8hNSQmlCGFeeAbALT-WQS6RSjT2gLLfqFXBoB3SGkEDE0w8nGvL59x6pDsf7xojlPhA7NVt8CC5ZayMq06Qb7I/s1600/ngeles-y-demonios-8211-angels-038-demons.jpg" imageanchor="1" style="clear: right; cssfloat: right; float: right; margin-bottom: 1em; margin-left: 1em;"><img border="0" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjsj2lCWASYV2RDDV1DwToVlO6t-URsCH6-txR7XPiCf_mAovzcJX9Ex8hNSQmlCGFeeAbALT-WQS6RSjT2gLLfqFXBoB3SGkEDE0w8nGvL59x6pDsf7xojlPhA7NVt8CC5ZayMq06Qb7I/s320/ngeles-y-demonios-8211-angels-038-demons.jpg" wt="true" /></a></div><span style="color: #cc0000;">No sé bien cómo he llegado hasta aquí. Todos mis recuerdos están borrosos. Estoy en una sala circular. A un lado se ven nubes, y al otro, fuego. Hay dos seres, también. Un hombre gigante con una gran barba blanca, y otro de piel roja, con cuernos de toro, patas de cabra y una larga cola terminada en punta de flecha. Dios y Satanás.</span><br />
<br />
<span style="color: #cc0000;">—Dime, si no es molestia, por qué estás aquí, Daniel—dice Dios.</span><br />
<br />
<span style="color: #cc0000;">¿Cómo sabe mi nombre? El demonio se acomoda junto al fuego, dispuesto a escuchar. ¡Ay, madre! Yo nunca había creído ni en el cielo ni en el infierno, pero no hay tiempo para lamentarse. Los dioses esperan que les cuente la historia.</span><br />
<br />
<span style="color: #cc0000;">—Bueno…yo—trago saliva—Yo era un macarra. Me gustaba mucho montar en moto, y chulearme. En casa era un vago, y no estudiaba ni trabajaba. Incluso a veces robaba—el demonio mira a Dios, con una sonrisa—. También fumaba, bebía alcohol y hacía pellas.</span><br />
<br />
<span style="color: #cc0000;">Noto que por un momento, ninguno de los dos me hace caso, así que me callo, avergonzado. Ahora me arrepiento de haber sido tan mala persona, tan egoísta, tan vago… Pero mi arrepentimiento vale bien poco en este momento. Tengo miedo.</span><br />
<br />
<span style="color: #cc0000;">—¿Qué crees que se merece?—pregunta Satanás a Dios.</span><br />
<br />
<span style="color: #cc0000;">—Ir contigo, de momento—Dios me mira—. Continúa, chico.</span><br />
<br />
<span style="color: #cc0000;">Me sorprende que se traten con tanta familiaridad.</span><br />
<br />
<span style="color: #cc0000;">Me estremezco. A la izquierda, donde el fuego arde sin parar, unos diablos cotillean; y a la derecha, donde las nubes acolchan el cielo, algunos ángeles se asoman curiosos. Reconozco caras en ambos lados. Mi abuelo José, en el infierno. Él también era un macarra de joven. Mi abuela Maribel, en el cielo. Ella ya nació siendo un ángel.</span><br />
<br />
<span style="color: #cc0000;">—Bueno. Un día me fui con mi moto, porque unos colegas me habían llamado. Queríamos pegar a un chaval. De pronto, un coche salió de una calle en dirección contraria, y me atropelló. Después solo recuerdo un hospital, una enfermera gorda, y que la tierra me tragaba—terminé bruscamente.</span><br />
<span style="color: #cc0000;">Oí risas en el infierno.</span><br />
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<span style="color: #cc0000;">—Parece arrepentido—observó Dios con indulgencia.</span><br />
<br />
<span style="color: #cc0000;">—Pero ha pecado demasiadas veces. No vale arrepentirse y rogar cuando ves el final cerca—replica Satanás.</span><br />
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<span style="color: #cc0000;">—Tienes razón —suspiró Dios—. No sé qué les pasa a los hombres de esta familia. Llévatelo. </span><br />
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<span style="color: #cc0000;">Me dan ganas de ponerme a suplicar de rodillas, pero me quedo quieto, paralizado de terror. No quiero ir al infierno, yo quiero estar con mi abuela y con los demás ángeles. Pero no puedo.</span><br />
