Una vez tuve un sueño

Soñé con un mundo en el que todos podían ser lo que quisieran, hacer aquello que más satisfacción les provocara, que no existiera más impedimento que el deseo...

Hoy, a mis cuarenta y dos años recién cumplidos, y a pesar de que la vida golpeó con toda la crudeza de la realidad, todavía no he despertado de las utopías de juventud. Si no puedo vivir en un mundo feliz, me lo inventaré: haré que otros, como un dios todopoderoso de infinita bondad, sean felices... al menos en mi pensamiento.

Y me puse a escribir. Ahora que tengo en mi haber más de setenta relatos cortos y dos novelas, descubro por qué Dios es "omniausente" e imperfecto.


miércoles, 20 de enero de 2010

¡CORCHO!


Felipe no pudo eludir la obligación de un destino caprichoso. Apúntate como objetor, le decían, y te librarás de la mili. Y Felipe, como muchos jóvenes de su generación, se alistó a esa creciente legión de no violentos, de los que obedecían los designios de una Patria exigente, de un estado que reclamaba el tributo a su camada virgen de correa y bozal. Eran demasiado tiernos para comprender que era mejor ser adiestrados, y que todo siguiera su curso normal.

—¿El curso de quién? —protestó Felipe tras leer el comunicado del Ministerio de Justicia e Interior.                                                                               


“Sí, te librarás de toda esa gente que se siente importante repartiendo órdenes estúpidas todo el día” recordaba Felipe. ¿De qué le sirvió su reconocimiento oficial como objetor de conciencia?

“Deberá presentarse ante su oficial de zona de la región sur de Bosnia, con el objeto de desarrollar su labor humanitaria en los 18 meses de prestación del servicio social sustitutorio. En virtud de los artículos tal y tal, recogidos en las leyes penales militares tal y tal y de los Reales decretos tal y tal, será tratado como prófugo y desertor, con penas privativas de libertad en régimen militar de hasta 48 meses...”

—¡Ostias!

“Además, sabemos donde vives y como te llamas; si me apuras, hasta los sitios donde alternas con tus amigos y que todavía no te has “cepillado” a Nieves, sí, la calienta-pollas esa, nieta del señor Fáchez y Viva España que te escudriña sin cesar, sin escupir su aprobación entre el amarillo torcido de sus labios... ¡Dale una ocasión al viejo patriarca para excomulgarte! ¡Atrévete, marica! ¡Media nena! ...Y olvídate de Nieves.”

—Esta gente sabe como intimidar —concluyó Felipe desanimado.

La perspectiva de dormir en su cama, en una habitación para él solo sin tener que soportar olor a pies y ronquidos por las noches parecía lejana ya, tanto como la voz de su madre que anunciaba la hora de sentarse a la mesa.

“Será probablemente mi última comida decente; mi madre sin saberlo, ha ejecutado el último servicio al condenado antes de que se cumpla la sentencia” Un temblor frío le recorrió la espalda.

—No pongas esa cara hijo —exhortó su padre doblando el periódico, dignándose iluminar el mundo de los mortales con su sabiduría—. Nadie se ha muerto por hacerse un hombre... ¡Ésta es tu ocasión de redimirte!

No había perdonado que Felipe, su hijo mayor, bastión deficitario y desagradecido de añejos apellidos castellanos, rehusara la tradición de las armas poniendo en entredicho el ancestral honor familiar.

—Según desde donde se mire, papá —osó contradecir el “he dicho” inherente de la palabra paterna—. Como ser vivo es probable que regrese vivo, pero como persona no. ¿Cuántas cosas morirán dentro de mí por la presunta gloria que pueda existir en esa guerra?

—¡Eso! Precisamente eso es lo que necesitas... ¡Templar tu buen acero al fragor de la batalla! Curtirte, Felipe, es hacerte duro sin perder la suavidad, como el buen cuero, ¿entiendes?

—Sé que moriré, papá. El Felipe que tanto detestas, y que yo y muchos aprecian, morirá. Perderé la inocencia, la...

—Paparruchas. ¿Alguien quiere hacer la ofrenda? Ni siquiera vas de soldado... ¿Nadie? Señor, bendice estos alimentos que por tu bondad vamos a tomar, amén.

