“Todos tenemos el final que nos merecemos,
sólo el perdón puede cambiar nuestro destino”
sólo el perdón puede cambiar nuestro destino”
—Sí, Samanta, nos vemos a las seis de la tarde… dónde siempre.
Mauricio descubrió el rólex de la muñeca para confirmar que todavía tenía tiempo para cerrar sus asuntos. Y colgó el auricular.
Mauricio Hurralde era un hombre de negocios de treinta y cuatro años, nacido en un barrio pobre de Barranquilla, Colombia. Ahora cerraba contratos multimillonarios desde un despacho de la planta cincuenta y dos, el piso más alto de la Torre de Cristal, orgullo arquitectónico de la capital de España.
En las mañanas frías que amanecían con niebla, Mauricio podría disfrutar desde las cristaleras de su despacho del espectáculo de una superficie vaporosa, dorada por los rayos del sol, que para el resto de los madrileños era una techumbre opaca y sin color.
“Podría” de no estar siempre tan ocupado, de no ser tan minucioso hasta en los detalles más insignificantes. Sobre el cristal negro del escritorio, al lado del teléfono, descansaba un informe rotulado con una sola palabra: Samanta.
Eran las doce de la mañana del último día del año, y no tenía a nadie que lo apremiase por llegar antes al hogar familiar.
—Contigo, cariño, voy a disfrutar mucho —musitó Mauricio tras releer las primeras líneas del informe.
No tenía acento extranjero, pero conservaba la dulzura del habla de su tierra natal.
Un maletín de cuero negro, con treinta mil euros en billetes de cincuenta en su interior, fustigaba sus prioridades. Necesitaba diluir ese importe entre las cuentas corrientes de sus bancos, volver invisible un dinero que no siempre era justificable. No le gustaba tener dinero en efectivo, una manía que jamás superó desde su infancia, y razones no le faltaban.
—¿Dónde lo guardas? —gritaba un descamisado imberbe.
—Toma, toma —respondió Dolores, parecía un ángel sobrevolando el salón.
Recopilaba en sus brazos todo aquello que pudiera tener un mínimo de valor. El descamisado reía.
—¿Qué mierda es ésta? —protestaba otro chico con una pistola en la mano.
—¡Estáis confundidos, no tenemos droga! —gritó un niño saliendo de su escondite, pretendía desviar la atención de los pistoleros.
— ¿No? Qué raro, aquí todos trabajan “la coca”.
—Mi padre no.
—Tu padre es un huevón y tu madre está muy buena —sentenció el chico de la pistola sin apartar la mirada de la mujer.
Mauricio no había conseguido su objetivo, en ese momento entró por la puerta de la casa Aldo Hurralde, su padre. Llevaba un cochecito de madera en una mano y una flor en la otra. Un disparo certero en la cabeza lo desbarató como una marioneta rota; cayó al suelo sin un suspiro, sin una despedida.
—Hey —gritó otro entrando en la casa.
Tropezó con la mirada inexpresiva de Aldo Hurralde.
—Éste no es… ¡Joder!
El hombre al que perseguían debió oír el disparo tan cerca que supo que le buscaban, que pronto sus perseguidores saldrían de su error.
El pistolero se acercó hasta el cadáver, sólo para revolver en los bolsillos. Pisó sin cuidado la mano que todavía sujetaba el cochecito, que se rompió bajo la presión de unas botas camperas.
—¡Bingo! —el descamisado, todavía de cuclillas, mostraba sonriente unos pocos billetes.
La paga de un honrado trabajador.
—Hey, y tú no te pongas triste —manifestó el pistolero a la desconsolada viuda— que ya vendré a calentar tu cama, para que no pases frío y extrañes a tu marido.
Y se marchó dejando un beso, que se había dado en los dedos, en la puerta…
El maletín de cuero negro seguía a sus pies, esperando. Mauricio torció los labios, había perdido el control por unos segundos. Sucedía algo similar cada vez que se aproximaba una fecha que tuviera un marcado valor familiar, los recuerdos se escapaban como burbujas de champán a pesar de que no había nada que festejar. Tomó un mando a distancia de un cajón del escritorio y al instante los “Tahures Zurdos” cantaron “Dime que no”.
