Un muchacho subió a la colina más retirada de la ciudad, eludía las miradas de quienes se cruzaba en su camino, pues sentía tanta vergüenza en el corazón que creía que los demás se la podían leer en el rostro. Por sus venas corría sangre de dioses, era descendiente del mismo Hércules, y sin embargo, necesitaba los consejos de un sabio. Tanta nobleza heredada no impedía el infortunio.
—Negros nubarrones pesan en tu mirada, mi joven amigo —saludó Kalícrates— ¿Qué es eso que turba tu ánimo?
—Una sonrisa, maestro, una sonrisa. Esta mañana meditaba profundamente sobre la felicidad cuando tropecé con la bella Elyssa, ella vio mi estupor y me sonrió. Desde entonces no ansío otra cosa que… que no deje de sonreírme.
—Interesante, Placebo, ¿y qué puede hacer un anciano, desterrado y sin reputación, para que una hermosa joven te ame? ¿Tal vez malgastar mi saliva con palabras que no comprenderás?
—Maestro, en esta ocasión no son palabras sabias lo que busco. Sé que tu sabiduría y conocimientos van más allá de la metafísica y de toda ciencia humana o divina. Yo pensaba en algún brebaje que la hechice.
—¿Y no ha sido suficiente hechizo el nombre de tu familia, Placebo, para que la doncella caiga rendida a tus pies?
—No, y tampoco la belleza de mi porte viril; ni la gracia de mi rostro.
—Comprendo tu perplejidad...¡Oh —Kalíkatres se mostró turbado—, ahora comprendo el sueño que tuve esta mañana! Pero no creo que te interese...
—¡Por favor, maestro!
—Me quedé dormido aquí mismo, arrullado con el zumbido de las abejas, arropado por el sol. Se me cerraban los párpados y veía como de este campo de flores, mecido por la brisa, se levantaba una nube dorada. Y soñé que entraban en esa nube dos pajarillos que peleaban y salieron cantando y revoloteando felices. Intrigado, me acerqué hasta la nube para comprender que era lo que producía amor, pero la nube desapareció. Me quedé solo, allí donde mis pies pisaban flores azules. Y ahora que estoy despierto, mira el color de las plantas de mis pies.
—¡Por favor, maestro!
—Me quedé dormido aquí mismo, arrullado con el zumbido de las abejas, arropado por el sol. Se me cerraban los párpados y veía como de este campo de flores, mecido por la brisa, se levantaba una nube dorada. Y soñé que entraban en esa nube dos pajarillos que peleaban y salieron cantando y revoloteando felices. Intrigado, me acerqué hasta la nube para comprender que era lo que producía amor, pero la nube desapareció. Me quedé solo, allí donde mis pies pisaban flores azules. Y ahora que estoy despierto, mira el color de las plantas de mis pies.
—¡Oh, por todos los dioses, maestro! ¡Están doradas! ¡Has tenido un sueño mágico!
—No Placebo, no existe la magia. Lo único que tenemos es una inmensa ignorancia. Disfruta de estos campos, pues más de la mitad de sus flores son azules. En un cedazo de lino blanco recogerás los filamentos por su base, para que su polvillo no se escape, y cuando tengas un puñado en el que no puedas cerrar la mano, lo hervirás en agua de manantial. Colarás los pistilos en el mismo cedazo y endulzarás la bebida con miel de abejas. Bebedlo y dad de beber a vuestra Elyssa, y ya no dejaréis de sonreír nunca más.
El muchacho estaba radiante.
—Sin duda eres el maestro más grande de todos los tiempos. ¡El maestro de maestros! Ahora mismo voy a por los pistilos.
—No tan rápido, mi joven amigo. Si no quieres perder el tiempo deberás recolectar los filamentos por la noche, cuando la flor se cierra y genera el polvillo. Y para que no te confundas de flor deberás buscarlas en noches de luna llena, y sin nubes —Placebo torció los labios— Pero si consideras que es un trabajo ingrato tal vez descubras que su amor no es tan importante como creías.
En ese preciso instante el joven empezó a intuir por qué habían desterrado a un hombre tan sabio. Y Placebo, noche tras noche de luna llena, durante varios meses, fue cosechando los filamentos rojos de la variedad crocus sativa, la flor del azafrán. Tardó más de lo previsto, pues en cada corola asomaban únicamente dos o tres estigmas minúsculos. Pasado ese tiempo, Placebo se presentó ante Kalícrates, esta vez con la decepción dibujada en el rostro.
—Has trabajado duro, Placebo. Lo sé porque te he visto durante estos meses… ¡Debes sentirte afortunado! Cuéntame, ¿te sonríe de nuevo tu hermosa Elyssa?
—No, maestro, y seguí punto por punto todas las indicaciones. Se bebió la infusión endulzada con miel de abejas, lo mismo que yo. “Está muy bueno, gracias”, me dijo, y yo esperé a ver de nuevo su sonrisa, pero no llegó. “¿Qué lleva?” me preguntó, y yo contesté que muchas horas de amor. Enrojeció y se marchó. Desde entonces me evita, maestro. El hechizo no funciona con personas.
—Placebo, mi joven amigo, ¿todavía no te has dado cuenta que la única magia está en el amor? Si no fuera así como explicarías que un hermoso joven sólo tuviera ojos para una mujer, y que por su amor pasara noches enteras revolviendo entre las flores.
—Pero, los pajarillos del sueño.
—Fantasías de un anciano.
Enojado, el muchacho retornó a la ciudad. En su camino se cruzó con otro joven que buscaba al sabio.
—Si has conseguido cosechar tantos estambres —gritó Kalícrates—, ¿cómo no vas a conseguir una sonrisa de tu amada? ¡Sólo necesitas constancia, atención e ilusión!
—Señor, me llamo Sócrates y apelo a vuestra sabiduría por amor.
—Mi joven Sócrates, ¿no estaréis enamorado? ¡Mira que el amor nubla la razón!
—No, no. Me envía mi hermana Elyssa. No es capaz de olvidar la mirada de un joven llamado Placebo.
fin
Pie de foto: extraído de foro.meteored.com/reportajes+de+viajes+pueblo
0 opinaron que...:
Publicar un comentario