“Tu padre te quiere —decía su madre en el puerto— a su manera pero te quiere. No está equivocado en todo lo que dice... pero si te sirve de algo yo adoro la persona sensible y cariñosa que llevas dentro, trata de que nadie ni nada te cambie, hijo”

Y Felipe embarcó en la fragata que lo alejaría de su mundo conocido, pequeño y agradable; como las reuniones de amigos en la vieja taberna, donde las muescas de la mesa hablaba de una larga historia de amores inconfesados e identidades escondidas tras iniciales; o de la biblioteca de los Salesianos, donde se citaba con Nieves y se intercambiaban mensajes escritos, palabras garabateadas de ternura...

“¡Esperaba tanto este momento! Necesito tanto mirarte, saciar mi hambre de hermosura en ti, que me desbordas atragantado, en cada segundo, en cada gesto, en cada mirada.”

...Y amor...

“Necesito sentirla gorda, a punto de estallarte en tu bragueta. ¿Dejarás que juegue con tu cosita? ¡Di que sí!”

¿Qué será de la efervescencia de sus ideales sobre el hombre y el mundo? Veía amenazado al “buen salvaje”, escondido de la sociedad entre los libros de Rosseau; el super-hombre de Nieztche se golpeaba el pecho clamando el “mea culpa”; el poderoso hermafrodita platónico se escondía de la ira de los dioses que proyectaban dividirlo, diseccionarlo para hacerle pequeño y débil.

Con toda probabilidad Felipe no podría eludir su destino en primera línea de fuego... no, no moriría siempre que los francotiradores no tuvieran el dedo demasiado ansioso de hacer diana en la cruz roja de su pecho o espalda. Pero su alma pura y virginal vería desgarrada su inocencia con la brutalidad de la violación de principios éticos elementales...

“¡No, por favor, no los ejecutéis! ¡No quiero verlos morir!"

"Por Dios, ¿por qué la mina estalló bajo ese niño que grita, y lo sé, que por favor lo maten? ¿Dónde están sus piernas?"

"No, no me obliguéis a entrar en esas casas, la demencia de la guerra a trastornado a esas gentes, hartos de sufrir y de ver sufrir a los que quieren. Quizá me hagan culpable de sus males y no como un ángel que trae aspirinas y café. Quizá quieran matarme."

"Seguramente veré cosas que después preferiría morir para no recordarlas.”

—Es mejor no dar muchas vueltas a lo que me espera —concluyó Felipe.



Por su condición civil quedó exento de lucir uniforme pero quedó sometido al rigor militar en lo concerniente a la higiene; su paso por las salas de “desinfección” y “peluquería” ayudarían a fijarlo a su nueva realidad.

La irritación que unos abrasivos polvos blancos provocaron en su piel acabó por desaparecer en unas horas, pero su pelo, su hermosa melena... ¡ay! Un corte a lo cepillo, muy corto, era el único detalle que le faltaba a su fisonomía para que la gente lo confundiera con su homólogo de Quino, el dibujante de Mafalda.

Tenía la dentadura del maxilar superior muy desarrollada y saltona; orejas muy despegadas y pecas en las mejillas. Sí, parecía que Quino lo había tomado como modelo del “Felipe” de Mafalda.

Bueno, le volvería a crecer su hermosa cabellera, ¿qué importancia tenía?, se interrogaba su autoestima exasperada.

El viaje no duró demasiado, unos días en los que no pudo declinar la invitación del sargento cocina para que visitara las instalaciones, y si estaba todo de su agrado, pelar montañas de patatas.

—Chaval, lo único de lo que te debes preocupar es que todo eso esté pelado y bien lavado, ¿entiendes? —atajó el sargento ante la protesta de llevar dos días pelando patatas sin cesar.

Al tercero reiteró la protesta, y el sargento finalmente comprendió el malestar del chico por lo que gentilmente le encontró un destino más acorde a sus inquietudes espirituales.

—Tú eres de esos chicos que les gusta verlo todo bonito, ¿verdad?...