“Tú no lo crees,
yo lo vi
en tu corazón,
en tu corazón,
en tu corazón (…)”
Una lágrima trató de escapar de su encierro cuando Mauricio Hurralde se retocaba el nudo de la corbata. Se sirvió del mueble bar dos dedos de “Jack Daniel’s” en un vaso cuadrado…
“El hombre sabe que no hay nada peor
que quedarse en el camino (…)”
Minutos después se hallaba en un cajero automático de Caja Madrid ingresando seis mil euros en efectivo, sin saber que doce horas después volvería a ese mismo cajero sin sentirse mejor que ahora.
Alguien carraspeaba inquieto a su espalda, su mano derecha buscó una automática que años atrás solía llevar sujeta por el cinturón de los pantalones. No halló nada tras la americana, Mauricio Hurralde ya no estaba en Colombia.
—¿Pero cuánto dinero está ingresando usted, por dios? —protestó una anciana molesta por esperar tanto tiempo, tal vez por no disponer de esas cantidades.
Se volvió a la señora con un marcado acento barriobajero de Barranquilla.
—¿Y a usted qué carajo le importa?
Lo había vuelto a hacer, ¡ya eran dos veces que perdía el control en la misma mañana!
—Nada, hijo, nada —la señora se disculpaba más con el cuerpo que con las palabras—. Perdone usted y siga ingresando, siga… siga.
Debió percibir violencia en la mirada de ese ejecutivo. La buena señora sabía que los hombres de negocios sufrían grandes presiones, responsabilidades millonarias, y cuando el estrés podía con ellos los peores instintos afloraban bajo una locura transitoria. Y no deseaba ser el daño colateral de un estallido de cólera.
Observó en silencio como aquel hombre atragantaba la ranura con billetes una y otra vez. No podía introducir fajos muy gordos porque la máquina no era capaz de contar más que un número limitado en cada ocasión. Y por suerte para aquella anciana, eran nuevos, sin dobleces ni arrugas que retrasaran el cómputo mecánico con la expulsión del billete deteriorado.
—¿Y no sería más sencillo hacer el ingreso en ventanilla, sobre todo cuando se trata de grandes cantidades? —sugirió la anciana con dulzura.
—No —contestó sin dar más explicaciones.
Reanudó el ingreso de dinero.
—¿No ha pensado que tal vez se pueda perder algún billete de este modo?
—No.
—Y se arriesga a que se lo quiten. Créame, joven… —insistía la anciana con el ardor de la avaricia en los ojos.
—No se acerque a mí, señora —advirtió Mauricio Hurralde sin volverse, todavía no había terminado y la anciana asumía confianzas que no habían sido dadas.
—Oh.
La señora retrocedió unos pasos. Se reconoció fascinada por el movimiento repetitivo de esas manos, que volaban infatigables del maletín a la ranura de la máquina. ¡Había tantos billetes!
Mauricio Hurralde se mostró amable.
—Gracias, señora.
Y lució una sonrisa de seductor; supo que la anciana sólo recordaría a una persona encantadora con mucho dinero.
Tras la visita de unos cuantos cajeros automáticos más el maletín quedó vacío. Reservó un resto de dos mil euros que guardó en el bolsillo interior de la americana, para los gastos del día.
Debía agasajar convenientemente a Samanta para obtener el contrato. En el fondo, su trabajo no dejaba de ser de “relaciones públicas”; sabía que cuando apenas existen diferencias con otros del sector, lo único que atrae el interés de un cliente es el trato humano. Y Mauricio Hurralde era un maestro en ese terreno.
Sin que sus clientes lo sospecharan jamás, su negocio, la gran empresa que daba de comer a cientos de personas a través de puestos indirectos, que contaba con patrimonio industrial y logístico en Madrid, Barcelona, y se extendía a diversas capitales sudamericanas, se reducía a un despacho y a su persona.
Estudiaba las necesidades y demandas del sector; contactaba con unos y otros, los relacionaba y así obtenía beneficios por ambas partes. Cuando lograba encajar dos empresas grandes que se complementaban y perduraban en el tiempo, los réditos pasaban de abrumadores a insultantes para la inteligencia común.
