Una vez tuve un sueño

Soñé con un mundo en el que todos podían ser lo que quisieran, hacer aquello que más satisfacción les provocara, que no existiera más impedimento que el deseo...

Hoy, a mis cuarenta y dos años recién cumplidos, y a pesar de que la vida golpeó con toda la crudeza de la realidad, todavía no he despertado de las utopías de juventud. Si no puedo vivir en un mundo feliz, me lo inventaré: haré que otros, como un dios todopoderoso de infinita bondad, sean felices... al menos en mi pensamiento.

Y me puse a escribir. Ahora que tengo en mi haber más de setenta relatos cortos y dos novelas, descubro por qué Dios es "omniausente" e imperfecto.


jueves, 11 de febrero de 2010

POR UNA CABEZA


La culpa la tuvo mi abuelo; sí, él y sus genes. Pues ya en el viejo Madrid de finales de los años cuarenta, aires turbulentos castigaban la moral de las jovencitas, salidos todos del fagot de don Ambrosio y su fantástica media sonrisa, cuando interpretaba un tango. No en vano podía afirmar que pertenecía a la mejor orquesta filarmónica del momento, y condes, y demás personajes de postín, no celebraban ningún festejo sin la participación de dicha orquesta. Circunstancia que don Ambrosio, mi abuelo, no desaprovechaba para seducir a una joven incauta.

—¿Le conozco, caballero?

La desconfianza se columpiaba en sus palabras, entre la curiosidad y las buenas formas.

—No tenemos ese placer, señorita.

Y don Ambrosio, haciendo gala de una exquisita ironía, le ofreció un canapé.

—Pero si gusta, ya nunca se olvidará de mí.

—Oh…

“Engreído, impertinente…”. No tuvo tiempo para formular una respuesta razonable.

—Es ambrosía, alimento de los dioses… Y yo, Ambrosio, para servirla a usted.

—Un poco de confitura de calabaza no va a hacerme perder la cabeza, caballero.

“Ya está, ya la tengo en el bote”. Don Ambrosio rara vez se equivocaba y notaba hasta los más sutiles cambios de tono y expresión corporal. La jovencita coqueteaba.

—Pruebe a ver, nunca se sabe.

La joven mantuvo un silencio airado, que repentinamente rompió.

—Usted no me conoce, no sabe nada de mí. ¿Con qué derecho se dirige…?

Un canapé detuvo el final de la pregunta. Circunstancia decididamente grosera, y atrevida, que provocó una explosión de dulzor en el paladar en contra de su voluntad, que festejó como fuegos artificiales que sonrojaron las mejillas por fuera.

—No lo escupo por educación, pero sepa usted que…

—Yo también —interrumpió, provocando nuevos fuegos pirotécnicos en el rostro de la joven.

“¡Qué se ha creído usted!”, pensó la joven. Sin embargo, sólo pudo pronunciar un estrangulado “oh” que don Ambrosio no supo interpretar adecuadamente.

—La boca que besa, borra la amargura y deja impresa la huella…

Una bofetada abortó el beso inminente que se formaba en el rostro del desconocido.

—Ve, no he perdido la cabeza.

Don Ambrosio quedó desconcertado, ¿qué había fallado? Su belleza física, su porte atlético, y su cultura siempre habían avalado las ignominiosas deshonras de las que solía presumir. Tal vez había ido muy deprisa en esta ocasión. Se quedó inmóvil, incapaz de reaccionar, sintiendo el peso de cientos de ojos posados sobre él, viendo a la joven escapar entre los invitados, con la cabeza bien erguida.

“Demasiado carácter para una bonita cabeza... Pero todo tiene solución”, pensó calentado las palmas de las manos, frotando una con la otra. Un gesto truculento que no quedó en eso.

La fiesta concluía y los invitados se retiraban discretamente. Cuatro preguntas se formularon al mismo tiempo.

—¿Dónde está Pepitiña? Hace horas que no la veo por ningún sitio —se lamentaba su madre en el salón de té.

En el mismo instante, pero desde la sala de música, Alejo Pimentera formulaba una pregunta parecida.

—¿Dónde está mi maletín? —curioseaba bajo las sillas, desconcertado, con el chelo en la mano.