“Horror”

— …Todo recogidito y limpio, ¿verdad?

No esperó respuesta. Era una pregunta retórica.

—Adelante, te encargarás de la vajilla y cacharros en general... ¡Y quiero que estén más limpios que una patena! ¿Sabes lo que es una patena, hijo? ¡Mi culo después de me lo hallas besado, o sea, que no me sigas jodiendo!

De este modo, Felipe, se pasó el resto de la travesía por el Mediterráneo con los brazos hundidos hasta los hombros en oscuros fluidos grasientos, limpiando cacerolas de tamaño inimaginable.

Al quinto día Felipe al fin pudo ver el color del cielo, ese azul toledano que recordaba tan alegre... y que allí, sin embargo, como queriendo no estar disonante con las circunstancias, se sucedían grisáceos, oscuros; de esos días sucios de humo sin más brillo que los restos calcinados de las fogatas que calentaban a los soldados.

Los árboles se presentaban desnudos, sin hojas, como si el terror de pasados bombardeos hubiera desguarnecido sus copas y desde entonces no se hubieran recuperado del susto.

Se presentó al superior mencionado en la notificación, y en el plazo previsto.

—Así me gusta —dijo— que seas un buen chico. Bueno, antes de que adjudique destino tendrás que recibir un cursillo de cuatro semanas de adiestramiento militar elemental y conocimientos teóricos básicos.

—Pe... pero yo...

—Lo sé, no es obligatorio pero si recomendable si quieres regresar enterito a casa. Tú verás.

Y pasó por el aro, ¡alehop!

Fueron cuatro semanas en las que adquirió resistencia y agilidad: eran las únicas cualidades que sus mandos apreciaban y hacían especial énfasis. Y tuvo que estudiar estrategia y balística, superar exámenes y responder a cuestionarios bajo penas de calabozo si no obtenía los mínimos requeridos.

—¿Pero por qué narices debo conocer estos “petardos” de las leyes de la balística? —protestaba Felipe.

Las parábolas, los vectores y las fuerzas aplicadas se le encasquillaban más que los viejos rifles de guardia que los soldados utilizaban en el campamento.

—Es circunstancial que conozcas las propiedades básicas del elemento utilizado, del grado de pureza, las diferencias entre el corcho natural y sintético.

Era absurdo, pero tuvo que tragar. Y aprobó y sin hacer preguntas, limitándose a estudiar lo que le ordenaban. Conoció leyes matemáticas de área probable y área de acierto y otras muchas de balística que jamás sospechó que existieran. Finalmente, y ante los resultados tan esperanzadores que obtuvo de las pruebas físicas y teóricas fue reclamado por sus mandos:

—Teníamos excelentes informes como pela-patatas y frega-cacharros... ese hubiera sido tu destino durante estos dieciocho meses. No obstante te voy a recomendar para el combate, por supuesto no como soldado puesto que eres objetor y no has recibido adiestramiento de combate. Tus labores serán muy sencillas, y exentas de peligro. Está muy bien remunerado por el ejército, podrás regresar a casa con una pequeña fortuna si aceptas el destino.

—¿Pero no estaré bajo el fuego del enemigo?

—¡Qué va! Eso es en las películas o lo que os cuentan por ahí para asustaros, esto es diferente. Tú actuarás durante los alto-al-fuego.

—¡Acepto!

La perspectiva de pelar patatas durante dieciochos meses era insufrible.

—Dirígete al oficial de intendencia para lo relativo a tu uniforme de campaña. Mañana mismo te incorporas, felicidades, muchacho.

En algún recóndito lugar de la cabeza, su padre sonreía, sonreía muy satisfecho y Felipe acabó sintiendo náuseas. Todo el adiestramiento recibido no servía para aplacar sus temores, se hacían insuficientes en el terreno real de fuego, en esa estrecha franja de no más de dos mil metros de ancho que separaban posiciones enemigas del frente de ataque en el que se hallaba Felipe.

En la noche previa a su incorporación activa se preguntaba la incongruencia de la guerra; era tan absurda en esencia como en su forma, todos sufrían pérdidas, en una guerra no podía haber ganadores... ¿Y sobre su forma? ¿Qué decir sobre sus contradicciones?