Con el tiempo descubrió que no todas las empresas se necesitaban constantemente y que el modo de vida que disfrutaba se basaba únicamente en el capricho del azar. Circunstancia intolerable para un hombre que no dejaba participar la suerte en su vida, porque todo debía estar bien estudiado.
En la última operación sólo faltaba la firma de Samanta, la apoderada de Industrias Knaïf, una empresa metalúrgica familiar que despuntó a mediados de los años ochenta en el horizonte de una Alemania dividida.
La buena gestión comercial del señor Clauss Knaïf logró multiplicar por cien el capital social inicial, y no descartó abrir el consejo de administración a nuevos socios que proyectaron la sociedad más allá de los límites nacionales.
Todo un ejemplo de éxito empresarial y evidente abandono familiar. Samanta era la bella esposa del presidente de industrias Knaïf, reducida al espacio del fitnes y solárium por imperativos empresariales. Clauss la compensó con el cargo de Vicepresidente, un gesto cariñoso que no gustó al consejo de administración, pero que justificaba por su escasa participación en la empresa.
(continuará...).
Pie de foto: extraído de http://www.disfrutamadrid.com/ fotos torres cristal-espacio[1]
16 opinaron que...:
buen inicio ,impaciente por continuar leyendo.
Un beso
ya està,he reconocido a la pesada que molestaba a mauricio en el cajero de caja madrid.es la señora pura!!la misma casera que me ostigaba cada primero de mes para cobrar el alquiler de su pensiòn de caños del peral.me acompañaba al cajero y no me dejaba dinero ni para echar gasolina a la moto,uf...què sudores.
y cuando dice que estarà la segunda parte?un abrazo
estupenda frase con la que abres el blog...
me quedo pendiente de tus futuros relatos....
un cariñoso saludo
:-)
ya està.he reconocido a la pesada que tenìa mauricio a su espalda en el cajero.es la señora pura!!una antigua casera de mi pensiòn de caños del peral que me acompañaba hasta el cajero para cobrar cada primero de mes.era implacable,no me dajaba dinero ni para echar gasolina a la moto.
- y si me pagas tambièn el mes de marzo te pongo el termo para que te duches con agua caliente.
-casi que no,dicen mis compañeros de pensiòn que se despiertan por la mañana con mis gritos de la bañera y ademàs se ahorran en pilas de despertador.
-y si abro la cocina para que te hagas una tortillita?
-ahì me pillò,marzo tambièn.
un abrazo don fredy esperarè la continuaciòn,byeeeeeeeee
verificaciòn de la palabra... que me ha engañado vilmente vamos.
de visita explorando...
me gusta la cabecera del blog,
bonitos sueños...
aquí me quedo esperando la continuación...
Un beso
Gracias Anita, eres mi incondicional favorita. Otro beso para ti.
P.D: hace mucho que no visito tu blog, y eso que es de los buenos buenos(ahora mismo te busco).
Un besito.
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¡Quique! ¿Por qué no te haces un blog y dejas de ser anónimo? Con la chispa que tienes enseguida conquistarías el ciberespacio.
Se podría titular: "Las cosas de Quique" o "Cómo sentir el Universo más amable con cinco lecturas".
Voy a echar de menos tus comentarios jocosos el día que no necesites un cuento.
Un abrazo.
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Me tienes a tu disposición, Firenze. Mis cuentos no tienen fecha de caducidad, y son para todos los públicos.
Un beso.
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No te quedes con la cabecera solo, Sensaciones. Entra, no molestas; lee, disfruta, y pregunta lo que no comprendas.
¿Cuántos lectores disponen una línea abierta con el autor de un escrito?
Un saludo.
un blog?èso es muy difìcil.yo soy un perfecto inùtil con la informàtica.cuando publico el comentario y llego a la opciòn"elegir una identidad"me pongo nervioso y pincho aliviado en anònimo por no complicarme.fìjate que menciono en dos comentarios a mi ex casera la señora pura por patànpatoso con el ordenador.
besitos castos y achuchones.
yo tambien quedo a la espera...
