
Álvaro pasa de los treinta y cinco años, cuando se le pregunta a ese respecto siempre responde esa edad, pero tiene más. Vive en un apartamento libre de hipoteca pero a menudo pernocta en casa de su madre, sobre todo cuando la chica de turno dice “no” en los postres de la cena. Y su madre, que vive sola, sabe que no la visita por amor; es más una cuestión de orgullo, de no dar el brazo a torcer a la soledad.
—Cariño, ¿otra vez aquí? Ya me iba a la cama, siempre me quedo dormida en los anuncios y me pierdo el final de la peli –y arruga los labios esperando un beso.
Pero Paloma sabe disimular y, para no herir susceptibilidades, poco a poco fue llenando de libros de autoayuda la estantería del...