Como alumno aplicado sobre estrategia y balísticas sabía que dos mil metros no significaban nada. ¡Estaban demasiado cerca del enemigo! La moderna maquinaria militar superaba con creces ese radio de acción, ambos bandos poseían cañones y fusiles con ese alcance.

“¡Dios mío! ¿Dónde me he metido?”

El alba llegó con desgana, despuntando perezosamente un horizonte helado, erosionado por fieras explosiones de obuses de gran calibre. Era la triste estampa que nadie deseaba conservar en el recuerdo y menos mandar como postal de correos.



                      “Hola, ¿qué tal?

                       Yo me lo paso pipa con los amigos de la acampada.

                       Durante el día hacemos torneos de tiro al eslovaco

                       y por las noches contamos historias de miedo (los

                       vampiros son muy populares por aquí).

                       Bueno, que ya  queda  poco  para  que  se  me  acaben

                       las vacaciones... en fin, todo lo bueno se acaba pronto.

                       Chao, besos. Fulanito.”





—Es ridículo —se dijo Felipe sacudiendo la cabeza.

—¿Qué dices? —interrogó un brigada de mal humor.

—No, nada.

—Pues silencio. En este punto en que nos hallamos es muy importante concentrarse para adelantarnos mentalmente a las circunstancias: en esto estriba la diferencia entre el éxito o el fracaso. Los alto-el-fuego apenas se anuncian, por eso no es conveniente precipitarnos, pero si tardamos demasiado el enemigo nos lo habrá “limpiado”, ¡nos habrá tomado la delantera!

—Claro —confesó Felipe sin entender una palabra—. No podemos rezagarnos, ¿pero qué es lo que tenemos que hacer? Heridos no hay en esa franja y muertos tampoco.

—¡Proyectiles!

—¿Balas?

—Tú no tienes idea de lo que cuesta una guerra, ¡los gobiernos europeos ahorran un dineral impresionante con esta triquiñuela del reciclaje!

Felipe no daba crédito a lo que escuchaba.

—Claro, claro —Felipe creía estar soñando— ¿Pero como los vamos a encontrar? ¡Será imposible descubrirlas! La mayoría de las balas estarán enterradas en la tierra... puede que hasta quince centímetros.

—Chico listo, pero desfasado. Mira, ni me voy a molestar en explicártelo. Dentro de poco se oirán las órdenes de fuego.

Y así fue, pero en vez de escuchar el estruendo de las detonaciones (se había traído unos protectores auditivos de goma-espuma encerado) lo único que percibió fue la alegre algarabía de los soldados corriendo hacia el frente enemigo.

—¡Pero si parecen que van a cazar patos! —gritó Felipe escandalizado.

—Sígueme —ordenó el brigada—. Mira, chaval, esta guerra está durando demasiado, es normal que los muchachos quieran divertirse un poco.

—Pe... pero ¡si tienen escopetas de aire comprimido! Como las de las barracas de feria, de esas que disparan corchos...

—¡No te quedes atrás! –amonestó el brigada—. Pues ya ves, acabas de encontrar la madre del cordero. Tenemos que recuperar el mayor número de corchos en un alto-el-fuego.

—¡Ah! Por eso se acercan tanto, para poder amoratarles un ojo –concluyó Felipe- ¿Y el enemigo, no nos liquidará en un suspiro?

—¡Qué va! ¡Es que no te fijas en nada! Te lo tienen que dar todo masticado. ¿No ves que el enemigo también corre al encuentro?

Felipe redujo la intensidad de su carrera el comprobar la veracidad de sus palabras.

—Estas carreras son cruciales para conquistar posiciones enemigas, ¿no lo diste en “estrategia”? ¡Qué también son de aire comprimido! —rió el brigada.

—Pero, pero... —jadeó Felipe— ¿aquí no hay algo raro?

—Que yo sepa no.

—¿Y las noticias? ¿Por qué salen en la tele tantos muertos, tantos ataques y bombardeos sobre civiles?

—Porque eso es lo que esperan que pase, y mientras sigan pagando... nosotros seguiremos jugando a los soldaditos...