<br />
<span style="color: #cc0000;">—Bueno, chavalín. Tú te vienes conmigo.</span><br />
<br />
<span style="color: #cc0000;">Satanás me coge del brazo. Su contacto me abrasa. </span><br />
<br />
<span style="color: #cc0000;">El suelo se abre, mostrando una imagen horrenda, imposible de describir. Entonces caemos. Noto el viento en la cara, que apenas me deja respirar, y mi ropa, toda rota, ondeando en torno a mí. Si no fuera porque el demonio me estaba llevando al infierno, sería una sensación incluso agradable. Ya sé a lo que me recuerda esto: es como ir en moto a toda leche sin el casco puesto, como sacar la cabeza por la ventanilla de un coche en marcha, como bajar en la montaña rusa.</span><br />
<br />
<span style="color: #cc0000;">De pronto la sensación ya no es tan agradable. El viento me quema la cara, y la ropa ha quedado tan calentada que arde. Paramos. Satanás me suelta y se sienta sobre su trono de fuego. Miro mi brazo preocupado. Me duele. Me ha dejado la marca de su mano.</span><br />
<br />
<span style="color: #cc0000;">—Me caes bien, Daniel. Desde ahora tú harás mi trabajo.</span><br />
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<span style="color: #cc0000;">Chasquea los dedos, entonces me duele la cabeza, y no siento nada de la cintura para abajo. ¿Qué me está pasando? Me miro: tengo patas de cabra, y una cola terminada en punta de flecha. La marca que tenía en el brazo ahora no se nota, porque mi piel es de color rojo. Me palpo la cabeza y encuentro unos cuernos de toro. Ahora soy yo Satanás, aunque no comprendo la razón. ¿Le he caído bien al demonio, al Señor del infierno? Le veo, pero ya no es rojo ni tiene cuernos ni patas de cabra. Está… ¿Haciendo las maletas?</span><br />
<br />
<span style="color: #cc0000;">—¡Me voy a vivir otra vida, chico!—exclama satisfecho.</span><br />
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<span style="color: #cc0000;">Increíble, ahora soy el diablo. Todos se inclinarán ante mí. Podéis llamarme Lucifer, si os da la gana.</span><br />
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<div style="text-align: center;"><span style="color: #cc0000;">FIN</span><br />
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<span style="color: #cc0000;"><span style="font-size: xx-small;">Foto extraído de </span><a href="http://www.dentrocine.com/"><span style="font-size: xx-small;">http://www.dentrocine.com/</span></a><span style="font-size: xx-small;"> (fondo de escritorio)</span></span></div>Federicohttp://www.blogger.com/profile/09622322698850736812noreply@blogger.com15tag:blogger.com,1999:blog-1746449439980993699.post-70048154713200853572010-04-20T01:05:00.004+02:002011-06-01T16:24:26.144+02:00Aceleraciones (un cuento de 1.010 palabras)<div></div><div></div><br />
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="http://img717.imageshack.us/img717/3945/estornudo.jpg" imageanchor="1" style="clear: right; cssfloat: right; float: right; margin-bottom: 1em; margin-left: 1em;"><img border="0" src="http://img717.imageshack.us/img717/3945/estornudo.jpg" wt="true" /></a></div>Ya me lo decía mi abuela, “no vayas a la ciudad que todo va muy deprisa”, y yo no le hice caso. Pues, ¿qué importancia tiene vivir acelerado cuando puedes “vivir”? Nuestros mayores, con eso de que han vivido mucho se creen que lo saben todo, y no se dan cuenta de que su pensamiento obsoleto no encaja bien en la forma de vida moderna. “Modernidad, modernidad… ¡Golfo! Más te valdría buscarte un buen trabajo y no eso que tienes”. <br />
<br />