Un poco más lejos un mayordomo regañaba en voz alta a unos camareros contratados para la ocasión. Blandía el índice derecho con la habilidad de un maestro de esgrima.

—¿Quién ha entrado en los jardines, y ha dejado huellas de barro en las alfombras? ¡Todos a frotar! —exigió sin esperar respuesta.

Al mismo tiempo, el señor embajador, en el despacho privado, enarbolaba unas cejas muy pobladas :

—¿Quién ha curioseado mi colección de alfanjes? —protestó, notando que una de esas armas se exponía con una inquietante mella en el filo.

Cuatro preguntas, como decía, cuya única respuesta descansaba sobre don Ambrosio, que abandonaba la residencia portando el estuche del fagot, además del maletín de un chelo. El que su amigo Alejo Pimentera no encontraba. Y curiosamente, repasaba los zapatos en la alfombrilla de entrada, al salir…

Sí, así era mi abuelo, impetuoso y discreto en lo que quería. Cualidades que se repitieron en la generación siguiente.

(Continuará...)


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12 opinaron que...:

Anusky66 dijo...

me has dejado con el canapé de ambrosía (=la miel) en los labios .
Estoy intrigadísima con la historia!!!!
Un besazo !!

Tatiana Aguilera dijo...

Vaya canapé del frescolín Ambrosío eh?. La ambrosía en las mujeres debe ser dada con delicadeza,porque sabemos olfatear a los Ambrosios del mundo...Esperemos la continuación.
Un abrazo.

Federico dijo...

Encantado de que no "hayáis perdido la cabeza", je, je. La segunda parte ya está terminada, en ella descubriréis...¡oh!

Federico dijo...

Por cierto, Taty, qué bello es tu país.

Anónimo dijo...

fede te atreves a comentar,sin saber de poesia...que estupenda tu leccion,que lei en poetas, pero hay algo que evidentemente se escapa:argentina,uruguay,paraguay,chile,brasil,interior de la argentina-sus provincias-tienen modismos,que a veces, no entendemos ni los propios argentinos:choco, nombre que le dan al perro en la provincia de san luis,argentina,alfajores se llaman a refrigerios, masitas a las galletas, y seguiria por todo el pais...la palta en san juan es fruta,en buenos aires comida,
disculpame si te incomodo,pero existe un castellano argentino...y ya es demasiado decir!
gracias
lidia-la escriba

Federico dijo...

Lidia, sólo me limitado a señalar unas carencias con las que no pretendía molestar al autor o sus seguidores.

Me ratifico en todo lo dicho en mis críticas, y si observaras mejor mis comentarios, notarías que no todos son de pulgar hacia abajo: siempre hay alguien que recibe mi aplauso.

Los modimos pueden dar un toque más autóctono, más pintoresco, pero puede perder sentido en otras comunidades. Por lo tanto, si la proyección de un poema es a nivel regional no digo nada, pero si se publica en internet (que por definición es a escala mundial) entonces habrá muchos lectores que no comprenderán esos versos.

No ataco para nada a toda esa comunidad hispana no castellana, nada más lejos de mi intención.

Sin ir más lejos, me han enseñado que la palabra "coger", para los argentinos, tiene un significado sexual que para los españoles no tiene. Sin embargo, es un verbo utilizadísimo en España... verás como no encuentras ni un sólo "coger" en mis escritos.

Mis críticas se referían a eso, Lidia, a un respeto para los que no son como nosotros y un amor para una lengua común, nada más.

Escritos en tu nombre dijo...

¡Cuantos desengaños por una cabeza!

Parece interesante tu relato te sigo.

María

Thornton dijo...

¡Que continúe!

Federico dijo...

¡Thorton, cuánto tiempo!¿Aún te quedan ganas de curiosear fuera del club?

Felipe Sérvulo dijo...

Te seguiré leyendo. Es un placer.

Federico dijo...

El placer es mío, Felipe. Para aquellos que no conozcan a este gran poeta, tengo que decir que sus versos redefinen la poesía... y me quedo corto.

Un honor tenerte entre nosotros.

Thornton dijo...

Federico, te leo siempre. Como Borges soy un lector hedónico, leo lo que me gusta. Un abrazo.
P.D. ¡Ay! la música.