—Pero es absurdo –protestó Felipe deteniéndose.

El brigada lo derribó al suelo, justo en ese momento dos proyectiles de corcho surcaron el espacio que había ocupado su cara.

—Son muy buenos, tienen franco-tiradores muy bien adiestrados.

—¡Joder, que soy un objetor! ¿Y si me hubiera dado? ¿Cómo se lo hubiera explicado a mi madre?

El brigada rió de buena gana.

—Tranqui, que hace mucho que en las guerras han dejado de morir la gente.

“¡No tiene sentido! ¡No tiene sentido!”

—Tío, ¿no te han enseñado a no pensar? —se interesó un compañero veterano.

—Son los primeros días —suavizó otro—. Enseguida te haces a esto de la guerra.

Estuvieron conversando un rato hasta que el brigada hizo una señal.

—Tú, Felipe, saltarás a esa franja de allí. ¡Y no vuelves hasta que el saco esté lleno! —advirtió.

“¡Es absurdo! ¡Absurdo! Me voy a pasar diecisiete meses recogiendo corchos” Pensaba mientras corría hacia la zona indicada.

Por el suelo, por doquier, había proyectiles de corcho contraído, de forma oblonga, de unos cuatro centímetros de largo.

Llegó de un salto a su destino

—¡Absurdo! —gritó Felipe sofocando la ansiedad.

—¡Aaaaaah! —gritó a su vez un chico que se hallaba en la zanja.

Se le cayó de las manos una bolsa de plástico lleno de balas de corcho, pertenecía al bando enemigo.

El chico levantó los brazos, en inequívoca postura de rendición; apenas osaba respirar y mantenía la mirada fija en Felipe, tratando de evaluar el grado de agresividad de su adversario.

Era un chico bajito, regordete, de cabeza cuadrada y pelo cortado a cepillo.

“¿A quién me recuerda este?”

Un trozo de tela, a modo de delantal, le colgaba de la cintura, como si en sus ratos de ocio se dedicara a despachar los productos de ultramarinos de la tienda de sus padres. De allí también cayeron balas de corcho.

“Pero... pero... ¡si se parece al de...!”

—¿Quino? —rió Felipe acordándose de Manolito.

El chico bajó las manos y a su vez se fijó en Felipe.

Contestó con una risa.

—¡Quino! —le señaló sin pudor, entre risas, asintiendo con la cabeza.

Era evidente que los dos conocían al autor argentino, quizás por sus parecidos con sus tocayos respectivos.

Rieron a gusto un buen rato, y mientras uno levantaba el pulgar otro hacía el gesto de “ok”. Acabaron por abrazarse, y después de encogerse de hombros varias veces regresaron a sus respectivos bandos.

—Es increíble, esta historia es increíble —se dijo Felipe sonriendo— Nadie me va a creer —añadió notando que regresaba con las manos vacías.

“¿Y mi saco?”

Se volvió y descubrió que Manolito se llevaba su cargamento, todavía se despedía cariñosamente con la mano.

—Pero... ¡será cabrón!

Corrió tras él, pero enseguida desapareció tras unos montículos y el temor a encontrarse con varios serbios armados con escopetas de aire comprimido le hizo desistir.

—Bueno, las guerras siempre serán guerras —concluyó Felipe.



- fin -

Fotografía tomada de Google, de la guerra de Bosnia.


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4 opinaron que...:

Thornton dijo...

Otro estupendo relato. Yo creo que volverá tan cándido como se fue, para decepción de su padre.
Esta música me atormenta. Un saludo.

Federico dijo...

Está claro mi intención satírica en este cuento,que en nada oscurece la fe que tengo en la bondad del hombre... y eso se nota,¿no?

Tomo nota,Thornton, tomo nota (con lo de la música)

Anusky66 dijo...

jajajaja un buen relato , un punto de vista genial ,ojala las guerras fuesen realmente así .

Joe Garabato dijo...

Hola Manuel, te cuento que tu blog ha sido publicado en el blog " Q´jotada" del cual sos seguidor, espero que el post sea de tu agrado

http://unaquijotada.blogspot.com