Un buen trabajo para ella era levantarse de madrugada y regresar a casa con la espalda rota por la noche. No, estaba claro que no podía vivir con ella. Y tras muchos llantos y promesas que sabía que no cumpliría, me marché a la ciudad. <br />
<br />
¡Dios, vivían tantas personas juntas! Desde la humilde perspectiva de un campesino, parecía que se apretaban trillones de almas unas contra otras… Estaba en el cielo, nada que ver con las soledades y pobrezas de tierras baldías.<br />
<br />
—¡Bienvenido, amigo! ¿Buscas trabajo? —se interesaba un individuo que repartía publicidad con alegría.<br />
<br />
Y las muchachas me sonreían al pasar.<br />
<br />
—Con dinero se pueden hacer muchas cosas… —insistía ofreciéndome un papelito con un número de teléfono.<br />
<br />
De pronto, todo el mundo, como en las viejas películas que le gustaban a mi abuela, rompió a bailar en una improvisada coreografía.<br />
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<br />
<br />
“Con dinero podrás comprar una bonita casa,<br />
<br />
con dinero tendrás amigos y el amor,<br />
<br />
con dinero serás respetado…”<br />
<br />
<br />
<br />
…Cantaban con alegría los transeúntes de la avenida. Mis expectativas estaban más que satisfechas. Sí, estaba en el cielo. Tomé el papelito del hombre sonriente y llamé al número de teléfono. <br />
<br />
—¿Cómo, que acabas de llegar a la ciudad? ¡Muchacho, no te preocupes por nada, ya tienes trabajo! Vente a las oficinas para recoger las llaves de tu apartamento.<br />
<br />
Ya tenía casi de todo, y todavía sin hacer nada. ¡Pobrecita mi abuela, qué equivocada estaba! Con mi primer sueldo alquilé una casa más grande, con un inmenso jardín comunitario, dónde las vecinitas me lanzaban insistentes miradas. “¿Por qué me miran así? Quizá sea porque soy nuevo en el barrio y tendrán curiosidad… Me voy a presentar, será lo más educado”.<br />
<br />
—Hola, me llamo…<br />
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De un modo inesperado me empujaron tras un matorral, y descubrí con placer, repetidas veces, el ansia femenina por la reproducción. <br />
<br />
<br />
<br />
“Descubrirás el amor, todo el amor<br />
<br />
y nada más que el amor; <br />
<br />
si nos das hijos, muchos hijos<br />
<br />
a los que amar…”<br />
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<br />
<br />
Cantaban las mujeres en un revuelo de besos y caricias.<br />
<br />
—Cuando termines de trabajar pásate por aquí —decía una—. Todas conocemos cientos de maneras diferentes de relajar a un procreador.<br />
<br />
Y pobrecito mi abuelo, que murió sin conocer el paraíso.<br />
<br />
Los días transcurrían apaciblemente, y la ciudad crecía a un ritmo vertiginoso. Era imposible no darse cuenta que se levantaban barrios enteros en muy poco tiempo, claro que todos éramos trabajadores felices y muy bien motivados. Además, apenas existían conflictos sociales que repercutiera en el progreso general.<br />
<br />
—Abuela, tienes que venir. La ciudad no es como te imaginas… ¡todos son felices! —dije por teléfono, en un intento de traerla.<br />
<br />
—No hijito, sé como son los de la ciudad: ¡unos golfos que sólo piensan en lo mismo!<br />
<br />
—Abuela, estás confundida.<br />
<br />
—Cariño, regresa conmigo… Los de la ciudad están condenados.<br />
<br />
Imposible razonar con ella, era de ideas muy rígidas. Al colgar el teléfono noté un temblor extraño en el suelo, muy suave. No le di la importancia que merecía, aunque se repitieron a lo largo del día, y cada vez con mayor intensidad. Pero nadie parecía preocupado por los seísmos, tal vez porque las construcciones estaban muy bien diseñadas.<br />
<br />