Oye, quique, no te conozco de nada, pero aquí quien más quien menos tambien somos un poco patosos con el ordenador y aun así nos atrevemos, anda, no te rajes, seguro que tienes mucho que contar...al menos aquí no te cobraremos...
Besos para todos.
gracias jasonia pero para escribir en un blog como lo hace federico harìa falta un mìnimo de talento exigible que sin duda yo no tengo.veo que el sentido del humor es una caracterìstica de los seguidores de Te voy a contar un cuento,me gusta.
Quique no peques de modestia, seguro que sería más que capaz de escribir un blog.
(después de lo de freír huevos con velas , segurísimo que tienes material para contar mil aventuras ,casi-reales )
Fredi no te celes , por la "conversación" con tu amigo quique en tu blog .
un besazo
No, si yo también soy un patoso con la informática... Con los informáticos también, que no entiendo sus explicaciones a la primera. (je, je).
Y no me molesta para nada, por definición, este espacio de comentarios pretende ser una especie de "mesa redonda".
Nunca voy a poner veto en nada, lo tengo escrito con letras verdes en el blog. Al revés, el que interactuéis entre vosotros resultará siempre más enriquecedor que la sobada acción-reacción de "me ha gustado mucho" y el subsiguiente "muchas gracias, fulanit@".
Los comentarios de Quique dan opción a que otros participen, no sólo yo escribiendo "muchas gracias por leerme".
De verdad, ni celoso ni molesto... ¡Vamos a ver si entre todos conseguimos arreglar el mundo!
Besos para todos.
BELLO RELATO!MUY BELLO
GRACIAS
LIDIA-LA ESCRIBA
por favor no me saques de la suscripcion,es el unico modo de saber post nuevos,ya que mi blog no anda muy bien,no aparecen mis nuevos post tampoco,
Hola Anusky66.No creas que son historias casi-reales.Con permiso fredy;Hace mucho tiempo fredy y yo vivìamos en un piso del centro de Madrid.En los peores momentos econòmicos que nos tocò pasar-me rìo yo de la crisis global actual-nos quedamos sin butano ni dinero para comprar una nueva botella, asì que con el hambre de testigo decidimos freir unos huevos"a pulso"con unas velas debajo.Tarda.
La señora Pura tambièn existe,aqui no estaba fredy.Fuè la casera de una pensiòn que estaba en la calle Caños del Peral esquina Costanilla de los Angeles.La pension tenia la particularidad de tener un dueño miserable que nos tenia sin calefaccion ni agua caliente, salvo los sabados que autorizaba a la señora Pura a poner el termo.Ese dia haciamos fila en la puerta del baño y nos limpiabamos de roña y pobreza.La pobreza no salia.
Todos tenemos historias que no parecen reales en nuestra vida.La vida es a veces una broma a la que es mejor sonreirle como si nos hiciera mucha gracia.
Besos.
Fredy;como sabes ahora dispongo de tiempo ocioso en "el exilio", me alegro mucho de haber descubirto tu blog, uno disfruta y hace algo constructivo que no sea cazar sapos.
Me da pena que la musica que seleccionas en cada historia se pierda,me gustan.Podrias hacer algo añadido;una BSO tipo Tarantino y darnos la opcion de oir todos los temas.
Veis....Soy mas patan de lo que creia con el ordenador algo he tocado y en vez de los acentos sale por ejemplo:cami÷on.La bronca que me va a echar la dueña del port÷atil.
Me gusta....engancha...espero la continuación del cuento...un besote
Ya, ya estoy ultimando el relato.
Y nada, aprovecho para comunicar que ya tengo un cuento (de mis favoritos) listo para publicar sin demoras. Se titulará "En la cañada real", y está estructurado en tres partes, que en si mismas son tres minihistorias independientes... sólo que al final de la tercera se descubrirá un gran final (como los que a mí me gustan.
Quique, no es mala idea la de hacer un archivo de música. Pero tiemblo en lo que tardaría en cargarse el blog si añadiera los casi 8 gigas que tengo en mi ordenador... je, je. Ya veré lo que hago. Un abrazo, cazador de sapos.
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