Una vez tuve un sueño

Soñé con un mundo en el que todos podían ser lo que quisieran, hacer aquello que más satisfacción les provocara, que no existiera más impedimento que el deseo...

Hoy, a mis cuarenta y dos años recién cumplidos, y a pesar de que la vida golpeó con toda la crudeza de la realidad, todavía no he despertado de las utopías de juventud. Si no puedo vivir en un mundo feliz, me lo inventaré: haré que otros, como un dios todopoderoso de infinita bondad, sean felices... al menos en mi pensamiento.

Y me puse a escribir. Ahora que tengo en mi haber más de setenta relatos cortos y dos novelas, descubro por qué Dios es "omniausente" e imperfecto.


domingo, 13 de diciembre de 2009

La última tentación (primera parte)


Charlie descorrió las cortinas de las cristaleras y la luz iluminó su habitación. Sonrió. Gracias, Señor, por un nuevo día. No era difícil sentirse espiritual estando en el paraíso mismo, o casi. Los jardines que se extendían bajo su dormitorio podían pasar por los del Edén. Apenas tenía vecinos en el complejo residencial de lujo donde vivían. Sólo una construcción se levantaba en la línea arbolada del horizonte.

Antes de volver la vista a la inmaculada inmensidad de su moqueta, allí donde naufragaba la cama, buscó supersticiosamente una señal que confirmara la sospecha que ni el mundo ni la vida era tan ordenados y pulcros como sus padres se empeñaban en hacerle creer. Entonces la sorprendió, y supo a pesar de la lejanía, que estaba semidesnuda.

Se apretaba contra los cristales, como si esperara una orden para traspasarlos. Apreció la curvatura de sus caderas allí donde la cintura se estrechaba. Era sin lugar a dudas, una mujer hermosa. Charlie atesoró el recuerdo de su imagen en el fondo de la memoria, para acudir a su fulgor en los momentos grises o apagados de cada día. Pero la evocación tiranizó su voluntad, como si tuviera vida propia, jugando caprichosamente con sus expectativas y deseos.

“Siempre me has gustado, Charlie. Eres tan apuesto, tan servicial. Estoy convencida que juntos, con tu juventud y mi experiencia, podríamos aprender tanto del amor”

“Te deseo, ¿no ves lo excitada que estoy? Búscame, Charlie, ya sabes donde vivo. No hace falta que anuncies tu visita… Siempre serás bienvenido”


“¡Ayúdame, Charlie! Un hombre perverso y mayor me retiene contra mi voluntad. Su impotencia le hace ser cruel conmigo, ¡y me humilla sin cesar!”

Cuando regresó del instituto había llegado a la determinación de que debía visitarla. El paseo matutino del perro era la excusa perfecta. El personal de servicio agradecería el repentino deseo de correr unos kilómetros con el perro. Y a “Yogui”, el bóxer de un año, no le importaría aumentar su área de paseo.

Antes de que sonara el despertador Charlie tenía los ojos abiertos, se dirigió al ventanal con el mando a distancia en la mano. Unos segundos después los cortinajes se recogían solos en ambos lados del cristal, excesivamente despacio en esta ocasión. Y clavó la vista en la casa del vecino, en la esquina por donde había aparecido tan hermosa visión. Allí no había nadie, dudó que hubiera existido esa mujer alguna vez.

Quizá la soledad, el deseo de encontrar un punto de inflexión en su vida, había provocado la ilusión de algo que no existía. Sin embargo, el recuerdo de sus caderas parecía tan real… ¿Por qué hoy no aparecía? ¿A qué horrores la estaría sometiendo a tan temprana hora ese monstruo? No quiso pensar más, responder a esas preguntas le resultaba tan triste como penoso a ella vivirlas. Minutos después azuzaba al perro para que corriera cuesta arriba, para que tirara de él y llegara a la casa de la colina lo más entero posible.

Un increíble timbre de tres acordes de trompeta mermó la disposición, el ánimo y hasta la estatura del adolescente. Charlie esperaba que sonara una voz con acento sudamericano por el portero automático, en su lugar abrió la puerta un anciano muy repeinado, con gafas de sol ahumadas. Tembló. El “monstruo” tenía cara de enfado, y ahora, además, de impaciencia.

—Yo… buenos días, soy el vecino de abajo… Me pareció ver que un… gato escapaba de su terraza a mi jardín —El anciano mantenía los rasgos faciales inmóviles, fijos los ojos en los del muchacho, ni siquiera respiraba.

—¡Qué chorrada! —articuló con voz estentórea—. Pero pasa, por favor. Lo mínimo que puedo ofrecer a un joven tan amable es algo de beber —su cambio de actitud era más que sospechoso, pero ya no podía retroceder.

Y lo acompañó hasta la cocina donde le ofreció un vaso de zumo de naranja.

—Verás, vecino, la única gata que tenemos en la casa está detrás de esta puerta. Es muy caprichosa pero creo que no se escaparía. ¿Te parece que lo comprobemos?

Charlie asintió con la barbilla.

—Querida, este joven es nuestro vecino de abajo —anunció el anciano mientras la puerta descubría un dormitorio de al menos setenta metros cuadrados, con fachada de cristal.

En una esquina de las paredes de cristal, donde Charlie había visto a la mujer suplicar ayuda o amor, había pegado un pequeño espejo de aumento donde se depilaba las cejas su mujer. Se le cayó la pinza al suelo al tratar de estirar una camisa en todas direcciones.

—Está realmente preocupado de que mi gatita se pierda en su jardín.


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