Poco después surgieron los vientos, auténticos ciclones que arrasaban todo a su paso. Y los gobernadores tranquilizaron al pueblo:<br />
<br />
—Desgracias naturales siempre han existido, y no podemos evitarlas… ¡Pero sí podemos reconstruir la ciudad y hacerla más grande aún! —Clamaban nuestros dirigentes.<br />
<br />
Poco después hubo quien presentó estudios detallados sobre la relación entre los seísmos y los ciclones, pero nadie hizo caso… Todos eran demasiado felices para cambiar de vida como sugerían los informes. “¡Estáis condenados!”, clamaba desde el recuerdo mi abuela. Y tronó.<br />
<br />
Del cielo surgió la voz de un dios todopoderoso, enfadado y celoso de nuestra felicidad. Los ciudadanos buscaron refugio en sus casas, asustados por aquel lamento antinatural que desconocían. Muchos desempolvaron los viejos libros de religión, los que propugnan una existencia equilibrada basada en la contención de nuestros instintos. ¿Pero es que no estaba superado que la religión impedía la plena realización del individuo?<br />
<br />
En cuanto cesó el bramido, la ciudad retomó su actividad normal. Se olvidaban demasiado pronto sucesos tan extraños, porque la única premisa para ser feliz estaba en vivir el presente, olvidar el pasado y no pensar en el futuro. Porque los que miran demasiado el pasado se quedan anclados a él, como mi abuela, y no disfrutan de las cosas buenas de la vida; y los que miran excesivamente al futuro, quedan atrapados en las expectativas de unas hipotéticas bendiciones que nunca experimentan. Como mi abuelo.<br />
<br />
Si los ciclones anteriores habían arrasado parte de la ciudad, los vientos que surgieron después se revelaron como apocalípticos. Nada hacía presagiar huracanes que arrancaran de raíz ciudades enteras…<br />
<br />
Desde la ventana del salón de mi casa veo como otra ciudad se precipita hacia mí. Veo la cara de horror de miles de personas volando, agarrándose inútilmente a objetos cotidianos que en otras circunstancias habrían dado un punto de apoyo estable; y pienso que ahora que había conseguido realizarme, que estoy en lo mejor de mi vida, voy a morir.<br />
<br />
Pero la muerte no llega por azar, sino por necesidad. Me preparé para el impacto que anularía mi existencia, pero no sucedió. Gravité por mi salón, y con mucho esfuerzo conseguí asirme a la ventana.<br />
<br />
No reconocí el paisaje habitual, los jardines habían desaparecido, y en su lugar aprecié una sustancia extraña, translúcida y pegajosa que recubría todo hasta dónde llegaba la vista. Dios había estornudado, y yo viajaba a la velocidad de la luz por la inmensidad del espacio vacío.<br />
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<div style="text-align: center;">—Jesús—</div><div style="text-align: center;"><br />
</div><a href="http://www.mylivesignature.com/" style="clear: right; cssfloat: right; float: right; margin-bottom: 1em; margin-left: 1em;" target="_blank"><img src="http://signatures.mylivesignature.com/54488/98/713AEFD85B29DD7918CC9F7338B25450.png" /></a><br />
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<a href="http://www.safecreative.org/work/1004196061318" rel="cc:license" style="clear: right; cssfloat: right; float: right; margin-bottom: 1em; margin-left: 1em;" xmlns:cc="http://creativecommons.org/ns#"><img alt="Safe Creative #1004196061318" src="http://resources.safecreative.org/work/1004196061318/label/logo-72" style="border-bottom: 0px; border-left: 0px; border-right: 0px; border-top: 0px; cursor: move;" unselectable="on" /></a><span style="font-size: xx-small;">Pie de foto: extraído de us.starmedia.com</span><br />
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